A dos meses de la muerte de su madre, a los 98 años, Jaime Amunátegui Barros recorre algunos de los capítulos más importantes de quien fuera una artista fundamental de la escena chilena. Desde su vida itinerante como hija de un diplomático supuestamente nazi, su pasado como mujer de izquierda, el “autoexilio” en el corazón de Kenya en la primera década de la dictadura y lo que pasó cuando en 1984 él se casó con Jacqueline, la hija menor del general Pinochet: “Las presenté cuando nos pusimos a pololear y se cayeron fantástico. Fue una relación excelente, pero no hablaban de política”.
Por Lenka Carvallo Giadrosic.
(Entrevista publicada en Revista Sábado el 2 de marzo de 2024. Foto: Cristián Carvallo, gentileza de El Mercurio).
Han pasado algo más de dos meses desde la muerte de Carmen Barros Alfonso, el 23 de diciembre de 2023, y en su departamento en la calle Padre Mariano, todas las ventanas están abiertas. Poco acostumbrado a las entrevistas, Jaime Amunátegui (71), el hijo menor de quien fuera una de las figuras fundamentales de la escena artística chilena, se mueve algo nervioso por este espacio cargado de recuerdos. Aquí están los muebles que parecieran hechos a la medida de la menuda actriz; el piano en ma- dera natural donde es posible imaginarla entonando las melodías que la hicieron famosa en los ‘40, cuando debutó con el nombre de “Marianela” en Radio Agricultura. O en 1961, como la “Carmela” en el estreno de la primera versión de la Pérgola de las Flores. Sobre un arrimo está el retrato de su padre, Tobías Barros Ortiz, exmilitar y diplomático, varias veces ministro en el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, de quien fue un estrecho colaborador. A un costado, un dibujo en carboncillo de su mamá y, en el centro, una imagen donde la actriz posa coqueta para una producción en la revista Caras.
“Mi mamá murió el 23 de diciembre, en vísperas de Navidad. Habría cumplido 99 años el pasado 7 de enero”, cuenta Jaime Amunátegui. “Ella sabía que le quedaba poco y empezó a prepararnos. Fue muy lindo, porque vimos que se iba contenta”, dice en cuanto a sus hermanas Bárbara (74) y Loreto (73).
La “Maye”, como la llamaban en la familia, poco a poco se fue apagando. “Primero fue una trombosis, a lo que siguió una caída en el baño. De ambas se recuperó, pero desde los últimos cuatro años sufría de anemia y estaba muy desanimada, porque ella siempre fue una mujer muy activa y ya no podía ensayar ni actuar”. Amunátegui mira por la ventana y declara: “Durante los últimos cuatro años viví aquí con mi madre, aunque siempre hicimos mucha vida juntos; los sábados íbamos al cine y el domingo almorzábamos en el Ají seco de Manuel Montt, que a ella le gustaba mucho; pedíamos una botella de sauvignon blanc y ella tomaba una copa. Le gustaba todo lo peruano, porque ahí pasó una parte de su niñez, cuando mi abuelo era embajador”.
En Lima, Carmen aprendió a tocar el piano y partió su interés por la ópera. Luego, Tobías Barros fue destinado a Berlín, a comienzos de la Segunda Guerra Mundial, y ahí permanecieron entre mediados de 1940 y comienzos de 1943, cuando las relaciones diplomáticas de Chile con el Eje se rompieron. “Yo tenía como tres años cuando a mi abuelo lo nombraron embajador en Roma y luego en Berlín. A él le tocó presentar sus cartas credenciales a Adolf Hitler”, recuerda.
—¿Él apoyaba al régimen?
—No, pero lo acusaron de nazi. Pero eso no era verdad; lo que pasó es que cuando fue a presentarse con el führer, le cayó muy bien a Hitler… Pero de ahí a estar avalando las muertes y genocidio, no tiene nada que ver… Al contrario: mi abuelo salvó a varios judíos y alemanes.
Carmen Barros se casó con el piloto Jaime Amunátegui Silva. Tuvieron tres niños, pero el matrimonio no duró mucho. Cuando Jaime hijo no cumplía todavía un año, se sepa- raron. La actriz se fue con ellos a vivir a la casa de sus padres en Ñuñoa.
“Yo estudiaba en el Saint George y mi mamá cantaba junto a otros tres hombres en un programa que se llamaba ‘Marianela y los gatos musicales’… Cada vez que peleábamos con mis compañeros, ellos me molestaban con mi mamá; te estoy hablando de una época en que ser actriz era visto como de lo peor. Ella era diferente, nada que ver con las madres de mis amigos que iban a dejarlos al colegio. La ‘Maye’ trabajaba, tenía otros horarios y no la veíamos mucho, pero nunca sentí que nos hubiese dejado tirados. Ella estaba tranquila, porque mis abuelos eran sensacionales con nosotros. Siempre he dicho que tuve dos madres y dos padres”.
—¿Ellos estuvieron de acuerdo con que su hija fuera actriz?
—Sí, siempre. ¿Sabes lo que pasa? Mi mamá estudió ópera, pero tenía que ganar plata para no cargarles la mano y le fue mucho mejor como cantante popular. Luego, Santiago del Campo, periodista de la Radio Agricultura, la descubrió cuando tenía 19 años, le puso “Marianela” y se hizo famosa.
Jaime Amunátegui egresó del Saint George, a fines de los 60. Entre sus compañeros de generación estaban Francisco Sabatini, Eugenio Tironi, Francisco Pérez Yoma y más de algún militante del MIR. Pero a él no le interesaba la política, solo quería viajar e irse a Australia. Mientras conseguía su visa (que le rechazaron tres veces) estudió y abandonó Negocios en la Universidad Católica de Valparaíso, Ciencias Políticas en la Universidad de Santiago e hizo un curso de mecánica de autos. Al final, consiguió irse a Sydney. “Mi sueño era juntar plata y recorrer el mundo; allá trabajé en una lavandería, llevando de un lado para otro toallas mojadas, sábanas, súper agotador; también conté transistores en una fábrica de Phillips. Estuve en el país 22 meses y, con lo que reuní, viajé por Asia, India, Ceilán, las Seychelles. Terminé en Nairobi y me quedé tres meses, porque ahí estaba mi cuñado diplomático, mi hermana Bárbara y la ‘Maye’”. Carmen Barros había llegado a la capital de Kenia después del golpe militar, en diciembre de 1973, y se quedó hasta 1983, período en el que trabajó como funcionaria de la ONU en temas medioambientales. Ese mismo año Jaime Amuná- tegui era gerente de ventas de Lan Chile. Acababa de aceptar un traslado a Lima, cuando conoció a Jacqueline, la hija menor de Augusto Pinochet. El idilio duró diez meses y se casaron.
—¿Cómo la conoció?
—Fue por un amigo mío que estaba pololeando con ella… Nos habíamos alojado en el mismo hotel en Viña y de repente bajé al bar, ahí estaba ella y nos pusimos a conversar. Esa misma noche salimos y desde ahí empezamos a vernos cada vez más seguido.
Las visitas se hicieron cada vez más frecuentes: “Ella lo pasaba fantástico y, además, nadie la reconocía. Usaba el nombre de Jacqueline Hiriart. Teníamos un guardaespal- das que nos seguía en un escarabajo igual al mío”.
Pero los viajes de la menor de los Pinochet Hiriart empezaron a causar cada vez más preocupación entre las autoridades de ese país. “El embajador de Perú en Chile y la nuera del Presidente Fernando Belaúnde Terry me manifestaron cada uno en su momento que en el gobierno no estaban nada de contentos”.
—¿Por qué, concretamente?
—Imagínate, ¿qué habría pasado si el Sendero Luminoso hubiese secuestrado a la hija de Pinochet o atentaban contra ella y la mataban? ¡Quedaba la grande! Al final, me llamó el general Ballerino, que era el brazo derecho de Pinochet, y me dijo: “Jacqueline no puede ir más allá. Usted sabe que nosotros no obligamos nunca a nadie (ríe), pero usted tiene que tomar una decisión”. Casi me hago pipí. Me vi en la obligación de volver… Llegué a Chile el 30 de enero y el 31 me estaba casando”.
El matrimonio fue en el Palacio Presidencial de Cerro Castillo. “Jacqueline ya se había casado antes por la Iglesia, así que fue una ceremonia civil, con una fiesta de lo más moderada”.
—Dicen que sus hermanas y su madre no quisieron ir…
—Ella estaba en México con mi hermana Bárbara, que vivía allá. Yo pensé lo mismo, pero ella me juró que no había podido conseguir pasajes… Ahora creo que debe haber estado feliz de que le pasara y no tener que ir al matrimonio. Cómo le iba a gustar si eso le podría haber traído problemas con los actores… Para ellos habría sido horrible verla en un matrimonio en Cerro Castillo al lado de Pinochet. Pero sí estuvo mi tío, mi abuela, mi hermana Loreto, que era muy amiga de Jacqueline, pese a ser la más izquierdista de la familia, y su marido, al que no le gustaba para nada estar en ese lugar.
—¿Cómo era la relación entre su mamá y Jacqueline?
—Las presenté cuando nos pusimos a pololear y se cayeron fantástico. Fue una relación excelente, pero no hablaban de política. El único que se sentía incómodo era el ma- rido de mi hermana Loreto; cuando se tomaba unos tragos, le decía con voz muy grave: “Oye, yo no comulgo con las cosas de tu papá”. “¡A mí qué me importa we…!”, le contestaba ella.
—¿Como familia nunca les causó incomodidad?
—Nada, cero.
—¿Su mamá nunca le mencionó nada? Ella fue de la Izquierda Cristiana y con el regreso de la democracia, militó en el PPD…
—Ella era de ideas de izquierda, pero moderada. Pero en serio, a ella le cayó altiro bien porque era genial, muy divertida.
—Y usted, ¿cómo se llevaba con su suegro?
—Bien. El viejo me adoraba, me tenía muy buena; en el verano se iba a Cerro Castillo y me invitaba a comer carne a un restaurante que le gustaba, no me acuerdo cuál. Ahí nos tomábamos unos tres o cuatro clavos oxidados cada uno y hablábamos de todo. Una vez le pregun té por qué había matado a tanta gente… “Mire pue iñor (dice imitando la voz), a mí Galtieri me tocaba y me tocaba la oreja; quería pelear conmigo (dice sobre la crisis entre Chile y Argentina, en 1978, donde los países casi se van a guerra). Ahí conseguí que fuéramos donde el Papa, que nos prohibió que peleáramos. Salvé a 40 millones de argentinos, a 17 millones de chilenos de una guerra y me vienen a joder por dos mil muertos…”. Otra vez le pregunté, ¿y por qué los trata a todos de comunistas? “Mire pue iñor. A mí personas como la Carmencita, por ser de la Izquierda Cristiana, no me molestan en nada, pero las personas como ella le abren la puerta a los comunistas, por eso digo que todos son comunistas”.
El matrimonio de Amunátegui con la menor de los Pino- chet duró dos años y tuvieron tres hijos: Sofía, Jaime y Lucía.
—¿En qué quedó la relación con sus hijos después de la separación?
—Nunca pude verlos todo lo que habría querido. Jacqueli- ne me ponía toda clase de problemas. Hasta los 14 años, Jaime no quería saber nada de mí; hasta que un día su mamá habló con él y le reconoció que muchas de las cosas que le había contado de mí no eran ciertas. Después de eso, él fue a verme a Quintero —donde yo vivía— y lo pasamos súper bien. Él pasaba metido aquí en el departamento y cantába- mos juntos. Aunque a veces peleamos, ahora estamos súper bien con la Jacqueline.