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Nelson Caucoto: «Me siento culpable… Celebré esas migajas de justicia»

En esta entrevista, publicada en agosto de 2019 en La Segunda, el reconocido abogado de Derechos Humanos, critica duramente a la Concertación por haber permitido la impunidad de quienes asesinaron y violaron los derechos fundamentales de miles de chilenos. También apunta a los tribunales de dictar ‘penas irrisorias’. «Se nos hizo creer que habría espacio para la justicia pero fue un chantaje». Por Lenka Carvallo Giadrosic. Foto: Alejandro Balart (gentileza de El Mercurio).

Él mismo compra frutas y verduras en la feria y los mariscos que se cocinan en su casa en el barrio de El Llano en San Miguel. Juega a la pelota en la liga universitaria de La Reina; y no se pierde los partidos del Colo Colo, equipo del cual Nelson Caucoto es hincha. Estos son parte de los ritos que el emblemático abogado de Derechos Humanos practica desde hace décadas para escapar del horror y desconectarse.

“No queda otra. En esta pega tienes que desenchufarte o estás jodido; éste es un trabajo demasiado fuerte y, si te quedas pegado, no resistes”, argumenta uno de los fundadores de la Vicaría de la Solidaridad y quien un papel clave en la denuncia y persecución de los autores de algunos de los más macabros crímenes perpetrados en la dictadura militar.

Sobre su escritorio, entre rumas de hojas gastadas, están apiladas algunas de sus causas: Quemados, Degollados, entre otros. “La historia de nuestro país se puede contar a través de los expedientes judiciales”, declara. Claro que este mueble no alcanza para reunir las más de 200 querellas en las que ha sido litigante, por décadas en el rol de perdedor, curtido por las constantes derrotas, en las que debía volver a apelar una y otra vez hasta conseguir una sentencia “más o menos favorable”.

“Hay que soportar tantos portazos… Si un ingeniero comercial hiciera un balance de las ganancias y pérdidas que tenemos los abogados de DD.HH., ¿qué diría?: “Esta empresa está quebrada, no sirve…”. En cambio nosotros, si bien sabemos que estamos al debe, lo apostamos todo por seguir. En 1998, en plena democracia, yo alegaba todos los días en la Corte Suprema y siempre perdía 6-0, contando entre ellos al auditor del Ejército. Así fue por años. Era una derrota constante. ¡Me acostumbré a perder!

—¿Cómo influye eso en el estado de ánimo?

—Afecta, ¡por supuesto! Pero a la larga sabes que tienes la razón y hay que seguir no más. Se necesita cuero duro para ser abogado de DD.HH.

«Nunca imaginé que Christian Precht fuera un abusador… No creo que haya existido alguien tan importante en la Vicaría de la Solidaridad. Era nuestro referente».

A Caucoto, hombre rudo, nacido y criado en el campamento salitrero Alianza, al interior de Iquique, educado luego en la Universidad de Concepción, le cuesta reconocer que ha llorado. “Me he emocionado”, prefiere decir. Uno de esos momentos fue el caso de Carlos, el «niño Fariña», quien a sus 13 años fue la víctima más joven asesinada en dictadura. “Estuvo desaparecido por casi treinta años (sus osamentas fueron encontradas en 2003). Su madre era una mujer humilde, analfabeta, minusválida, pobre entre los pobres y, sin embargo, recorrió todos los lugares buscando a su hijo. Fue al Estadio Nacional, al cerro Chena, el Estadio Chile, a las comisarías. Hizo todo lo que pudo y murió sin saber del paradero de su hijo. Cuando al fin se hizo justicia (en 2006, con el procesamiento de Enrique Sandoval, quien trabajaba en ese momento como jefe en de seguridad de la Municipalidad de Providencia, liderada por Cristián Labbé), les hablé a los ministros de la sala de esta gran mujer, de mi tristeza al ver que la causa terminaba y que ella no estuviese ahí… ‘Creo que ella está en el aire, en cada rincón de esta sala, viendo que al fin se hará justicia para su hijo’, dije. Los ministros se emocionaron y yo también”.

El hombre que, junto a otras figuras de la Vicaría, trabajó por consignar ante la Justicia cada una de las desapariciones, las muertes y torturas ocurridas durante el régimen militar, da cuenta de un dato insospechado: “En Argentina o Perú, a los tipos como nosotros los mataban, pero mentiría si dijera que alguna vez recibí una amenaza; creo que a Roberto Garretón y a Héctor Salazar les tiraron una cabeza de chancho a su casa. José Zalaquett y Hernán Montealegre fueron detenidos, pero no hubo una afección a la integridad física ni estuvo en peligro nuestra vida. Me parece que Pinochet nos subestimó (sonríe).

—En la Vicaría jugó un rol de liderazgo Cristián Precht, sacerdote expulsado hace un año por el Vaticano. ¿Cómo fue para usted ver su caída, desde ser un símbolo de la lucha contra la dictadura a estar en el banquillo de los abusadores?

—Fuertísimo. No creo que haya existido alguien tan importante en la Vicaría de la Solidaridad. Era nuestro referente. Nadie se lo imaginó; al contrario, creo que estaba en la mira de varias niñas y funcionarias que lo encontraban un hombre interesante… Pero él se mostraba como una persona seria, intachable. Era tal su proyección que pensaba que iba a ser el jefe de la Iglesia chilena.

Toma un poco de agua y agrega:

—Me duele, porque veo que hoy los jóvenes conocen a una iglesia en crisis a raíz de todos los abusos terribles que se han ido conociendo, en Chile y a nivel mundial. Me preocupa que trasladen esta visión a la iglesia de la dictadura y a la lucha que se dio ahí, que lo metan todo en un mismo saco. Porque no hay otro país en el mundo que haya tenido un episcopado como el nuestro. Los obispos eran una verdadera selección a favor de los DD.HH. ¡y eso no lo vamos a tener nunca más!

Nelson Caucoto en un retrato para el Fortín Mapocho.

—La nueva generación política de izquierda hoy cuestiona el proceso de transición. ¿Qué le parece?

—Me parece pretencioso. No me gustan estos nuevos líderes que piensan que la historia comenzó con ellos. Por supuesto que muchos tenemos críticas con respecto a la transición, pero estos jóvenes ni siquiera la vivieron.

—¿Se pudo avanzar más en los primeros tiempos de democracia?

—A medida que pasan los años uno se va dando cuenta de que probablemente fuimos engañados: se nos hizo creer que habría espacio para la justicia y la verdad, pero fue un chantaje. Se nos pidió que bajáramos los brazos y no metiéramos bulla, pero pasaron siete años de una impunidad desatada. En 1996 empecé a llevar las denuncias ante la Comisión Interamericana de DD.HH. y nos transformamos en litigantes habituales y de esta forma logramos cuatro resoluciones que señalaron que Chile no puede aplicar la amnistía. Mi mayor alegría es que los lores mandaron a buscar los expedientes para el juicio de amparo de Pinochet en Londres. Ese fue nuestro aporte.

Caucoto señala que recién en 2000, con la Mesa de Diálogo (“que fue muy criticada porque se pensó que era perpetuaría la impunidad”), se designaron jueces con dedicación exclusiva quienes entre 2000 y 2003 lograron enjuiciar a 400 agentes del Estado. “Una cifra inaudita, tras 27 años sin ningún procesamiento. Ese fue el momento de mayor verdad, con el más alto número de confesiones. Las condenas fueron “risibles”, pero… ¿quiere que le diga algo?”.

Mirando fijo, admite:

—Me siento culpable… Celebré esas migajas de justicia; ¡al menos era algo! Antes nadie había ido preso… Por eso digo que fuimos engañados. Me considero un tipo súper optimista, pero parece que en esa época lo era todavía más…

«Cada día es más difícil proseguir; el paso del tiempo deja su huella: desaparecen las pruebas, los testigos. Por eso es tan necesario apurar el tranco…».

—¿Qué gobiernos de la era democrática diría que hicieron más y cuáles menos en materia de DD.HH.?

—Patricio Aylwin y su “justicia en la medida de lo posible” me pareció pésimo; era acotar todo el trabajo que estábamos desarrollando. Pero tiene el informe Rettig, que es una cuestión súper importante y los tiempos que le tocaron no fueron fáciles. En el caso del Presidente Frei, no se hizo nada en materia de DD.HH. Su aporte fue instituir dentro del Código Penal el delito de la tortura, que no existía; instituyó el decálogo de los Derechos del Detenido, que es como en las películas gringas cuando dicen tiene derecho a guardar silencio… Eso fue todo.

—¿Y Lagos?

—Él dejó el informe Valech, simplemente. Pero en todos esos gobiernos creo que se pudo hacer mucho más.

—Le faltó mencionar a Michelle Bachelet.

—Igual pudo hacer mucho más. Quedó al desnudo en su último gobierno al no cerrar Punta Peuco y cuando dejó un plan de DD.HH. como tarea para el gobierno siguiente, el segundo de Piñera, cuando pudo hacerlo ella. Sin duda esperaba mucho más de sus dos gobiernos, como también de todos los gobiernos de la Concertación. Pero como ya dije: nos engañaron.

—Si tuviera que hacer un balance, ¿en qué momento diría que nos encontramos en materia de DD.HH.?

—Hemos mejorado, aunque jamás llegamos a la altura de las penas que se aplican en Argentina, donde se han dictado 25 o 30 años de presidio efectivo. Pero hoy por lo menos la Corte Suprema las está dictando. Ahora estamos en un momento de una tremenda pasividad, con un problema muy grave, insoluble y del cual nadie habla: existe una norma según la cual todos los acusados o condenados mayores de 70 años deben efectuarse un examen de salud mental ante el Servicio Médico Legal. Pero no hay personal, la institución está colapsada y los informes tardan 8, 9 meses, y a veces más en resolverse, con el problema de que mientras tanto la causa no puede verse en la Corte. Así, se está produciendo una suerte de “impunidad biológica”: solo en nuestra oficina ya han muerto cuatro acusados sin que salga el fallo y, por lo tanto, sin pagar condena.

—En el fondo, se trata de una pelea contra el tiempo.

—Cada día es más difícil proseguir; el paso del tiempo deja su huella: desaparecen las pruebas, los testigos. Por eso es tan necesario apurar el tranco.

—¿Han dejado de importar estos casos?

—A pesar de todo soy optimista y no me dejo llevar por el desaliento. La otra vez casi me fui de espaldas cuando me enteré de lo siguiente: ¿Sabes cuál es la oficina más demandada por los estudiantes egresados de Derecho que deben hacer su práctica en la Corporación de Asistencia Judicial? El área de Derechos Humanos, que creamos tras el cierre de la Vicaría de la Solidaridad, en 1996. Estos jóvenes, muchos de ellos de la élite de este país, quienes tal vez podrían escoger otras especialidades, como Civil, Laboral, Internacional, Familia, etc., mayoritariamente se van por DD.HH. ¡Y son cabros extraordinarios! Me he enterado de que incluso hay hijos de personalidades de la derecha. Muchos de los avances que se han hecho en materia de migrantes han salido de ahí. Así que no me echo a morir, todavía quedan esperanzas.