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Los cabos sueltos del Caso Meyer

El 17 de diciembre de 1985 un crimen remeció al país, marcando a toda una generación. Alice, hija de los dueños del restorán München, fue encontrada muerta en Lo Barnechea, brutalmente asesinada. La policía civil culpó a Delfín Díaz, quien apareció colgado en el Cerro 18 con el reloj de la joven en la muñeca. Luego de una seguidilla de cambios en el proceso, la investigación se cerró sin culpables. Esta es la primera parte de la investigación publicado en 2016 revista Caras, reconocida con el Premio MAGs como Mejor Reportaje.

Por Lenka Carvallo y Silvia Peña

El 22 de agosto Alice Meyer Abel habría cumplido 55 años. Si viviera, probablemente haría una gran fiesta con sus amigas de la schule (Colegio Alemán de Santiago). De haber prospera- do su romance con Luis —un buenmozo dentista colombiano que conoció en Miami apenas tres meses antes de morir— estaría en Estados Unidos y tendría varios hijos. Pero nada de eso sucedió: el 17 de diciembre de 1985 fue encontrada muerta en el sector Parque del Sol en Lo Barnechea, brutalmen- te asesinada y con señas de haber sido ultrajada. A unos metros, su moto Kawasaki azul permanecía estacionada como silencioso testigo de un crimen que remeció al país y golpeó a toda una generación.

¿Qué pasó esa tarde? ¿Quién mató a Alice Meyer? La respuesta continúa en el aire.

“Se encontró al interior del canal, a unos tres metros bajo el nivel del camino, el cuerpo de Alice Meyer Abel, 25 años, soltera, secretaria. Vestía polera verde. Y a la altura del tobillo izquierdo tenía solamente un pantalón blanco. A cuatro metros se encontraron esparcidos los calzones, un casco rojo, una piedra de aproximadamente 13 por siete centímetros con manchas de sangre. Golpes de puño en el ojo derecho, dos golpes en el parietal izquierdo con fractura, lo que le habría causado la muerte”, informó en su parte policial el subco- misario de la Brigada de Homicidios Luis Opazo Quiroz. De acuerdo a la autopsia, el deceso fue por un traumatismo faceo cráneo encefálico, “lesiones necesariamente mortales”, estampó José Luis Vásquez en su informe del Servicio Médico Legal.

Las pesquisas estuvieron a cargo de la Brigada de Homicidios de la Policía de Inves- tigaciones, liderada por Juan Fieldhouse, que intentaron reconstruir los pasos de la joven a través de su círculo íntimo y también de quienes estaban cerca del sitio del suceso.

De acuerdo a las versiones de su familia y amigos, ese fin de semana Alice estaba triste, se sentía sola. Recién llevaba una semana saliendo con Javier Flores, empresario, dueño de una

constructora y socio del tenista Hans Gildemeister. Habían quedado de verse. Pero él no llamó, pese a que durante la investigación declaró haber intentado contactarse con ella dos veces el sábado 14, el día antes de su muerte. Sin noticias suyas, la joven tomó su moto y partió rumbo a Lo Barnechea. En el trayecto pasó por el departa- mento de Javier: “No me gusta que jueguen con mi tiempo”, le dejó escrito en una nota.

Más de una decena de testigos admitieron haber visto a Alice aquella tarde; la acompañaba un hombre de contextura mediana, alto, de unos 30 años, moreno, con bigotes y pelo crespo. Rosa Jara esperaba micro a las 15:10 horas en la calle Camino el Cajón, en El Arrayán, cuando a escasos metros vio a una joven rubia, en una moto azul. Del negocio de su vecina, Ruth Molina —quien también declaró en la investigación— vio a un sujeto montarse al asiento del pasajero. La pareja pasó frente a ella hasta desaparecer rumbo al Santuario de la Naturaleza. El ruido del motor alertó a Yolanda Nahuelpán, quien esa tarde cuidaba al hijo de sus patrones y se asomó a ver qué pasaba.

En el Santuario de la Naturaleza, Claudio Joaquín Argomedo, 14 años, ayudante del portero, vio a la pareja llegar en la moto a eso de las 16:00. Pero en el lugar no se permitían motoristas y debieron regresar. En el camino fueron nuevamente vistos por Rosa Jara. Cada uno de estos testigos identificó —sin ninguna duda— a Alice Meyer y a Mario Santander Infante como los tripulantes de la moto. A ellos se sumaron los testimonios de otras nueve personas que esa tarde se encontraban en
el Parque del Sol, y que advirtieron a una pareja de las mismas características muy cerca de donde se encontraba estacionada una moto azul. Entre ellos dos personas que casualmente conocían a Alice Meyer: Mikel Ugarte (padre de una ex compañera de ella) y Patricio Santelices (ex pololo), quienes junto al empresario Jorge Rabié paseaban en auto; entre unos arbustos, divisaron a un hombre sobre el cuerpo de una mujer. Al sentir el ruido del vehículo, el sujeto los miró y se cubrió parte de la cara con el antebrazo. Lo identificaron como un tipo moreno de pelo oscuro, contextura media, con jeans azules con las bastillas dobladas hacia arriba.

Esa tarde Joseph De Raucourt y Verónica Vivanco también declararon haber visto a Alice y Santander en el mismo sector.

Aunque los testimonios más potentes fueron los de los dos testigos que habrían presenciado el crimen: Delfín Díaz, el Coco, y su amigo José Antonio Contreras, más conocido como el Topo Gigio, cuya declaración más tarde sería clave. Delfín era un conocido personaje del barrio, adicto al neoprén, solía cometer algunos delitos menores. Iba a los cerros del sector a cazar conejos, consumir marihuana, beber alcohol y

observar a las parejas que iban a tener relaciones sexuales. Esa tarde habrían presenciado una fuerte discusión, seguida por un forcejeo y al hombre ya sobre el cuerpo de la mujer intentan- do reducirla mediante reiterados golpes de puño en la cara. Cuando ella quedó inconsciente el sujeto concretó el abuso. Acto seguido tomó el cuerpo inerte en sus brazos y lo arrojó a un canal donde se habría golpeado la cabeza. Las autop- sias no coincidieron en si las causas de muerte fueron los golpes en la cara, la lesión cerebral o una muerte por inmersión.

Delfín Díaz y José Antonio Contreras, aún ocultos tras los arbustos, vieron al hombre lanzar el casco y los anteojos de sol, y huir a pie mirando reiteradamente hacia atrás. Aterrados, tras esperar casi una hora, fueron al lugar donde yacía el cuerpo de Alice Meyer. Delfín Díaz tomó en sus manos a la joven y comenzó a manosearla, siendo increpado por su compañero. Luego partieron, jurando que jamás dirían una palabra. “A ese yo lo conozco”, le dijo Delfín Díaz a Contreras. A los diez días, el 26 de diciembre, el cuerpo de Delfín apareció colgado de un eucalipto en el Cerro 18, muy cerca de donde todo pasó, tenía puesto en su muñeca el reloj de Alice Meyer.

Los últimos que vieron con vida a Delfín, en el restorán el Pollo Chico, dijeron que a eso de las dos de la madrugada unos hombres —que se identificaron como policías— ingresaron abruptamente al lugar y se llevaron a Díaz, quien se encontraba bajo los efectos de alcohol. «Ando dulce», le habría dicho esa tarde a su amigo el Topo Gigio. A las pocas horas apareció muerto. Según su hermana, Brígida Díaz, había sangre en sus pantalones, a la altura de la entrepierna. Pero en la primera autopsia —del doctor José Dote— la causa había sido el suicidio. En una segunda necropsia la tanatóloga América González señaló que el joven fue ahorcado primero con otro tipo de soporte (y no con la manga del chaleco con el que se lo encontró) y con signos de haber sido golpeado en los testículos hasta dejarlo inconsciente. “Simularon una asfixia por ahorcamiento, pero es una suspensión por terceros estando vivo, en condiciones de pérdida de consciencia y con alcohol en la sangre, lo que actúa como un depresor del sistema nervioso. El cuerpo presentaba lesiones sugerentes de acción de terceros. Todo era compatible con un asesinato”, aseguró la especialista para este reportaje.

Con la muerte de Díaz, Investigaciones dio por cerrado el caso. Pasado a llevar, el juez Fernando Soto Arenas traspasó la causa al OS7 y también les ordenó indagar a la policía civil.

La noticia de la muerte de su amigo habría aterrado al Topo Gigio, quien en los interrogatorios jamás hizo mención a lo que habían visto. Sólo con el caso en manos de Carabineros, en abril de 1986, contó su verdad y sindicó a Mario Santander como el hombre que asesinó a Meyer.

Delfín Díaz conocía a Mario Santander. El joven había trabajado como caddie suplente del Club de Golf de La Dehesa, donde la familia figuraba entre los miembros fundadores. Ese 15 de diciembre —el día del asesinato de Alice Meyer— Santander hijo reconoció que entre las 09:00 y las 14:00 horas había participado de las laguneadas —encuentro anual donde los socios jugaban con el personal— y luego se habría ido a su casa —en un amplio condominio familiar en Raúl Labbé—, donde habría almorzado con su familia y dormido una larga siesta. Aunque, cuando su defensa pasó a manos del abogado Sergio Miranda Carrington (ligado a la dictadura y que defendió al jefe de la CNI, Manuel Contreras) cambió su versión y aparecieron una decena de testigos que habrían participado en el cumpleaños de una amiga de la familia (recuadro 2).

Mario Santander conoció a Alice Meyer a través de su amigo Patrick Hurley. Llegó al restorán München —propiedad de los Meyer— en 1982 cuando el local se había trasladado a Lo Barnechea. Aunque era casado y padre de dos niños, solía pasar casi a diario a comer un sándwich o a tomar una cerveza y aprovechaba de coquetear con Alice. No se cansaba de in- vitarla a salir. Decía: ‘¿Oye, salgamos?, ¿vamos al teatro?, ¿te invito a bailar? Y ella respondía siempre que no”, recuerda Patricia Marsh, amiga de Alice (recuadro 4).

El juez Soto Arenas llegó a procesar a Santander, quien estuvo un año y nueve meses encarcelado. Hasta que se inició un juicio de prevaricación que lo dejó fuera del caso. “El ya tenía aclaradas, tanto la muerte de Alice Meyer como la de Delfín Díaz. Sin embargo, se le tendió una trampa y se le acusó de haber pedido coima para sacar a Santander bajo fianza. No obstante, la Corte Suprema lo eximió de culpa y rechazó la querella de capítulos, acogiendo una solicitud del juez quien estaba defendiendo su honor y probidad”, explica Alvaro González, abogado de la familia de Delfín Díaz.

El abogado asegura que se trató de un “montaje procesal muy bien armado, con gente exper- ta en tribunales, que lograron su objetivo: sacar al juez del caso y se designó a doña Raquel Campo- sano (interinamente al juez Carlos Cerda), para que siguiera investigando ambas muertes. Lo primero que hizo fue devolver la investigación a la Policía de Investigaciones, de esta manera los investigados se transformaron en investiga- dores nuevamente… Ella puso en duda todos los elementos probatorios. Mario Santander salió bajo fianza y con el cambio de juez y los nuevos investigadores, los testigos cambiaron las versiones. Entre ellos, el Topo Giogio, quien finalmente terminó diciendo que había mentido”.

La periodista Zayda Cataldo, de las pocas que reporteó a fondo el caso (recuadro 2) cuenta que lo vió años más tarde. “Estaba sentado en la puerta de un boliche en Lo Barnechea, con los ojos enrojecidos, como inyectados. Lo primero que me dijo fue ‘no doy entrevistas’. Me llamó la atención que estuviese vestido con una parka de marca. No quería hablar, decía que no se acordaba de nada. Le pregunté quién había matado a Alice Meyer y me dijo: ‘Si todos saben, pero no fue mi amigo… Para qué le voy a contar si aquí todos saben…’”.

En vista de estos antecedentes, la causa fue cerrada en 1991 por la jueza Camposano, sin culpables. Hoy defiende su resolución aunque reconoce que pasó la segunda autopsia por alto, lo que podría implicar un vuelco en el caso (recuadro 1).

Después de casi 30 años una especie de shock colectivo enmudeció a los hermanos, amigos y conocidos de Alice. Su habitación permaneció intacta durante años y cada una de sus fotos fueron guardadas para no seguir recordando.

En 2012 la casa en que vivía la familia, en calle Carlos Antúnez, fue vendida a una constructora y posteriormente demolida. A comienzos de este año el padre de Alice, José Meyer, murió sin ja- más ver que se hiciera justicia. Su muerte golpeó fuertemente a sus dos hijos, Erika y Joseph, quienes pese a nuestras insistencias no quisieron hablar. El ex juez Soto Arenas, que ejerce como abogado en Valparaíso, se disculpó diciendo: “Es preferible no recordar estos temas”.

Hoy Mario Santander García sigue como accionista de Sigdo Koppers; su hijo es dueño de la empresa de factoring Incofin. Ninguno quiso hablar para este reportaje.

Jacqueline Shöngut, una de las mejores amigas de Alice, quien estuvo con ella en su última noche —luego de asistir juntas a una fiesta en Isla de Maipo y considerada una de las figuras clave—, no se refirió más al tema. Hoy vive en Caleu. Solicitada para este artículo, argumentó que no se sentía capaz: “Hablar de Alice es algo que todavía me duele”.

El ex cuñado de Santander, Jaime Didier se separó de María Irene Santander y hoy vive en Villarrica. “Quiero olvidar esa etapa”, respondió molesto. El ex subcomisario Luis Gilberto Opazo esquivó los llamados. Y el ex detective Alvaro Mena, también se excusó: “Cuando todo esto termine podremos hablar”.

La causa de Alice Meyer prescribió. Sin embargo, la de Delfín Díaz fue reabierta a mediados del 2014 tras una querella del abogado Alvaro González, en representación de la familia Díaz. El profesional la compara con causas emblemáticas de Derechos Humanos, como el Caso Quemados, donde el juez Mario Carroza acaba de procesar a varios ex integrantes del Ejército como autores, cómplices y encubridores. “Existe un pacto de silencio al cual esperamos poner término. Hacemos un llamado a quienes tienen información para que esto termine”.

Hoy el juez Mario Carroza investiga la arista que involucra a Delfín Díaz. El proceso está en marcha y promete resultados muy pronto.

1.- Las razones de Raquel Camposano

“Siempre tuve el convencimiento de que Mario Santander había sido inculpado y que Delfín Díaz y José Antonio Contreras (El Topo Gigio) eran los culpables”, sostiene la ex jueza Raquel Camposano, a quien le tocó dictar sentencia.
Al leer el expediente y tomar nuevas declaraciones creí que no había mérito para considerar culpable a Santander. Revisé una a una las versiones de los testigos, algunas muy poco consistentes. “Una mujer dijo que vio pasar a Alice con el tipo detrás. Y dice que llevaba un cortaviento rojo cuando en realidad andaba de blanco…
Los horarios tampoco coincidían: uno era después de almuerzo, otro era más tarde, como a las seis o siete…”.

–¿Qué opinión tuvo del Topo Gigio como testigo del crimen?

–Para mí él fue el directo causante de que Santander estuviera preso. Ese proceso fue muy mal llevado, muy tramitado, horrible. El juez Soto le prohibió
a Investigaciones que siguiera y se confió plenamente en el OS7 de Carabineros. Y cuando Delfín Díaz aparece colgado en un árbol y se dice que no se suicidó, sino que lo mataron, el OS7 le pidió al juez que le prestara protección al Topo Gigio durante varios meses; se lo llevaron y lo mantuvieron encerrado en una casa. Luego lo presentan ante el juez. Ahí cuenta que había visto a Santander (asesinar a Alice Meyer) al que reconoció como el autor después de ver una foto suya en el diario.

–¿Lo indujeron?

–No, pienso que él fue el autor junto con Delfín.

–¿Cree que Delfín Díaz se suicidó? Una segunda autopsia dea tanatóloga del SML, América González, señala lesiones por acción de terceros y pone en duda el suicidio…
–¿Cuándo se hizo esa autopsia, hace poco? –No, a menos de un mes de la primera.
–Yo no conozco eso… No he visto esa autopsia que dice todas esas cosas. Mire, en aquel entonces tenía harta pega, no como ahora que leo hasta la última página en el diario, y a lo mejor todo eso me lo pasé.

2.- Las dudas de Zayda Cataldo

Durante los años que duró el proceso, Zayda Cataldo entrevistó a gran parte de los protagonistas esenciales. Uno de sus golpes fue la entrevista a la señora de Santander Infante, María Angélica Vargas Serrano, en revista Alternativa (abril 1986) realizada en las oficinas del abogado Sergio Miranda Carrington.
En ella se refiere a la visita de Investigaciones alacasadelos Santander el 24 de diciembre de 1985, dos días antes de la muerte de Delfín.

“María Angélica dice que los policías hablaron con los padres de su marido porque este no estaba. Los atendieron muy bien con cafecito y bebidas. Cuando
llegó Santander Infante se fue con su padre al cuartel de General Mackenna, donde prestó declaraciones todo el día. Ella dice frases como: ‘Mario aportó mucho más de lo que tú te puedas imaginar’”.
Lo más revelador es que a través de la entrevista de Cataldo el juez Soto Arenas se enteró de esa diligencia. “Aquí hubo tráfico de influencias, me refiero a la policía civil de la época. ¿Con qué atribuciones Investigaciones da por cerrado el caso con
la muerte de Delfín Díaz? ¿Por qué se pierde la declaración de Santander Infante el 24 de diciembre en el mismo cuartel de Borgoño? Y cuando el juez Soto se entera por mi reportaje de la entrevista y pide verla, le dicen que el libro de novedades fue incinerado. ¿Cómo se hace desaparecer una evidencia tan grande y se le niega al propio juez de la causa?”, se pregunta hoy Zayda. Agrega que durante la entrevista a Angélica Vargas, Miranda Carrington tuvo activa participación. “Muchas veces ella estaba dando una respuesta coherente, muy clara y él interrumpía. También le sugería cosas al oído. Uno de los puntos más redundantes de esa conversación es cuando el abogado dice: ‘Mire, ese día se celebraba el cumpleaños de Adriana Figueroa Tocornal –la defensa se basó en los testigos que estuvieron en ese cumpleaños–, yo lo voy a demostrar’ y con mucha parsimonia saca un certificado de nacimiento. Y la señora de Santander agrega: ‘Sí pues, el cumpleaños era para ella, lástima que no fue’. La impresión que me dio es que Angélica Vargas tenía algo que la hacía refutar en cierta medida a su abogado, porque cuando él decía una cosa ella lo contradecía”.

Zayda contrastó esta información con Adriana Figueroa, la cumpleañera. “Le pedí una entrevista y ella se negó. Entonces le pregunté la razón de su inasistencia, y ella dijo: ‘Pero si eso la Gaby (Gabriela Infante) lo sabía desde antes porque también cumplía años mi nieto’”.
Y agrega otra duda: “Según el expediente hubo varios testigos que reconocen a Santander, y lo identifican en la rueda de reconocimiento. Luego con el cambio de juez, modificaron sus versiones. ¿Por qué pasó esto?”.


3.- La defensa de Mario Santander

Luis Ortiz Quiroga, del estudio Puga, Ortiz y Cía. representa hoy a los Santander ante la querella de la familia de Delfín Díaz, que investiga el juez Mario Carroza. Según ésta, Mario Santander Infante (60) y su padre, Mario Santander García (88), serían los autores intelectuales. Como responsables materiales, menciona a cuatro ex funcionarios de Investigaciones: el subcomisario Luis Gilberto Opazo, el inspector Juan Fernando Jiménez y los detectives Patricio Lobos y Alvaro Mena. Como cómplices o encubridores, los médicos José Dote (ex SML) y Mario Darrigrandi (ex forense de la Brigada de Homicidios), quienes habrían adulterado la autopsia para ocultar la verdadera naturaleza de la muerte: tortura y estrangulamiento.
Aunque el caso no se vincula estrechamente con el asesinato de Alice Meyer, de prosperar la querella sería una manera indirecta de hacer justicia. Ante el escritorio del juez Carroza, se han ido presentando los querellados del caso. Acompañados por el penalista Luis Ortiz, Mario Santander padre reconoció que el 24 de diciembre, antes de la muerte de Delfín, fueron a su casa cuatro funcionarios de investigaciones para hablar de Alice Meyer. Pero dijo desconocer si hubo otra reunión en la Brigada. Esto fue ratificado por su hijo, quien no descartó haber conocido a Díaz en el club de golf de La Dehesa.

La estrategia de la defensa es probar que la supuesta conspiración nunca existió. “El fundamento de la querella son sólo afirmaciones, no hay antecedentes”, asegura una fuente en el off. Hoy buscan demostrar que Santander Infante nunca fue interrogado en la Brigada, pese a que su mujer María Angélica Vargas lo mencionó en una entrevista.


4.- La certeza de las amigas

Por caso tres décadas no se habló de Alice. “Era tabú. Pero en 2013 celebramos sus 52
años y fue maravilloso. Hicimos una torta, le cantamos, bailamos y fue súper catártico; un alivio tremendo; logramos sacarle la cosa oscura, horrorosa”, cuenta Carola Gálvez, la amiga a quien Alice le confiaba los asuntos ‘del corazón’. “Ella me contó que un tipo –Santander– iba siempre al restorán y que la estaba molestando; se habían juntado un par de veces por las motos, que a él también le gustaban. El era casado. Así que en el restorán le decían: ‘Oye, ven con tu señora, ¿por qué siempre andas solo?’. Ese día, Alice se lo debe haber encontrado de casualidad. Ella no habría subido jamás a un desconocido a la moto. Quizás él se entusiasmó y ella le opuso una resistencia brutal”.

¿Cree que hayan tenido una relación?

–No, conversé con ella un tiempo antes y estaba cabreada con este asunto. Patricia Marsh, su amiga y casi una hermana, se enteró a los dos meses de la muerte de Alice. Vivía en EE.UU. y estaba embarazada, por eso su familia prefirió no contarle. “Para ahorrame el sufrimiento”, dice entre lágrimas. Al volver declaró ante el juez Soto. “El quería saber si Alice era capaz de llevar a alguien en la parte trasera de su moto. Ella manejaba desde los ocho años, podía llevar un elefante. Después lo sacaron del caso, y partió otra vez todo. Fue realmente desgastador. En un minuto el tío José dijo: ‘No quiero más’. El sufrió grandes pérdidas económicas por el juicio.

¿Usted vio a Santander en el restorán?

–Sí. Era bien entrador, se hizo amigo de los papás, se sentaba con ellos a comer.

¿Los padres de Alice sabían de sus intenciones?
–Creo que sí, pero nunca pensaron que era acoso.

–¿Usted lo consideraba como acoso?
–Sí. Hoy lo hubiera sido, antes no se hablaba de eso. El era muy insistente. Además, Alice había vuelto hace poco de EE.UU., donde conoció a un colombiano que vivía en Miami. Cuando viajé para allá, me pasó un regalo de Navidad: “dáselo a mi pololo”, dijo. Lo envié; lo debe haber recibido cuando Alice ya estaba muerta.