«Con un gobierno asediado por problemas de orden público y una economía compleja, un nuevo proceso constituyente puede motivar al gobierno de Gabriel Boric a iniciar un nuevo proceso que culmine incluso mejor que el de ahora», opina este cientista político. «Si logra un texto que genere adhesión, lealtad y consenso, estará ganando una estatua en la Plaza de la Constitución», dice el excandidato a convencional por la lista del Apruebo. Al momento de esta publicación on se encontraba en München, de gira académica. «De haber estado Chile para este 4 de septiembre, con dolor habría votado Rechazo…».
Por Lenka Carvallo.
“Hasta hoy hay algunos que creen que soy un liberal de izquierda y otros uno de derecha porque me he situado en un lugar equidistante del mundo conservador y también del socialista”, sostiene Cristóbal Bellolio al otro lado de su escritorio, rodeado de libros y con la luz de la tarde que entra por el ventanal de su departamento de calle Pocuro. Tal vez sea su propia historia familiar la que incide a la hora de posicionar a este abogado y cientista político de la Universidad Católica, doctorado en Filosofía Política en la University College de Londres, profesor en la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez y autor de cinco libros, el último, “El momento populista chileno”, publicado recientemente por editorial Debate.
–Me contaron que vienes de una familia pinochetista, ¿es cierto?
–Pinochetista es un concepto muy duro… Mi abuelo materno, Sergio Badiola, fue Intendente de Santiago, edecán de Salvador Allende y luego del golpe militar fue general de Ejército y ministro durante la dictadura (en la Dirección General de Deportes y Recreación, Digeder). Lo cierto es que estábamos cobijados por un manto de pinochetismo.
–¿Cómo tu abuelo pasó de ser edecán de Allende a ministro en la dictadura?
–Él murió hace poco, pero cuando estaba vivo me comentaba que era admirador de Eduardo Frei Montalva; de hecho, la familia era más cercana a la DC. Pero, luego del golpe Pinochet lo puso contra la espada y la pared: usted se queda con el Presidente derrocado o vuelve a sus funciones militares. Tampoco los milicos estaban muy seguros de su lealtad; creían que mi abuelo era “rojo” porque vivió los años de la UP muy cerca de Salvador Allende y lo acompañó a sus famosas giras a Moscú, Cuba, Algeria, Perú, México. Mi familia no era de derecha pero debieron acomodarse a la dictadura.
–Entiendo que cuando niño para tí Pinochet era una figura “venerable”.
–Cuando ganó el No me fui a dormir llorando, porque me habían dicho que todo lo que tenía mi familia, todo lo que representaba, se perdería… Era el acabose, la vuelta del fantasma de la UP… Repetía como loro lo que decían los grandes. En el Verbo Divino todos los papás estaban por el Sí. Los únicos tres del No estaban claramente identificados…
–Entonces te criaste en una burbuja.
–Sí. Y en Derecho en la PUC fue igual. El presidente del centro de alumnos era Ernesto Silva (exdiputado y expresidente de la UDI) y también había sido alumno de mi colegio. Cuando me vio, me dijo: “Allá están ellos y acá nosotros, matricúlate”. No existía la opción de la rebeldía. No me sentía cómodo ahí; tenía una relación tensa con el gremialismo; más cartucho, lleno de conservadores y pacatos.
–A lo mejor también estabas constreñido por tu propia crianza y comenzaste a liberarte.
–No fue lo gravitante. Quiero creer que fue el resultado de un proceso intelectual sereno.
–¿Cuál fue tu punto de inflexión?
–En la universidad entré a un movimiento político ligado a la Concertación, con personas cuyos familiares no habían estado bajo el manto protector de la dictadura, como fue mi caso, sino que más bien al revés. Eso me llevó a la reflexión de que debía encontrar un camino propio, lo cual requería suspender mi lealtad al origen familiar, sobre todo en términos religiosos y políticos… No me transformé en el Che Guevara porque nunca me parecieron atractivos los principios de la izquierda no democrática. Más bien llegué a una suerte de posición intermedia. Hasta hoy algunos creen que soy un liberal de izquierda y otros que soy liberal derecha, porque me he situado en un lugar equidistante del mundo conservador y también del socialista.
–Sin embargo, todas tus incursiones electorales han sido representando al mundo de la centroizquierda.
—Ese es un dato. En el 2011 estuve en la organización de la primaria para competir contra Cristián Labbé por la alcaldía de Providencia, donde fue escogida Josefa Errazuriz. En el 2013, a través del movimiento RedLiberal –que fundé
en 2010–, apoyamos a Andrés Velasco en la primaria de la Nueva Mayoría. Y fui candidato a convencional en la lista del Apruebo, de la centroizquierda, con Patricio Fernández, Elisa Walker, entre otros. Entonces, si bien mi procedencia cultural y política es la derecha liberal, todas mis incursiones electorales han sido por la centroizquierda.
–Algunos también te han etiquetado como amarillo.
–Participé en la campaña “Una que nos una”, dirigida por Javiera Parada. Fue nuestra forma de llamar la atención sobre el rumbo y el tono que había tomado la Convención. Nos sorprendió la virulencia y la mala onda con que nos recibieron. “Salgan de mi Constitución”. Buscaron bajo el agua por si teníamos otras intenciones, pero el mensaje era súper básico: no queríamos hacer de la Constitución en un programa de gobierno.
–Los de Amarillos por Chile también fueron atacados.
–Una pésima estrategia. En vez de apuntar hacia ellos los dardos, la atención debía estar puesta en la gente que había votado Apruebo en el plebiscito de entrada y que se sentía cada vez más ajena al proceso. Toda esa sangría se pudo haber evitado. Reflexiona:
–Entre los convencionales hubo dos comprensiones políticas de la herramienta constitucional. Por un lado, la tradición consensual de juntarnos a deliberar qué es lo mejor para todos y encontrar un terreno común, con reglas comunes. Frente a la comprensión alternativa y adversarial, que considera que el conflicto y el enfrentamiento son positivos y que la legitimidad no se funda en el consenso sino que en el poder, el cual es resultado de una disputa democrática. Eso fue finalmente lo que se impuso.
–¿Y ustedes pecaron de ingenuos al creer que eso no sucedería?
–Puede ser, aunque también confiábamos en que el Frente Amplio o el colectivo socialista tendrían la capacidad de conducir este proceso. Pero al final terminaron dándoles siempre el amén a los sectores más radicales.
“Nadie me puede decir que no quiero una nueva Constitución”, sostiene Bellolio dando cuenta de su frustración. “En el 2015 escribí un libro llamado ‘Pinochet, Lagos y nosotros’, donde me la jugué –de forma minoritaria en el mundo liberal–, por una nueva carta fundamental. Suscribí la campaña ‘Marca tu voto’ y apoyé el proceso constituyente de Michelle Bachelet. Contribuí al convencer a Evópoli para que participara de buena fe en ese proceso. Fui a todos los debates posibles para incentivar a votar que Sí en el plebiscito de entrada… Ahora me encuentro en este lugar incómodo…
Ahora de gira académica en München al momento de esta publicación web, señala: «Si llego a votar Rechazo el 4 de septiembre no será un día optimista ni feliz, sino marcado por una carga de frustración y desilusión, porque quería que las cosas fueran distintas… Me aliené completamente del proceso”.
–¿Tuvo algún costo haber apoyado tan activamente el proceso y reconocer luego tu decepción?
–Mis amigos de derecha me quitaron el saludo cuando hice campaña por el Apruebo para el plebiscito de entrada. Ahora soy como el ‘hijo pródigo’ (ríe). Me apuntan con una especie de “te lo dije”. Hay otros que lo deben estar pasando peor, como Hernán Larraín Matte, que trató de convencer a su sector de que se sumara al proceso y hoy les deben estar haciendo bullying por “tonto útil”… A estas alturas lo que digan no me afecta tanto, me resbala. Después de ver (cómo tratan) a mi amiga Javiera Parada, cualquier cosa que me digan es irrelevante.
–Si gana el Rechazo, ¿será un fracaso para el gobierno de Gabriel Boric?
–No me lo tomaría tan a pecho. Si se impone el Rechazo, al día siguiente el Presidente debiera lamerse las heridas y comenzar un nuevo proceso constituyente, tal vez con una comisión más chica, que dure seis meses, que tome lo que se trabajó en el texto actual más lo que venía del proceso de Bachelet… Además, con un gobierno asediado por problemas de orden público y una economía compleja, puede que esto le entregue una motivación especial para iniciar un nuevo proceso que culmine incluso mejor que el de ahora. Si él termina su mandato y entrega la banda con una nueva Constitución que genere adhesión, lealtad y consenso, se estará ganando su estatua en la Plaza de la Constitución.
–¿Lo ves con las capacidades que se requieren para conducir ese proceso?
–Tengo buena opinión del Presidente Boric; sabe leer bien los escenarios y, cuando interviene, moviliza, provoca cambios y define la agenda.
–Aunque a los jóvenes de su coalición los critican por soberbios, a pesar de su inexperiencia política…
–Sienten que son como elfos del bosque; están convencidos de que todo lo que se hacía antes estaba mal, cuando en política las prácticas nunca escapan tanto de lo que siempre se ha hecho y, por lo tanto, el escupo de todas maneras les caerá de vuelta. El principal error de esta generación no es ideológico ni tiene que ver con falta de pericia técnica, sino porque se presentan como unos monjes tibetanos, cuando en el fondo la política sigue siendo la misma.
—De hecho, Giorgio Jackson habló en una entrevista en Twitch que su generación tiene un estándar valórico distinto al de sus predecesores…
–Un tremendo error, porque los viejos lo único que querían era limpiar sus pecados y sacarse la foto con Boric. Giorgio Jackson y varios en el gobierno pudieron haber sido más hábiles…
–Acabas de publicar “El momento populista chileno”. Ahí adviertes que este fenómeno se puede transformar en algo irresistible para distintos actores …
–El populismo se asemeja a una camanchaca que baja y se instala en todos los paisajes Una vez que este clima ingresa en los distintos territorios ideológicos, genera incentivos para que todos adopten distintos elementos. No es que la ultraderecha o ultraizquierda sean las únicas permeables. Cuando se cae en la cuenta de que la retórica de dividir entre bueno y malos es rentable, todos los sectores se ven tentados a construir un adversario conceptual o personal lo más villano posible, para dejar muy claro que se está del lado de los buenos. Esa es la pulsión irresistible.