Suscríbete

Delfina Guzmán y Gonzalo Rojas: «Libres de-mentes»

En esta entrevista realizada nada menos que en la mítica casa del poeta en Chillán, estos portentos de la cultura nacional hablaron de su amistad por más de 40 años, se emocionaron, recordaron y rieron. Un registro único, publicado en revista Caras, pieza finalista del Premio Periodismo de Excelencia de la Universidad Alberto Hurtado 2007.

Por Lenka Carvallo Giadrosic. Fotos: Diego Bernales @bernalesfoto.

Delfina: «¿Te acuerdas cuando nos conocimos? Concepción, 1959, puros intelectuales y artistas. Nos encantaba escucharte hablar y recitar tus poesías. Te perseguían las alumnas…». Gonzalo: «Han pasado un montón de años y me siento igual. Tengo fibrosis pero no me afecta en nada. Es lo mismo de lo mismo, ¿no te pasa Delfina?».

Publicada el 17 de noviembre de 2006 en Revista Caras.

Delfina fuma sin parar en la van que nos lleva a Chillán.

«No sé chinita, quedé agotada. ¿Cuándo se ha visto que un homenaje dure tres o cuatro días? ¡Si parecía un Jubileo!».

La actriz se refiere a ‘Delfina Libre-demente’, el reconocimiento de la Fundación de Estudios Iberoamericanos Gonzalo Rojas por sus más de 35 años de carrera artística. Cuatro días de actividades iniciadas en el Centro Cultural Palacio La Moneda y que se replicaron Concepción, donde el poeta y la actriz se conocieron en los ’60, en el Teatro Experimental de la Universidad de Concepción, entonces comandado por Rojas y donde Delfina llegó contratada junto a su segundo marido, Gustavo Meza.

«Imagínate, había una efervescencia espléndida. Yo que era una pendeja de apenas 28 años y me codeaba de tú a tú con monstruos como Ernesto Sábato, Pablo de Rokha, Pablo Neruda, Alejo Carpentier, Mario Vargas Llosa, Allen Ginsberg, que llegaban invitados por Gonzalo… Allá nacieron mis dos hijos menores (Gonzalo y Cristóbal Meza) y terminé por enamorarme del teatro. También me sumé a las filas del Partido Comunista. Era una trabajadora de la cultura. Aunque nos faltaba el dinero, no pasé hambre, sí frío. Nos calentábamos con una ampolleta infrarroja, ¿te das cuenta? Allá la gente de la zona está acostumbrada; llegas a una casa y hasta que no se te ponen los labios morados, ahí recién te pasan un chamanto».

Es sábado, hace calor y con Delfina paramos en un servicentro. Impecable, de polera blanca, pollera de jeans, saluda con simpatía. La gente se acerca. Un hombre le grita que la quiere mucho. Camino al baño, una mujer canosa le sonríe y mostrando sus grandes dientes, le confiesa: «¿Me va a creer que siempre me confunden con usted?». 

Retomamos el rumbo hacia Chillán. Será la primera entrevista de Delfina Guzmán y Gonzalo Rojas juntos. Ella, deslenguada y reflexiva. El, un poeta erótico e ingenioso.


«¡DELFINA, AL FIN LLEGASTE, QUERIDA AMIGA!». Gonzalo Rojas la recibe con su inconfundible con su boina negra, los brazos abiertos, avanzando a pasos cortitos. El poeta nos lleva en un tour por su casa larga y angosta, como tren. Cómplices, hablan de sus nietos, hijos y bisnietos; de la gira que ella acaba de hacer por el sur presentando ‘Copenhague’, obra que pretende reeditar en el norte del país. Un brindis con champagne. Nostalgia.

-¿Te acuerdas Gonzalo cuando nos conocimos? Concepción, puros intelectuales y artistas. Todos éramos amigos. Para nuestro grupo de teatro era habitual pasar a verte después de los ensayos.

-Claro, yo vivía en un departamento al frente del teatro, en la calle Barros Arana… ¡Oh qué pecadora! Porque ahí se encontraban las putidoncellas.

-Nos encantaba escucharte hablar y recitar tus poesías. También ver con qué nueva mujer estabas, porque eras buenazo para el hueveo. Te perseguían las alumnas, siempre con alguna excusa…

-Eso tiene que haber sido por el ’59, antes de la Hilda (May, su segunda mujer). Imagínate, han pasado un montón de años y me siento igual. Tengo fibrosis pero no me afecta en nada. Es lo mismo de lo mismo, ¿no te pasa Delfina?

-Me importa un comino la edad. Tengo 78 y me siento estupenda. Hay gente que me dice para qué cuentas, pero es ridículo, es como taparse la nariz para que no te la vean.

-Esta mujer era fenomenalmente fresca, viva; la lozanía, la gracia humana frente a tanto cretinismo. Y en cuanto a la pitucancia, ella tenía clase, y eso existe desde la Roma Imperial».

-Bueno Gonzalo, y a ti te gusta porque la Hilda y tu anterior mujer también era así…

-Yo tenía una rara llegada con las cuicas y no tenía por qué, aunque yo tampoco era arrotado…

-No pues lindo… Tú sabes bien que cuando empecé a militar en el Partido Comunista me la jugaba entera: salía a vender los ejemplares del Siglo a las poblaciones, iba a las reuniones de célula, todo eso. Y cuando me dieron el carnet del partido en una especie de graduación, alguien dijo: ¡A la Delfina que rompió con su clase! Y resulta que yo lloraba todos los días porque echaba de menos a mi mamá. ¡Era una porquería y no me daba cuenta!. Muchas cosas simplemente sucedían, como cuando me llamaron y me dijeron que había una protesta y yo la palabra no la había oído nunca. ¿Vas a ir?, me preguntó Gustavo. Para qué -le contesté-, si tengo que terminar este sweater para el niño que mañana tiene un cumpleaños (se ríe). Al final partí. Me fui con mi tejido a medias alguien me pidió que le sostuviera un cartel. En eso, paso marchando frente al Hotel Crillon y venía saliendo un tío mío que era de lo más que hay, con abrigo de piel de camello y sombrero… ¡Titita, qué está haciendo!, me dijo… Estoy tejiendo, pues. Ahí recién se me ocurre ver el cartel que decía: ‘¡Arriba el Partido Comunista!’.

-Eso es lo que me gusta de Delfina!. Siembra la libertad donde vaya. Ese espíritu poético que tiene se lo dieron los dioses y ella no tiene la culpa. Te lo dije en una poesía, a tí mujer. ¡Ni te acordai de ese poema!

-¡Cómo no me voy a acordar de Carta a Delfina!

-Ese poema que es político y no erótico, se me ocurrió después de una protesta en que nos tiraron un chaparrón de agua los guanacos.

Delfina: «Fíjate que eso de querer emparejarme, me aburrió…». Gonzalo: «¿Por qué crees que escribí aquel texto llamado: ¿Qué se ama cuando se ama? Le pregunto a Dios: ¿Qué se ama, la luz terrible de la vida o la luz de la muerte?. Desde esa vieja poesía yo te respondo…»



EL NOMBRE DE HILDA MAY, LA SEGUNDA MUJER DEL POETA, ESTÁ PRESENTE A FUEGO EN ESTA CONVERSACIÓN, el gran amor de Rojas y también íntima amiga de Delfina.

«La conocí cuando ustedes estaban en sus primeros escarceos. Ella era adorable, no puedo entender que nos haya dejado. Podíamos estar hablando de cirugía estética y, a los dos minutos, de filosofía medieval. Ella hacía patchwork can el pensamiento. Después nació Gonzalito (Rojas May, el segundo hijo del poeta y el único del matrimonio) y empezó una amistad muy profunda».

Hilda fue alumna de Rojas. En 1960, él se encontraba en París becado por la Unesco, cuando ella golpeó su puerta… «Entonces aparece esta criatura. Me contó que también había ganado una beca para estudiar cultura hispánica y, con toda su alegría y su encanto, me dijo: ya que usted me enseñó un poquito de surrealismo allá en el sur, enséñeme acá también… ¡Me encantó tanto eso! Se produjo entre nosotros una amarra viva. Teníamos que encontrarnos y vernos en un mundo que veía y no veía, como siempre pasa». Toma un poco de champagne y suspira: «Una mujer muy terrestre mi Hilda, igual que usted niña, hermosamente terrestre, con rotación y traslación. La Hilda era así. Ella me imantó y yo no pude ni quise sustraerme».

La amistad entre Delfina, Gonzalo e Hilda se intensificó. Cuando él partió exiliado en Venezuela, la actriz fue a visitarlos varias veces. De vuelta en Chile, no olvidan los paseos a Pichidangui. ‘Todos hablando, ‘emplayados’, con la arena, el mar y la Hilda ‘impeca’, con zapatos, blazer, pollera francesa. Me decía: tú te puedes poner jeans, yo no».

-Llama la atención que un poeta tan mujeriego haya terminado en una relación tan sólida…

-Es que no te imaginas cómo amó esta mujer a Gonzalo, lo suyo era una verdadera devoción. Para ella no era el minoco que se había conseguido, era SU hombre, con mayúsculas. Y yo, que siempre fui antimachista, antimatrimonio, antitodo, porque he tenido experiencias muy malas, verlos me producía una emoción tremenda.

-Fíjate que fueron 30 años con Hilda sin ninguna pifia; no se me ocurrió estar con otra mujer. Y ella, para qué decir. Lo que pasa es que yo soy de hembra estable, me aburre lo otro, y por eso he recibido criticas por haberme casado después de ella, una gracia que repetí dos veces (pone cara de culpable).

-¡Es que éste se embarca!

-Sí, y me da por recasarme entero, sin trampa, en una apuesta absolutamente cretina.

-Y nosotras con la Quena, mi consuegra y amiga, que adorábamos a la Hilda, cuando sabíamos de estos matrimonios nos volvíamos unas fieras…

-¡Pero si no tenía ni la más leve importancia, pues Delfina!

-En cambio a mí, fíjate que esto de querer emparejarme me aburrió. Tuve amores miles y me encantaba, pero me hastié de que todo se transformara en un cuánto te poseo yo a ti y cuánto me posees tú a mí. No soy para eso.

-¿Por qué crees que escribí aquel texto llamado: ¿Qué se ama cuando se ama? Le pregunto a Dios: ¿Qué se ama, la luz terrible de la vida o la luz de la muerte? ¿Qué se busca? Porque uno anda buscando algo. ¿Qué se halla, qué es ese amor? No se sabe. Desde esa vieja poesía yo te respondo. Es muy lindo este juego mijita…

Gonzalo Rojas con su segunda mujer, Hilda May. «No te imaginas cómo amó esta mujer a Gonzalo. Para ella no era el minoco que se había conseguido, era SU hombre. Yo que siempre fui antimachista, antimatrimonio, antitodo, verlos me producía una emoción tremenda».



-Pero usted, Delfina, ha dicho que le aterra encontrar al hombre de su vida a la vuelta de la esquina…

-No me niego, pero la posibilidad me asusta. No está en mis intenciones encontrar el amor. No lo necesito.

-¡Capaz que lo necesite también!

-¿Y usted Gonzalo?

-Yo lo espero. Sin amor no se puede… En eso discrepo contigo amiga: quien no ama, mejor que salga del planeta; no tiene nada que hacer aquí.

-Entonces Gonzalito estoy ad portas de marcharme. El reino de la fantasía es maravilloso, pero la cotidianeidad del amor me aterra. ¡Soy muy insoportable!

-¡Búscate a otro que también sea insoportable!

-¿Para qué, para terminar pegándole con la punta del zapato? El amor tiene que tener una connotación mucho más allá que la relación con la pareja.

-Es verdad; debe haber encantamiento, fascinación… Es difícil, pero cuando ocurre no hay leyes ni plata que valga. Es lo oscuro, lo mágico del portento amoroso. ¿No te pasa eso, Delfina?

-Es que yo no pierdo tiempo en eso, no tengo espacio, no lo pienso. Si tal vez viniera un estímulo de Marte… Pero estoy tan enfocada en mis hijos.

-No desdeñes al amor. No puedes llegar y decir ‘yo no me enamoro’. Lo que debes decir es ‘yo, por pelota, no me enamoro’.

-Insisto, mis hijos todo lo compensan…

-¡Pero no es lo mismo mujer! Yo soy un apasionado, un romántico.

-¿Qué sientes entonces cuando ve que hoy no hay tiempo para el amor?

-En el amor se puede correr, pero en las letras y en el arte eso no es bueno, ni aunque seas Picasso… Hablando de mujeres: ¿no creen que hoy se industrializan, que son todas iguales?

-¡Claro! ¿Sabías Gonzalo que hay tres tipos de pechugas postizas, parada, respingada y redonda?. Hoy el sexo es un deporte. La vulgaridad en que vivimos lo ha empequeñecido, a pesar de que hablamos de la continuidad de la especie, ni más ni menos. Estoy muy sentida con este tema, como picada.

-Insisto, ¿qué pasa con el amor?

-¡Son todos unos miedosos! La gente está cagada de miedo.

-El temor es el nuevo virus -apoya Delfina-. Te permite vender alarmas, seguros, airbags, silicona…

-¡Por eso no hay que ser apolillados y nosotros no lo somos!

-Hay que aceptar que todo ocurre de repente, que todo es posible, como dicen los físicos cuánticos. Y esta calificación excesiva, tratando de aprehender la incertidumbre, que es imposible, se ha transformado en una enfermedad. De la incertidumbre vivimos, es nuestro motor. Cuando lo asumes tu vida cambia.

-¡Mira qué lindo! Dame la mano, Delfina. ¡Qué fantásticas son estos físicos cuánticos! Esos niños son los pensadores, los poetas de hoy. Además porque ahora es muy difícil ser libre…

-Fíjate que una vez me preguntaron si me sentía orgullosa de mi hijo Nicolás. Y yo, que por él me muero, dije que no, porque eduqué a mis hijos para la libertad y no para el poder.

-¡Bien Delfa! Por eso me aburría el viejo PC, porque yo nací anarca, ése era mi juego.

-Es que el fanatismo, como nosotros lo entendimos, era estar dispuesto a cambiar todo. Pero eso resulta en la juventud. El otro día tuve una discusión con mis nietos a grito pelado. Les decía: ‘qué curioso, yo los veo a ustedes en las redes ocupas, en la anarquía, llamando a botar los quioscos de las pobres viejas que están viviendo a costa de eso… Si hay algo que les molesta, no saben qué es ni cómo combatirlo porque nadie les ha dado las herramientas. En cambio nosotros éramos distintos, no nos dejábamos influir por la moda ni por nada. Yo estuve con los pingüinos porque no soy huevona, pero en estos tiempos hay algo que no cuaja.

-Mucha retórica, Delfina, especialmente en lo que parece ser ‘innovante’, cuando no hay nada más viejo que la novedad. Hoy ni la política sirve, se necesita otro juego para situarse con esta realidad cambiante, mutante, difícil…

-El juego de poder se chacreó. No se puede estar la Cámara de Diputados discutiendo toda la mañana sobre la píldora del día después. Es como discutir media hora con el marido si va a comer apio o zanahoria.

Los amigos en la mítica cama (con un estratégico espejo en la cabecera) que el poeta trajo de sus tiempos como embajador en China.


«¿QUE CRESTA ES LA FARÁNDULA?». El poeta exige respuestas.

-Es una vida desbocada, de desenfreno. No sirve de nada pues Gonzalo, un comercio nomás.

-Lo que hizo mi amigo Nicanor (Parra) al colgar a los presidentes es lo mismo: puro farandulismo baratieri. ¡Que se cuelgue él primero! Una cosa es el genio y otra el ingenio, que siempre es peligroso, tramposo, obsceno. Es una falsificación de la vida cotidiana. Y están llenos de miedo los faranduleros, repletos de congojas e inseguridades, conjeturando quién le va a ganar a quién y cuánto les durará el cuarto de hora. Y cualquier tonta, por fea que sea, quiere ser inmortal por ‘su belleza’. ¿Cuál belleza? Qué postizo es todo. La farándula es un gran postizo.

-Por eso, para mí este homenaje es una señal, un síntoma. ¿Tú crees que hace cuatro o cinco años le habrían dado esta importancia a una actriz, madre de cuatro hijos, de doce nietos y cinco bisnietos? Algo está pasando. Significa que hay una posibilidad de poner las cosas en su lugar ahora que prima este horror, esta prensa deshollinadora, este mundo de ignorantes…

-No es un reconocimiento episódico, Delfina, sino que de siempre. Yo constantemente estoy pensando en ti… Mi hijo Gonzalo, que te adora y dirige la fundación que lleva el nombre mío, lo organizó. Tú no tienes la culpa.