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Óscar Contardo: “No apoyo a nadie ciegamente”

“(A Boric) le pongo una S de suficiente y basta”, señala el escritor, quien se jugó abiertamente por él desde las primarias. También se refiere a su más reciente libro, “Clase media” y a las denuncias contra Felipe Berríos. “Yo sufrí el poder de los jesuítas”.

Entrevista publicada el 20 de mayo en La Segunda. Foto de Claudio Cortés.

Por Lenka Carvallo

La entrevista es un café ubicado en calle Huelén, a pocas cuadras de su casa. “Es un lugar piola, súper tranquilo”, dice Óscar Contardo, periodista, escritor y columnista. Acaba de publicar su séptimo libro, “Clase Media” (Paidós), un ensayo sobre esta suerte de limbo social casi imposible de definir.

“La clase media y los ingresos medios son conceptos tan amplios; van desde al-guien que está en el umbral de la riqueza a los que están cuidándose día a día de no caer en el barranco de la pobreza”.

—¿Y tú qué eres?

—Soy de una clase media… (duda). De una clase media tirando pa’ baja. Para em-pezar, vengo de la provincia profunda, de Curicó, una ciudad no muy grande. Mis padres eran funcionarios públicos. Nací en dictadura (1974), entonces alcancé a ver los resabios de ese mundo de los empleos estatales, de las casas fiscales, de las cajas y las relaciones que se armaban a partir de ahí. Todo empezó a desaparecer con la Constitución del ‘80 y la jibarización del Estado, cuando se sustituye la educación pública por la municipalización, por ejemplo…

—¿Tú dónde estudiaste?

—Parte de mi educación fue en un establecimiento público y terminé en un colegio privado porque en mi infancia viví en Talca y en mi adolescencia, nos trasladamos a Curicó… No me gustaba ir al colegio; eso de tener que cumplir un hora- rio, permanecer sentado… Nunca me llevé bien con lo preestablecido.

Contardo es el menor de tres hermanos y, como cuenta, el “favorito’’. “Todo lo que yo hacía estaba bien”.

Su madre murió cuando él ya era adulto y su papá cumplió 78 años y aún sigue en Curicó. “Él mandó a hacer unas cajoneras especiales para guardar todo lo que he escrito sin tener que doblar los diarios. Ahí están mis artículos, desde que empecé en Artes y Letras en 1996 hasta hoy”.

«A Boric le pongo una S de suficiente y basta; no le da para una B ni un MB, pero tampoco llega a desaprobar…«.

“A veces disfruto cuando veo una reacción de irritación, sobre todo cuando es gente que me cae mal”, comenta Contardo, activo y ácido tuitero con más de 37 mil seguidores.

—De hecho hay hartos en la red que no te toleran.

—Lo sé… Suele ser gente sin asunto, sin talento o trabajo que los respalde; que si tienen seguidores es porque son familiares de alguien y opinan de todo con una propiedad pasmosa… Resulta tan evidente que si los pones en otro lugar no serían nadie, que les molesta verse reflejados en lo que digo. Ni siquiera podría llegar a contestarles, no merecen la pena…Y a los que les contesto de manera antipática, en esa respuesta ya hay una señal de respeto.

—Tuviste un round con Sebastián Sichel; decías que abusaba de su historia cuando era candidato. Él te acusó de ser autorreferente…

—Tal vez lo soy, pero nunca me he postulado a nada, no he pedido que me financien una campaña ni le he solicitado ningún voto a nadie. Está bien mostrar tu biografía, pero cuando ya van diez veces y el 80% de los chilenos también tiene un pasado que da para escribir “Los Miserables”, dime cuál es la gracia. No me parece un atributo digno para exhibirlo todo el rato.

—Antes de las primarias publicaste una columna titulada “Yo voto por Boric”. Te la jugaste cuando muy pocos se atrevían, al menos no tan públicamente. Ahí también te dieron en Twitter.

—Me pareció necesario; lo que existía al frente era la ultraderecha de José Antonio Kast y el PC de Daniel Jadue. No me arrepiento, lo volvería a hacer… Tampoco veo los respaldos como una adhesión irrestricta. No apoyo a nadie ciegamente.

—¿Entonces cómo es tu evaluación de los dos meses del gobierno de Boric?

—Le pongo una S de suficiente y basta; no le da para una B ni un MB, pero tampoco llega a desaprobar.

—En las encuestas no le ha ido bien. ¿Por qué crees que pasa?

—Las campañas siempre establecen un ánimo que aísla un poco de las condi- ciones reales y las del día a día, entonces era una baja esperable. Ahora, que haya sido tan aguda, se debe evidentemente a los errores internos; torpezas absolutamente previsibles que terminaron dañando al Gobierno.

—¿Te refieres a los cometidos por la ministra Siches, por ejemplo?

—La ministra del Interior hasta el momento no ha cumplido las expectativas que se tenían sobre ella; se había transformado en una figura nacional por su propio trabajo y el rol que cumplió (en el Colmed). Es una mujer con experiencia política, no apareció de repente y sobre ella existían expectativas que, lejos de cumplirse, se defraudaron. Hay cosas que son de criterio y no dependen mucho del olfato político.

Toma café y agrega:

—Otro factor es la comunicación de este Gobierno que ha sido sorprendentemente errática, confusa y que se inaugura a partir del viaje (de la ministra) a la Araucanía… Claro, se machaca harto esto de

que no todos en el gabinete tienen experiencia o por el tema de la edad, pero no todos son unos veinteañeros… No sé a quién corresponde coordinar la comunicación interna, pero las personas que están a cargo tienen una responsabilidad en los repetitivos actos fallidos y confusiones que generan las propias autoridades de gobierno.

—Volviendo a tu libro sobre la clase media, hoy como nunca tenemos a un Presidente que proviene de ahí. Lo remarcó yéndose a vivir al barrio Yungay.

—Además que viene de Magallanes, una sociedad bien particular, en lo económico, por la lejanía, por su historia de inmigración. Y sus padres pertenecen a esa clase media antigua vinculada a los empleos del Estado, y con una visión muy distinta del rol de la educación… Se ve en su discurso; hay un compromiso que no es sólo de progreso individual sino de una responsabilidad con toda la sociedad.

—Da la impresión de que esta clase media frustrada, de la que hablas en tu libro, no es de izquierda ni de derecha. Votan con el bolsillo.

—La mayoría no votaba; no les interesaba y, cuando lo hacían, era por la propuesta económica. Piñera ganó por ese pragmatismo en su segundo mandato, básicamente porque prometía crecimiento económico, lo que para un sector muy importante —de los que votaron, porque muchos no fueron y la abstención fue altísima— significaba alejar el declive en su modo de vida. Fue más por temor a caer que por la aspiración de prosperar. Y si había un candidato que les ofreciera crecimiento económico y una mejora en las condiciones materiales, entonces ganó el candidato que hizo la mejor oferta. Pero eso no se cumplió.

—En tu libro dices que una nueva Constitución puede ser (para la clase media) “la oportunidad de esperanza en el porvenir, una nueva forma de escribir nuestra historia”. ¿No piensas que quizá muchos de ellos son los que se manifiestan por el rechazo en las encuestas?

—Hay algo muy claro: los convencionales que sí querían una nueva Constitución, desde el principio debieron saber que tendrían a todos los medios en contra, así como haber asumido que muchos tampoco tenían la capacidad comunicacional y, por tanto, cada señal errática sería amplificada… Tampoco ayudaron los discursos muy personalistas, así como un par de personajes que le hicieron un flaco favor a la Convención, partiendo por Rojas Vade… Todo eso lo estamos pagando caro.

—Ya, ¿pero cómo crees que podría votar esta clase media frustrada en el plebiscito del 4 de septiembre?

—No soy brujo. Pero los sectores medios cuando se sienten amenazados o ven que no les resuelven sus necesidades, pueden elegir a un fascista o, en este caso, votar rechazo.

Aunque agrega:

—Claro, la derecha para variar ha hecho un trabajo monumental en contra, pero en lugar de propuestas lo único que han sabido es presentar su campaña del miedo… Pero hay un límite y un desgaste, de hecho la estrategia no les funcionó en las últimas tres elecciones consecutivas y me parece muy improbable que la cuarta sea la vencida. O sea, si de nuevo están diciendo que vamos a volver a la Unidad Popular, que nos vamos a parecer a Cuba o terminar como Venezuela… Si eso es lo único que tienen que decir y no hay nada que proponer, dudo que su planteamiento resulte atractivo.

—En la derecha también han advertido que si el apruebo llega a ganar por un margen estrecho, la nueva Constitución no tendrá gran legitimidad.

—¡Por qué! Si la reglas del juego eran la aprobación por dos tercios —el quórum más alto— y resulta que la mayoría de las normas que están en el borrador tuvieron incluso más. La democracia actuó. Entonces si vamos a estar siempre diciendo ‘ah no, es que si gana con menos del 80% no vale’ (hace una pausa y suspira) es muy agotador, medio psiquiátrico, me cansa todo esto.

“Cuando reclamé en las redes sociales por el nombramiento de Berríos (en el ministerio de Vivienda) fueron dos semanas de insultos”.

—Hablemos de Felipe Berríos. En una entrevista en CNN, cuando se conoció la primera denuncia, dijiste que no te sorprendía en absoluto…

—El discurso conciliador y buena onda de los jesuítas yo no me lo creo, nunca me lo he creído. Por eso no me sorprenden en absoluto estas acusaciones contra el señor Berríos.

En 2018 Óscar Contardo publicó “Rebaño” (Planeta), una intensa investigación en la cual ilustró la crisis de la iglesia católica y la perversa dinámica de abuso y encubrimiento en las distintas congregaciones, entre ellas la Compañía de Jesús.

—Ese libro te costó tu puesto como columnista en una radio, si mal no recuerdo.

—Sí, y también me costó mucha gente y muchos desagrados.

—¿Por los jesuítas o por investigar a otras órdenes religiosas?

—Eso es interesante, porque en el libro el hilo conductor eran los salesianos y alrededor aparecía toda la trama de las distintas congregaciones. Pero había una que resultaba intocable… Claro, los salesianos no son de la elite, no tienen la convocatoria, ni los vínculos mediáticos, tampoco colegios a los que van los hijos de los ricos; son una congregación de clase media. Pero tocar a los jesuitas era llegar a la clase alta, una a la que le gusta la beneficencia y que pensaba que Renato Poblete era un santo.

Según describe el periodista, ya desde los años ‘60 que estos delitos eran conocidos al interior de la Compañía de Jesús, aunque sólo empezaron a trascender (“y con mucha dificultad”) a partir del 2005. “Sin embargo, cuando el 2010 se conoce el caso Karadima, los curas salieron a condenarlo como si supuestamente ellos estuvieran libres de pecado, pero no era verdad y lo sabían. Es más, Poblete tenía una cercanía con Karadima, algo de lo que no se habló durante mucho tiempo… Pero el 2017, mientras investigaba para mi libro, encontré un caso, después otro, luego uno más y el 2018 (cuando se publicó el libro) dí cuenta de situaciones que los jesuitas no habían informado o muy vagamente y con poca difusión. De ahí en adelante recibí mucha hostilidad. Yo sufrí el poder de los jesuítas”.

—¿A qué te refieres con eso?

—A gente que me llamaba para ‘recomendarme’ que no siguiera hablando de determinado tema, personas a quienes consideraba amigos míos y que me deja- ron de llamar, o que no no me incluyeron en determinadas cosas y problemas mayores, como una querella de alguien relacionado con la congregación y que luego debió retirarla… Hasta ahora nadie ha podido desmentirme, pero cuando recuerdo todo ese despliegue no me puedo imaginar lo que deben haber vivido las personas que denunciaron.

—Berríos era visto como una especie de reserva moral dentro de la institución… Tampoco debe haber sido fácil para las denunciantes que hasta ahora se han atrevido a contar su caso.

—Ese es el problema: buscar reservas morales en una institución que tiene una crisis de enormes proporciones aquí y en todo el mundo. Cuando reclamé en las redes sociales por el nombramiento de Berríos (en el ministerio de Vivienda) fueron dos semanas de insultos; centenares de personas, incluso algunas con cierta visibilidad pública, me acusaron de lo peor. Si eso le pasa a un periodista que dice que eso es impresentable, imagina lo que son capaces de hacer si tienen la identidad de estas mujeres. De hecho me sorprendió que se atrevieran a contarlo.

—¿Qué diferencia tiene respecto de casos anteriores?

—Él es una figura construida mediáticamente, según el patrón creado por el propio Renato Poblete, algo que Berríos reconoce en un libro que hizo. Fue una estrategia para reinstalar socialmente a la Compañía de Jesús luego de que en los ‘60 tuviera que empezar a compartir su sitial con otros movimientos religiosos. Y su forma de recuperarlo fue a través de la beneficencia y el vínculo con empresarios, figuras públicas, políticos, etc.

—¿Entonces Berríos era una reproducción de esta estrategia iniciada por Poblete?

—Así es. Es una congregación con una tradición y un sentido del poder y eso ahora se rompe, aunque por un tiempo… De hecho, estaban reposicionándose con su trabajo con los migrantes pero eso lo han ido perdiendo con la crisis de la delincuencia… Pero ellos han sabido zafar de asuntos más grandes. Imagínate, si en algún momento los expulsaron de América y volvieron. La gente tiene muy mala memoria, le gusta creer en santos y siempre hay alguien dispuesto a construirlos porque dan poder.