La ministra, quien acompaña a Gabriel Boric a su primera cumbre internacional, admite: “Todo eso es muy bueno, pero al igual como sucede en Chile, representa un desafío gigante, por las expectativas que produce”.
Por Lenka Carvallo
«La admiración por el Presidente es increíble, no estoy exagerando. Es un orgullo acompañarlo”, asegura la ministra de Relaciones Exteriore, Antonia Urrejola, quien en estos días ha sido testigo del desempeño de Gabriel Boric en su primera cumbre internacional, en el encuentro de la Organización de Estados Americanos, la más importante hasta ahora para el mandatario.
“No es que esta gira sea un examen para el Presidente, pero aquí ha desplegado su visión en política exterior y dado cuenta de su hoja de ruta, especialmente para la región, que es nuestra prioridad en materia internacional”, afirma sobre el encuentro que finaliza hoy en Los Ángeles, California y que tuvo como foco la crisis migratoria, la crisis climática, la protección de los océanos y el conflicto en Ucrania, entre otros.
Ahí Boric se codeó con una decena de mandatarios latinoamericanos, aunque han sido las imágenes que dejó en su encuentro con el anfitrión, el presidente norteamericano Joe Biden, lo que acaparó todos los focos. Aunque nada igualó el impacto que causaron los registros de Boric junto al primer ministro Justin Trudeau en un pub en Ottawa, donde cerraron una intensa jornada de bilaterales y reuniones con diferentes organizaciones.
“A veces le digo al Presidente: no sé si tú tienes noción del impacto que genera tu liderazgo a nivel regional y mundial”, admite la ministra. Aunque con franqueza, reconoce: “Todo eso es muy bueno, pero al igual como sucede en Chile, también representa un desafío gigante, por las expectativas que genera”.
Desde que Antonia Urrejola ingresó al edificio que alguna vez albergó al Hotel Carrera, la recorrió una emoción intensa: fue en este lugar donde celebró con sus padres el día en que se graduó como abogada de la U. de Chile. Hoy en ese mismo espacio, la ministra participa de un hito histórico, cuando una nueva coalición de gobierno asume el poder luego de 30 años. Una generación que ella observa a partir de su líder presidencial, a quien conoce desde que él era diputado y la llamaba para consultarla en temas de Derechos Humanos y materias internacionales.
—Le ha tocado atestiguar como nadie la percepción que existe de Boric en el exterior, ¿qué ha recogido?
—Lo ven como un líder empático, honesto, que escucha y mira a los ojos. También por esa libertad suya de decir lo que piensa, sumado a su estilo medio informal que logra la empatía de los líderes de la región y también en los países europeos. Para el cambio de mando uno de mis hijos estuvo en Croacia; cuando decía que era chileno todo el mundo saltaba y decían ¡Boric, Boric! Es un héroe nacional, todo el mundo sabía de él. Eso lo he visto en muchas partes.
Aunque más allá de sus atributos, declara:
—El Presidente ha marcado una diferencia en materia de DD.HH. cuando recalca que su gobierno es profundamente latinoamericano pero que condena las violaciones sin sesgos… También una frase que él repite harto: “sin prisa pero sin pausa”, y que encierra su convicción de que para hacer transformaciones se requiere de consensos, de diálogo, de recomponer nuestro tejido social, pero sin dejar de trabajar.
Con un posgrado en Derechos Humanos, Antonia Urrejola (53 años, casada, cuatro hijos, una de las fichas del PS en el gobierno y representante del bacheletismo en los pasillos del poder), tiene una historia ligada a los derechos fundamentales, tanto en su biografía personal como en lo profesional: fue asesora del Ministerio del Interior para el Programa de DD.HH, Memoria, Verdad y Justicia (2003-2005). Integró la Comisión Especial de Pueblos Indígenas para el Ministerio de Bienes Nacionales con Patricio Aylwin. Fue consejera senior de la OEA (2006- 2011). Y en esta misma materia asesoró a la Segpres(2012-2017) hasta que el 2018 fue designada en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y llegó a presidir este organismo, como parte de la primera directiva integrada sólo por mujeres.
La vocación de Antonia Urrejola por los DD.HH es de raíces profundas. La menor de 7 hermanos, es hija del economista y arqueólogo, Carlos Urrejola Dittborn, y de María Inés Noguera Echenique (descendiente de los presidentes Francisco Antonio Pinto y José Joaquín Prieto Vial). “Él era profesor del Instituto Pedagógico y mi mamá hacía clases en La Maisonette cuando vino el golpe militar”, cuenta. “Vivíamos en una parcela enorme al lado de la Casona de Las Condes. La compró mi papá cuando no había nada. Lo acusaron de loco, e irresponsable. Era un fundo, con vacas donde mi hermano iba a buscar leche”, cuenta la ministra quien se mantiene en la parcela, hoy de 5.000 metros, con su madre, uno de sus hermanos. “Es- tamos en casas separadas pero sin cercos. Mis hijos han tenido una infancia parecida a la que tuve, con todos sus primos”.
Sin embargo, el lugar también ha sido escenario de momentos oscuros.
“Mis papás no pertenecían a ningún partido, pero escondieron aquí a mucha gente. Yo tenía 5 años y me decían que estaban jugando a las escondidas, que yo era parte del juego y no podía contar nada, ni siquiera a las hermanas de mi mamá… Pero luego un vecino notó que había movimiento y nos allanaron. A mi papá se lo llevaron a Tejas Verdes y después a mi mamá a Villa Grimaldi. En uno de los allanamientos los militares se quedaron en la casa, deben haber sido una o dos noches. Nos quedamos con una de mis abuelas; por suerte no nos hicieron nada, pero ver militares con armamento para una niña chica es bastante fuerte”.
Su abuelo materno era de derecha y apoyó el golpe. “Al principio no creía lo que estaba pasando, pero cuando mi papá desapareció y nadie sabía dónde estaba, o si lo habían matado, llegó a hablar con Manuel Contreras y Jaime Guzmán”.
Sus padres dejaron Chile en el plan de refugiados de Naciones Unidas. “Salió primero mi papá y luego mi mamá. Nosotros nos quedamos acá con unos tíos. Ellos partieron primero a Perú y luego a Inglaterra, donde llegamos nosotros después de varios meses… Los ingleses nos recibieron con los brazos abiertos. Mis padres fueron muy resilientes y trataron de darnos cierta normalidad. A pesar de todo tengo buenos recuerdos, creo que tuve una infancia muy linda”.
—¿Nunca un trauma, un dolor?
—No, pero hace algunos años, como comisionada de la CIDH fui a Nicaragua y estuve con las madres de estudiantes que habían sido asesinados… Me dio una crisis y empecé a tener pesadillas. Fui a hablar con una psicóloga y me dijo: “Está despertando tu historia; tú también eres una víctima”. Eso me marcó.
—¿Sus padres alguna vez les contaron lo que vivieron mientras fueron detenidos?
—No. Recién hace unos años supimos que mi mamá estuvo en Villa Grimaldi; nos enteramos por uno de mis hijos que fue con su curso del colegio y vio la inscripción… Le preguntamos a mi mamá, por qué nunca nos contó. Contestó: “es que no me torturaron, nunca me hicieron nada…”. Pero la tuvieron al menos 24 horas desnuda, esposada y vendada. Bajo la tela veía los pies de los prisioneros que llevaban para identificarla… Veía sus piernas ensangrentadas, a algunos les reconocía la voz. Todos la negaron y por eso la soltaron. Ahora tiene deterioro cognitivo progresivo y está muy pegada con el golpe.
Su papá jamás mencionó el tema, ni siquiera cuando Urrejola era encargada del programa de DD.HH y Memoria del Ministerio del Interior y le pidió que declarara ante la Comisión Valech.
“Decía que eso para aquellos que habían sido torturados y que vivieron penurias económicas, que él no había no había tenido nunca ese problema. Yo le decía que podía renunciar a esa compensación pero no hubo caso…”. Y recuerda: “La única vez en que algo dijo fue el día que tomaron preso a Manuel Contreras; contó que lo conocía muy bien porque iba a Tejas Verdes… Todos nos quedamos mu- dos”.
—Fue una costra de silencio...
—Mi papá murió de cáncer de boca… Fumaba, pero le podría haber afectado el pulmón, otra parte del cuerpo… Una amiga me dijo ¿te das cuenta lo que simboliza?
—Con esa biografía, debe ser complejo que el gobierno haya decretado el Estado de Excepción y que ahora planee extenderlo nuevamente.
—Hay un conjunto de dilemas que no son solo de la izquierda, sino de todo el mundo de los DD.HH. en cuanto al rol de las FF.AA. en materia de seguridad pública… En los estándares latinoamericanos se establece esta posibilidad como una excepcionalidad.
Se queda pensando:
—Lo que más me conmueve y me preocupa es cómo Chile logra de una vez por todas que, tanto con el pueblo mapuche así como con todos los pueblos indígenas, podamos de una vez reconocernos mutuamente. Por supuesto que hay temas de seguridad y demandas territoriales, pero ante todo lo que se necesita es diálogo
político e intercultural.
—En la cuenta pública, el presidente Boric la mandató a liderar la primera política de RR.EE. feminista de la historia. Ha nombrado a muchas mujeres en puestos clave y entiendo que se rodea de mujeres en la Cancillería. No debe haber caído nada bien en un ministerio desde siempre liderado por hombres…
—Si lo sienten así, no me lo han dicho. Ahora, que a los 53 años me sigan tratando de ‘mijita’, es algo que hace mucho tiempo no me ocurría. También me ha sorprendido el tono con que muchos hombres me escriben para darme ‘consejos’; mientras las mujeres son prudentes y dan sus puntos de vista, casi pidiendo perdón, ellos me retan: te vi en tal entrevista y te equivocaste en decir eso, requieres más precisión, sería bueno que le hicieras ver al Presidente tal cosa… Tanto que en algún momento les he dicho: quisiera saber si con cancilleres anteriores has usado ese tono… Hay un ma- chismo tan metido que creo que no se dan cuenta.
Algo molesta, añade:
—También he sentido mucho esto de: ‘es que esta niña viene de los Derechos Hu- manos’. Como si ese mundo no fuera político: trabajar en la CIDH es como caminar permanentemente sobre huevos; cuando te relacionas con los Estados en esta materia hay que saber hacer diplomacia, cuán- do denunciar o abrir puentes. No es ningún mundo lindo y yo no soy una niñita.
—La cancillería es lejos el ministerio más elitista del gabinete, internamente se mantiene en otra época… Usted también proviene de una elite.
—Tanto la familia de mi mamá como la de mi papá pertenecen a la aristocracia chilena, pero en Inglaterra vivimos en un pueblo de la clase trabajadora, cerca de un sector minero donde no existían las diferencias sociales. Cuando volví a Chile me chocó descubrir que había clases muy marcadas. Siempre me ha chocado y me sigue chocando cuando me preguntan si soy de los Urrejola de Concepción o en qué colegio estudié. El Presidente hablaba en su cuenta pública de este Chile fragmentado, donde hay una fractura del tejido social y lo que demostró el estallido social fue precisamente eso. Como Canciller me relaciono con todos de igual a igual. Hay mucho de mito con esto del embajador elegante, con maletín y corbata. Pero en la cotidianidad no es así. Lo que más me impresionó fue el primer día. Junto a los dos subsecretarios fuimos piso por piso saludando a la gente. Algunos salieron de sus oficinas muy contentos y otros no. Qué maleducados, pensé, pero me explicaron no era eso, sino que no estaban acostumbrados a que los ministros se pasearán por los pisos y que, además, ellos sólo se relacionan directamente con sus jefes. Me impactó. Las jerarquías son importan- tes en la administración pública y también muy necesarias, pero mi esfuerzo es venir a chasconear un poco.