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“Para los hombres es bien particular que un gay esté a cargo»

El sociólogo, quien asumió luego de la crisis desatada por Karina Oliva, sostiene que no sólo trabajan para limpiar la imagen del partido: también están las deudas que superan los 100 millones de pesos. Por Lenka Carvallo Giadrosic para La Segunda.

De contextura delgada y baja altura, Marco Velarde (32) pudo ser perfectamente un jinete como su abuelo paterno, quien competía en el Hipódromo de Concepción —y que más tarde fue preparador—. O como su papá, hoy entrenador de caballos y con un corral en el Club Hípico de Santiago.
“Pero al contrario, mis padres siempre intentaron que sus hijos fueran mejores que ellos”, cuenta el presidente de Comunes elegido en mayo de este año, tras la crisis dejada por la extimonel Karina Oliva, por el financiamiento irregular de su campaña a gobernadora por Santiago.
Sociólogo de la Universidad Central, donde fue dirigente estudiantil por la Iz- quierda Autónoma entre 2011 y 2012 (en plena revuelta universitaria por el fin del lucro en la educación), Velarde es la primera generación de su familia con título universitario.

“Mi mamá no terminó el colegio; llegó hasta primero medio y a principios de los 80 vino a Santiago desde Nacimiento, en la VIII Región, para trabajar como empleada puertas adentro para ayudar económicamente a su familia. Así llegó a la casa de Jacqueline Pinochet, donde estuvo alrededor de dos años… Fue muy complejo: todos los meses tenía que cambiar de casa por motivos de seguridad; los escoltas la iban a buscar y dejar. Le tocaba cuidar a los niños más chicos, pero no podía conversar con nadie. Cuando estaba la familia ampliada, no podía mirar a nadie a los ojos. Pero ella no tiene tantos recuerdos malos porque siempre ha sido de derecha, de hecho tenemos unas discusiones bastante fuertes. Con el tiempo comprendió lo que hago y está muy orgullosa. Y yo a su vez he logrado entenderla porque en su infancia en el campo vivió mucha pobreza. Ella siempre ha votado por la derecha y tiene esas ideas, de hecho, pagaba por mi educación teniendo un colegio público al lado de mi casa; según ella, así tenía que ser. Y mis papás, si bien son de clase popular, son conservadores y católicos”.

Esto, reconoce, dificultó que pudiera reconocer con ellos su homosexualidad.

«Mi mamá trabajó como empleada puertas adentro en la casa de Jacqueline Pinochet. Cuando estaba la familia ampliada, tenía prohibido mirarlos a los ojos».

“No recuerdo haber tenido conversaciones con mis papás sobre sentimientos, emociones, dolores. No nos enseñaban a vincularnos emocionalmente con el otro y, por lo mismo, costaba decirse las cosas de frente. Tengo amigos de los mismos barrios, que se criaron en familias muy parecidas a la mía y les sucedía igual. Nunca pudieron hablar de esto con sus papás. Más tarde sus padres murieron y hoy viven con ese dolor de no haberles dicho quiénes eran”.

En su caso, su salida del clóset fue en sus días como dirigente estudiantil. “Escribí una carta en «The Clinic» sobre mi historia; la leyó uno de mis hermanos y las cosas se fueron dando. Aunque lo más difícil fue hablarlo con mi papá. Con el tiempo llevé a uno de mis pololos a la casa y así se fue dando por enterado”.

—Eres de una nueva generación. ¿Ser gay en política dejó de ser tema estando al frente de un partido?

—Desde que asumí la presidencia, no ha sido un tema. Nunca me he sentido discriminado. En nuestro círculo político tenemos a Emilia Schneider, que es la primera parlamentaria trans de nuestra historia y hemos afrontado estas diferencias de una manera bastante avasalladora: aquí estamos, llegamos para quedarnos y no nos importa lo que nos digan los demás. 

Se queda pensando: “Ahora, sí te podría decir que para los hombres es bien particular que un gay esté a cargo; hay un ego importante ahí que se trastoca. Pero no me importa. Nosotros llegamos y no le pedimos permiso a nadie”.

«Todavía quedan las marcas por el caso de Karina Oliva. Nos pena esa imagen de Carabineros echando abajo la puerta de la sede a poco de la elección de constituyentes. Cargamos con ese peso…».

En mayo de este año, tras las elecciones para elegir la nueva directiva del partido tras la crisis dejada por Karina Oliva, la lista liderada por Velarde se impuso a la del alcalde de Macul, Gonzalo Montoya. Esto trajo un nuevo remezón en el partido, que hoy cuenta con tres diputadas: Camila Rojas, Claudia Mix y Emilia Schneider; dos consejeros regionales, Luis Carvajal (Iquique) y Daniela Quevedo (Copiapó) y, en el Gobierno, con la ministra de Bienes Nacionales, Javiera Toro.

“Montoya nunca reconoció la derrota a pesar de que la política es así y hay que asumirlo. Eligió no reconocer nuestro triunfo, nunca nos llamó, nunca más participaron del partido y en octubre pasado difundieron una carta con la renuncia de más de 170 militantes. Fue una relación que nunca cuajó después de la crisis del 2021, entonces era mejor tomar caminos separados. De lo contrario seguiríamos en guerra fratricida que no le iba a hacer bien a nadie”.

—¿Dónde estuvo el origen de esta animadversión de parte del alcalde?

—Evidentemente fue por el episodio de Karina Oliva. Ahí se produjo una escisión; nosotros no estábamos de acuerdo con aquellas prácticas que se hicieron al interior del partido y lo hicimos saber. Tuvimos que hacer la denuncia respectiva ante el tribunal supremo, que era lo que correspondía, y ahí se decidió expulsar a los militantes que estaban involucrados. Se produjo un quiebre in- terno. Venían las elecciones y ambos nos enfrentamos. Ganamos democráticamente, 60 a 40, porque nos unimos para darle al partido otro rumbo y eso se impuso. Por ellos votaron 500 personas y se fueron 177, más otro grupo que no estaban inscritos.

—De acuerdo al Servel, entre enero y octubre de este año se desafiliaron 337 per- sonas en total. ¿Cómo ha sido hasta ahora liderar a un partido tan golpeado?

—Todavía quedan las marcas por el caso de Karina Oliva. Nos pena esa imagen de Carabineros echando abajo la puerta de la sede a poco de la elección de constituyentes. Cargamos con ese peso. A lo mejor pudimos optar por irnos, algo que evaluamos en ese momento, para que no nos vincularan con algo donde no teníamos nada que ver. Pero decidimos quedarnos, dar la pelea y cuidar aquello por lo que tanto habíamos luchado. Claro, cuesta cargar con esta cruz o estigma, pero es lo que elegimos.

Y cuenta: “Ahora estamos intentando limpiar la imagen y también sanear el aspecto financiero, porque nos dejaron con un montón de deudas y un hoyo económico que estamos tratando de revertir. Son dos años que el partido no recibe ningún aporte; recién recibimos el informe financiero de 2020. Estamos hablando de una deuda por más de 100 millones de pesos con distintas instituciones, que ni siquiera son nuestras sino que salieron para la campaña por la gobernación.

—¿Cómo era tu relación con Karina Oliva hasta antes de este episodio?

—Buena. Me tocó hacer campaña con ella y provocaba algo muy genuino en las personas. Cuando me enteré a través del reportaje de Ciper (del financiamiento irregular de su campaña) fue duro porque, si bien no éramos amigos, sí éramos compañeros en un mismo espacio y había cariño, pero no por eso nos podíamos hacer los locos.

Suspira y declara: “Lo que pasó es un capítulo negro, pero ya lo cerramos. Sobre todo por el rol que hoy tenemos en el oficialismo, que es una gran responsabilidad democrática, en cuanto a respaldar al Presidente y aportar al Gobierno en lugares clave. Ese es nuestro trabajo ahora”.

“Si algo aprendimos tras el resultado del plebiscito del 4 de septiembre —que fue bastante fuerte— es que ya no le podemos seguir hablando a un mismo nicho. Tenemos que abrirnos a un público más amplio, lo que no significa que haya que moderarse; no estamos renunciando a nuestra esperanza de cambios, pero no queremos cometer el error de hablar dentro de la misma burbuja. Tenemos que llegar a otros sectores”.

—Por ese mismo discurso es que algunos de sus detractores, como el alcalde de Macul, Gonzalo Montoya, señalan que el partido abandonó al pueblo y adoptó un discurso complaciente, ubicándose al centro del Frente Amplio.

—No estoy de acuerdo con esta crítica. El plebiscito fue un punto de inflexión y, por lo mismo, hay que repensar la forma como se hace política en el presente. ¿Cuáles son las prioridades, nada más que el programa o gobernar de acuerdo a las urgencias de la ciudadanía? Está bien tener sueños, pero también hay que repensar constantemente los caminos, lo que no significa renunciar. En el cónclave del do- mingo, quedó clarísimo que el programa se mantiene. La propia ministra Tohá dijo que no hay una renuncia, sino que hay que avanzar hacia allá con gradualidad. Las reformas de pensiones y tributaria serán un claro ejemplo.

—En el cónclave se dio por ungida una alianza entre Apruebo Dignidad (AD) y el Socialismo Democrático (SD). ¿Tan fácil es decretar una unidad entre dos coaliciones históricamente confrontadas?

—En el pasado nos enfrentamos bastante; todavía mantenemos nuestras críticas a los gobiernos de la Concertación y somos claros en reconocerlo, pero ya no se trata de una lucha fratricida. En los siete meses que llevo relacionándome dentro del gabinete político, la relación ha sido buena; hay confianza y hemos sacado acuerdos políticos que han conducido a esta alianza. El Presidente nos ha llamado para que a futuro tengamos una sola coalición y eso se hace con mucho trabajo y confianza.

—Suena lindo, pero en las bambalinas existe una disputa por la hegemonía política del Gobierno entre ambos grupos.

—Si hay gente que quiere disputar esos lugares, ok, pero nosotros estamos todos cuadrados y trabajando para reforzar el liderazgo de nuestro Presidente.

—Pero es el socialismo el que hoy tiene más peso en el comité político.

—No lo comparto. Lo que yo veo es una situación de equilibrio, con tres ministras de AD y tres del SD.

—Hacienda, Interior y Segpres, los más poderosos…

—Pero la gente eligió a un Presidente que es frenteamplista.

—Que hoy tiene un 30% de aprobación y a la baja, lo que también lleva a que esos otros sectores se empoderen, ¿o no?

—Esa caída se da en un contexto econ mico y de seguridad particular. Si no nos hacemos cargo ahora de los problemas de la ciudadanía y de las urgencias sociales, reafirmando al mismo tiempo nuestras convicciones, quizá la aprobación continúe bajando.

—El Gobierno no tiene mayorías en ninguna de las dos cámaras, lo que vuelve aún más complejo tramitar leyes y reformas si no es con votos de la derecha y los llamados partidos bisagra, como el PDG.

—En el Congreso no hay ninguna fuerza que goce de la aprobación ciudadana y, ciertamente, ninguna tiene mayoría, lo que significa que todo el sistema político en su conjunto tiene que colaborar para mejorar esa relación.

—¿Hay voluntad?

—Me ha costado verla en el último tiempo, sobre todo al observar el ánimo de la derecha de avanzar en el proceso constituyente que ahora está detenido. Si seguimos abocados en ponernos trampas unos a otros, si cada uno se queda en sus propias disputas, le estaremos abriendo la puerta a los liderazgos populistas, y eso es peligroso tanto para la misma derecha como para todos.

—Se supone que la elección de constitucionales debería ser en abril. ¿Cuál es el riesgo de continuar con esta dilación?

—Que la gente llegue a creer que esto no importa y se comprometa la confianza que tienen en la política como una vía para resolver los problemas políticos y sociales. Si de aquí a la última semana de noviembre esto no se resuelve, entonces ya perdimos nuestra oportunidad.

—La presidenta de la Federación Regionalista Verde Social, Flavia Torrealba, fue más allá y dijo que “el momento constituyente ya no existe”.

—No estoy de acuerdo y se lo dije personalmente. Los dirigentes políticos no podemos ser comentaristas de la realidad, sino ofrecer respuestas certeras de cómo queremos que sea el proceso. Después del Rechazo del 4 de septiembre, tenemos que entregar certezas a la ciudadanía sobre el camino a seguir y cómo debiera quedar perfilada la nueva Constitución. Aunque las encuestas dicen que un 60% quiere una nueva carta magna, ese ánimo puede seguir bajando si es que no llegamos pronto a un acuerdo.