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Viaje por la noche más oscura de Miguel Piñera

El hermano regalón del fallecido expresidente intenta procesar la tristeza en su propia ley: hablando con los medios, al lado de sus amigos, tratando de reír para no llorar. “Estoy pasando las penas… Han sido días muy fuertes. Yo pude haber perdido a dos de mis hermanos, no solo a Sebastián. Porque Magdalena se salvó por segundos. Nadie cacha lo difícil que fue”.

Por Lenka Carvallo Giadrosic

(Entrevista publicada el 17 de febrero de 2024 en revista Sábado. Foto: Héctor Aravena, gentileza de El Mercurio).

El portón de la casa está abierto de par en par. Al fondo del patio, en contraste con un amplio muro azul, hay un bar de madera estilo playero, un par de guitarras eléctricas y una lar- ga mesa rústica en la que descansa una hielera, una Coca Cola de 3 litros y una botella de whisky. José Miguel Carlos Piñera Echenique (69) aparece solicitando a toda voz un vaso de agua. “Me muero de sed, tengo la boca seca… Estoy hecho bolsa, llevo cuatro noches sin dormir… ¿Te ofrezco algo? —pregunta— ¡Agua, por favor!”, implora otra vez, y uno de sus amigos —de los tres o cuatro que circulan por la casa del Negro y que se han propuesto acompañarlo en todo momento— llega con un vaso lleno de agua con hielo que él agradece y se toma casi de un tirón.

Ha pasado una semana desde la inesperada muerte del expresidente Sebastián Piñera, el martes 6 de febrero, al capotar su helicóptero sobre el lago Ranco. “Él era mi hermano regalón, era todo para mí”, dice a punto de llorar.

Dentro de la casa hay tres televisores de pantalla gigante en- cendidos, cada uno sintonizando un canal nacional diferente. Los muros del pasillo que conecta con el resto de la casa están llenos de fotos pegadas con scotch; imágenes de cuando el cantante via- jaba por Latinoamérica en moto y con look hippie, con la boina del Che Guevara y guitarra al hombro en Woodstock. Fotos de 1983, cuando cantó en el Festival de Viña. Postales de los viajes familiares en cruceros por el Caribe, el Báltico, el Adriático y el Mediterráneo, siempre invitados por Sebastián Piñera. “Mi hermanito querido”, “mi chatito de oro”, dice con la voz quebrada.

Aunque lucha por mostrarse firme, el Negro está destrozado. “Me lo he llorado todo, no me quedan más lágrimas”, reconoce. “En mi familia estamos todos choqueados; es muy fuerte esto. Él estaba en un momento muy lindo, estaba contento. Sebastián no tenía que morir tan pronto”.

En lugar de pasar a puertas cerradas su pena, el Negro quiere llevar adelante la catarsis en su ley: hablando con los medios y continuar el resto de la noche con los amigos.

Su jornada comienza a eso de las 21:00 horas, con una entrevis- ta con Julio César Rodríguez, que al día siguiente se emitirá en el matinal. “Con Julito somos amigos, hemos carreteado juntos, creo que también tuvimos las mismas pololas, ¿o no Julito?”, le dice, y el animador sonríe.

Cuando la conversación termina, ya son cerca de las 22:00. Hace rato que el músico debía estar en la conferencia de prensa que comprometió con los medios y lo están llamando para preguntar. Nervioso, apura a los suyos. “¿Están listos? ¿Dónde es- tán las llaves del portón? ¿Echaron las botellas de whisky para los periodistas?”.

Nos vamos en su auto. “Ni loco manejo —dice instalado en el asiento del copiloto—. Nica me expongo a un condoro, y que después los medios perjudiquen a Sebastián”, dice hablando de su hermano aún en tiempo presente. “Me cuesta creer que esté muerto, todavía no lo asumo”, dice con tristeza. “Sebastián era más que un hermano para mí, lo era todo, mi amigo, mi padre… Quedé huérfano”, confiesa mientras el auto avanza a toda velocidad por las calles de la comuna de La Reina hacia el restaurant de sushi Ryge, el favorito del cantante. Un lugar con dibujos pinta- dos en neón sobre los muros y una estética que recuerda a calle Suecia en los 80 y 90, la época dorada del Seriatutix y Entrenegros, cuando Miguel Piñera llegó a tener una decena de “boli- ches” y discoteques a lo largo de todo el país y hasta en el Caribe.

En la terraza hay varias mesas pegadas una al lado de la otra, suerte de improvisada conferencia de prensa y comida familiar, con sillas a ambos costados y platos rectangulares con los típicos palitos. “Ya chiquillos, ¿quién quiere una cervecita?”, pregunta el cantante y al instante llegan una decena de vasos de shops y platos con sushi. Los equipos de prensa están confundidos, algunos se sientan, otros toman cerveza, la mayoría continúa de pie. Al final sacan gran parte de las sillas y la conferencia empieza.

Al Negro le tiembla la voz. “Tanta gente que esperó cinco horas afuera del Congreso, a pleno sol —cuenta—. Tengo las manos hinchadas y me duele la espalda de tantos saludos y abrazos que recibí cuando les fui a repartir agua y agradecerles por todo el cariño. Mi hermano querido… Siempre cariñoso conmigo, un buen padre, abuelo chocho con sus nietos y un gran Presidente. Un demócrata de tomo y lomo, chileno de corazón… No me quedan palabras para expresar todo el dolor que tengo en el corazón”.

Recién pasadas las 23:00 hay un momento de calma, si es que con Miguel Piñera se puede hablar de calma. El cantante termina un plato de sashimi, pide un vaso de Coca Cola al que por ahí alguien le añade whisky, y mirando el vaso, explica: “Estoy pasando las penas… Han sido días muy fuertes —sonríe con tristeza—. Es muy duro procesar todo esto. Yo pude haber perdido a dos de mis hermanos, no solo a Sebastián. Porque Magdalena se salvó por segundos. Nadie cacha lo difícil que fue. El helicóptero cayó al agua del lado del piloto, donde estaba la Pichita y Sebastián; pero ella, que ya está viejita y gordita, no podía salir… Mi hermana amaba a Sebastián con toda su alma y, entre todo su pánico, trató de ayudarlo. Pero cuando te has sumergido tres, cuatro metros, tienes que guardar aire para salir… Sebastián alcanzó a soltarse el cinturón, pero el helicóptero se hundió 20 metros y no pudo subir porque no le quedaba oxígeno. Murió ahogado… Magdalena está destruida, llena de moretones”.

Miguel estaba en su casa de La Reina cuando se enteró del acci- dente: “Me llamó un vecino de Sebastián en el Ranco. ‘Negro, cayó el helicóptero de tu hermano al lago y salieron tres personas, pero él no estaba con ellos… No quisiera decírtelo, pero murió’. Noooo, le contesté, debe ser otro helicóptero porque él es muy responsa- ble para manejar”.

Y relata lo sucedido: “Ese día llovía muy fuerte. Él despegó y de repente se vino una chorrera de viento con lluvia que le empañó el vidrio; perdió la orientación, trató de volver y, como venía a muy baja altura, una de las hélices tocó el agua y se fue a la cresta…”.

—A usted no le gustaba nada ese helicóptero…

—Le tenía terror; cuando andábamos en la primera campaña presidencial, me moría de miedo porque Sebastián iba con el computador prendido, manejando y hablando por celular. Me acuerdo que Allamand y Espina viajaban atrás, muertos de miedo. ‘Tranquilo’, me decía Sebastián. Había un cerro bajito y le pedí, ¿sabes qué más? Déjame acá… ‘¡¿Me estái hablando en serio?!’, contestó. Sí, yo no sigo arriba de esta cuestión. Y como él tenía ese humor negro, aterrizó nomás… Era un cerro en medio de la nada… Pensándolo bien, le dije, sigamos el viaje, y me subí calladito nomás. Fuera de esa historia, era un buen piloto mi hermano, tenía mucha experiencia.

Hace una pausa.

“Él no debió andar en el Robinson, que era chiquitito, para morirse de terror. Mi hermanito querido tenía mucha plata, podía haber tenido el Mercedes Benz de los helicópteros. Con los autos también era austero; no andaba por ahí dándose lujos. No se compró ni un avión… Bueno, compró LAN Chile (bromea). Yo con toda esa plata me pago un yate y voy a viajar por el mundo con todos mis amigos y amigas”.

—Su madre le hizo jurar a Sebastián en su lecho de muerte que se haría cargo de usted. ¿Quién lo va a cuidar ahora que él ya no está?

—Todos. La Magdalena, el Polo, mis sobrinos. La Pichita me dijo que me fuera a vivir con ella porque sus hijos ya son grandes, está separada y su departamento es enorme. Pero no me aguantaría ni un día; estoy acostumbrado a mi casa, a hacer fiestas, asados, cantar con los amigos y además tengo mi estudio de música. De vecinos tengo un gimnasio a cada lado y puedo hacer todo el ruido que quiera. Se volvería loca.

Se acerca un par de mujeres jóvenes:

“Holaaa, ¿cómo está? (dice una con voz aguda). Soy Paulina. Oiga, le quiero pedir un favor enooorme… Aquí mi amiga está de cumpleaños y quería pedirle una selfie, ¿puede?”. El Negro saluda. “¿Cuántos cumplió, mi niña hermosa? Ahh, 36”. Se toma la foto y conmina a todos los que están en el restaurant: “¿Chiquillos, me ayudan?”. Y desde todas las mesas cantan a todo pulmón el cumpleaños feliz.

“Magdalena amaba a Sebastián con toda su alma y, entre todo su pánico, trató de ayudarlo. Pero cuando te has sumergido tres, cuatro metros, tienes que guardar aire para salir”, dice Miguel, sobre el momento del accidente.

“Para el estallido social, a Sebastián lo acusaron por validar los atropellos a los derechos humanos, cuando él los defendía a brazo partido. En su sector le decían que sacara a los militares a la calle, pero él se la jugó por la democracia. Un chileno de corazón, que siempre puso a su país en primer lugar, incluso antes que a su familia. Era de otro mundo mi hermano. Ayudó a mucha gente, también a Gladys Marín cuando ella tuvo un problema muy grave de salud (estaba enferma de cáncer). Yo a ella le tenía una tremenda admiración; una mujer guerrera, luchadora; defendía sus ideales con convicción. La única comunista a la que he admirado. Ella valía oro”.

—¿Cómo vivió el estallido social?

—Fueron los días más difíciles de mi vida. El 18 de octubre yo estaba de cumpleaños; lo estaba celebrando en un restaurant en Vitacura cuando alguien me dice: “Negro, está la cagá en el centro, se están quemando edificios, el metro… Hay como una especie de estallido”. Al día siguiente me pegué la cachá. Luego los vándalos empezaron a juntarse todos los viernes; quemaron iglesias, boli- ches, de todo. Fue un golpe de Estado donde trataron de derrocar a mi hermano… Las personas fueron muy crueles con él. También el Presidente Boric. Nunca me voy a olvidar cuando dijo en la campaña presidencial: “Piñera, estás avisado…”.

—¿Qué pasó cuando se encontró con el Presidente Boric en la ceremonia de despedida por la muerte de su hermano, en el ex Congreso Nacional?

—El Presidente Boric reconoció que fueron injustos con él más allá de lo razonable y le agradezco su mea culpa. No tengo rencor, pero después hablamos y le dije: Presidente, lo felicito, muy lindas sus palabras, pero podría haber sido antes el mea culpa, cuando Sebastián estaba vivo, porque lo pasó muy mal. Las ministras Tohá y Vallejo se portaron muy bien con nosotros y fueron muy cariñosas conmigo. Con Evelyn Matthei nos abrazamos tantas veces.

Y confiesa: “Estaban muy yuntas con Sebastián; se veían harto últimamente. Porque con el republicano, ¿cómo se llama el rubiecito? No. La candidata de mi hermano siempre fue la Evelyn”.

—¿Cree que la alcaldesa podría ser su heredera política?

—Sebastián es inigualable, no hay nadie que pueda tomar el sitio de mi hermano. Pero no tengo la menor duda de que Evelyn será la próxima presidenta de Chile y yo feliz trabajaría por ella. Porque los otros chiquillos (dice por la generación que hoy está en el Gobierno) son muy jóvenes todavía… La Vallejo es buena onda, me gusta como habla, pero no tienen la experiencia, por eso es que está la cagá en el país.

“Mi perrito, ¿está todo bien? ¿Después nos vamos a recorrer la casa?”, le pregunta uno de sus amigos. “¡A recorrer, pa’ pasar las penas! No quiero estar solo… ¿Chiquillos, han tomado algo?”, agrega Miguel.

De a poco sus amigos se integran a la mesa. “Él es Juan Antonio Huinca, mi ahijado; no toma, no fuma, me lleva a todas partes en el auto y me cuida. Sebastián lo quería mucho. Además, tiene una tremenda voz”.

Juan: “¿Te acordái que estuvimos cantando con Sebastián para las bodas de oro en su casa? (Con Cecilia Morel celebraron 50 años de matrimonio el 23 de diciembre). Le quitamos la guitarra a un tipo que estaba cantando en inglés, después tu hermano se subió y no quería bajarse…”. “Sí, dejamos la escoba…”, dice el Negro, nostálgico. Y recuer- da otro momento: “Cuando volví de Cancún (donde los Piñera Mo- rel pasaron el año nuevo), íbamos en el auto a Viña cuando me hizo una videollamada. Eran las 7 de la tarde y me dijo: ‘Negrito, qué bueno verte en pie a esta hora, que estés activo…’. Él encontraba que yo estaba gordo y me sacaba a caminar. Así que se entusiasmó y me dijo: ‘ahora tienes que empezar a subir escaleras’. Porque él hacía eso: subía peldaño a peldaño los 22 pisos hasta su oficina en Vitacura. Así que en el hotel hicimos lo mismo y posteamos un video en Instagram cuando llegué al piso 10. Sebastián estaba feliz. Hasta me mandó unas zapatillas de regalo…”.

El Negro saca su celular. “He subido varios videos bien bonitos dedicados a mi hermano. ¿Sabes cuántas visitas tengo ahora en Instagram? 27 millones, el doble de la población de Chile”. Abre la aplicación y empieza a revisar los 18 posteos que ha subido desde que su hermano murió. Con los ojos húmedos, larga una carcajada: “Ya no sé si río o estoy llorando”, dice y baja la cabeza. “Estoy escribiendo una canción para mi hermanito querido. Tiene que ser la mejor canción de mi vida, pero ha sido la más difícil: tomo la guitarra y me pongo a llorar, trato de componer y no me sale nada…”.