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La cultura del resentimiento según Pablo Chiuminatto

“La ideología está en todo. Y en este momento lo que tiene enfrentadas a las elites es la voluntad de decolonizar el Museo Nacional de Bellas Artes”, afirma el artista visual, curador, editor y profesor de Filosofía de la Facultad de Letras de la Universidad Católica sobre la polémica desatada por la muestra “Luchas por el arte” del MNBA, hoy apuntada por deconstruir la exhibición patrimonial en función de un discurso que busca echar por tierra el pasado, algo que otros artistas defienden con fuerza.

Por Lenka Carvallo Giadrosic.

(Entrevista publicada el 17 de agosto de 2024 en Revista Sábado. Foto: Sergio Alfonso López, gentileza deEl Mercurio)

“Cuando llegué a Santiago en 1985, para mí fue como venir a Nueva York”, cuenta Pablo Chiuminatto al recordar esa primera vez cuando, luego de una vida criado entre Quilpué y Valparaíso, se instaló en la capital para convertirse en el artista que quería ser. Tenía 20 años y arrendaba una pieza en Salvador Donoso, en Bellavista, a dos cuadras del Taller 99, el mítico espacio fundado por Nemesio Antúnez, de quien fue su alumno y ayudante. “Era un sueño poder estar en ese lugar e integrarme a un contexto cultural que, comparado de donde yo venía, tenía una actividad muy intensa. Como toda la gente que participaba ahí, buscábamos un consenso pacífico para la recuperación de la democracia a través de la cultura y Nemesio encarnaba eso. Su generosidad no solo me permitió acercarme al grabado sino también a un contexto: La Casa Larga, la galería de Carmen Waugh en el Barrio Bellavista, la plaza del Mulato Gil en Lastarria. Todo pasaba entre el Parque Forestal y la Alameda”.

—Hoy, en cambio, apenas se puede caminar por Lastarria porque la vereda está llena de puestos en el suelo donde se vende toda clase de cosas. Y hay horas en que da miedo pasear por el Parque Forestal, ante el riesgo a ser asaltado, ¿qué siente?

—Nunca imaginé que ese iba a ser su destino. A lo mejor no lo vi venir pero, de alguna manera, tal vez por identificar esos lugares con la marginación, la opresión, derechamente se profanaron. Hay que luchar por recuperarlos; de hecho, en algunas zonas eso se ha logrado, así que tengo esperanzas, pero la crisis de 2019 fue tan radical que todavía estamos viviendo esos efectos.

—Otro cambio que se ha ido instalando es la cultura de la cancelación… Hoy nadie se atreve a decir nada.

—La vigilancia del pensamiento ajeno y del lenguaje, por muy bienintencionada que sea, omite una dimensión de la experiencia humana; el pensamiento se hace hablando, en diálogo, a veces por la provocación y la mayoría del tiempo disintiendo. Cuando transformas todo en un espacio de vigilancia es muy fácil que te arrogues ser aquel que define lo que está bien y lo que no.

—Como profesor asociado en la Facultad de Letras de la Universidad Católica, seguramente le ha tocado ser testigo de la revisión de los cánones lingüísticos y culturales con los estudiantes. ¿Cómo lo vive desde lo académico?

—Mi impresión es que la sociedad ha elegido cambiar la elegancia por la comodidad mediante una informalidad que se nota tanto en el vestir como en el lenguaje. Es así que se han transgredido las zonas de respeto y las distancias que ello impone. Hoy se puede ir a un concierto, a la ópera o al teatro vestido con cualquier indumentaria, en una suerte de imposición del “yo me visto de la manera más cómoda” y, por decir así, más igualitaria. Pero cuando empiezas a mirar las zapatillas, los buzos, las cadenas con que andan los jóvenes, resulta que llevan puesta una fortuna encima. Entonces no es lo barato versus lo caro, sino que se trata de romper las reglas de la formalidad para “democratizar”, pero en el fondo es una tiranía.

Esa misma mirada es la que tiene este artista visual, curador y profesor de Filosofía al abordar el intenso debate que hoy enfrenta al mundo cultural ante la muestra Luchas por el arte. Mapa de relaciones y disputas por la hegemonía del arte (1843-1933) en el Museo Nacional de Bellas Artes. Si bien la exposición se inauguró en diciembre de 2022, en abril de este año el ex gerente general de The Clinic y ex director editorial de Penguin Random House, Pablo Dittborn, inició los fuegos al contar en una entrevista radial una conversación con su amigo Pablo Chiuminatto, quien le comentó que a las obras patrimoniales se les habían sacado los marcos por considerarlos “muy apatronados”. Esto, obedeciendo a la propuesta curatorial de juntar unos cuadros con otros, en una suerte de collage, del que tampoco se libró un valioso retrato de Camilo Mori, lo cual indignó a su familia. Las aguas se agitaron aún más luego de la reciente columna de la periodista de El Mercurio Elena Irarrázabal, que describió el recorrido de un grupo de estudiantes liderado por una guía quien, a medida que avanzaba por la muestra, calificaba al museo como “racista, clasista y machista”, construído desde una “mirada patriarcal y paternalista por un “grupo de hombres descendientes de europeos, echando por tierra cualquier expresión de arte popular o de cultura tradicional”.

“Me pregunto si ese será el discurso de la actual administración —inquiere Chiuminatto con voz grave—. Si la idea es impulsar el pensamiento crítico, no me parece que esa sea la forma. Cuando revisas las entrevistas a las curadoras o de la dirección del museo, hay una intencionalidad al instalar paradigmas orientados a decolonizar el museo, argumentando que en su origen habría existido una perspectiva errada que permanece hasta el día de hoy y que ellos vienen a corregir… Para mí, el desafío es entender la mirada del otro, ajustarla y no sólo juzgar a nuestros antepasados. Todas las instituciones adolecen de los sesgos de su tiempo y es imprescindible cambiar y estar a la altura de las nuevas exigencias, pero eso que se logró construir con tanto esfuerzo y compromiso por generaciones pasadas debe ser reconocible por el espectador como parte de nuestra historia.

Y añade:

“La crítica en democracia no es solo sospecha; también es empatía y compasión. Es fácil cultivar el resentimiento como si se tratara de una herramienta científica para ver la realidad cuando se ocupan posiciones de poder. Porque hoy son ‘ellos’, la elite, los conservadores, pero puede que mañana sean otros, quizás, ‘nosotros’”.

—¿A qué se refiere con “resentimiento”?

—A que la mirada crítica no sea capaz de constituir empatía respecto de un pasado que no podemos cambiar. Existe una cultura del resentimiento y me parece preocupante.

—¿Se ha ideologizado el museo?

—La ideología está en todo. Y en este momento lo que tiene enfrentadas a las elites es la voluntad de decolonizar el museo. Se trata de una agenda reciente importada del norte global, tan sesgada como lo que se pretende corregir. Pero en democracia se debe evitar las caricaturas y la parcialidad en los discursos institucionales respecto de nuestro pasado porque empobrecen el pro- pio acervo y degradan las colecciones.

— ¿Qué le pareció la carta que se publicó esta semana en El Mercurio, firmada por 37 figuras del mundo del arte nacional e internacional defendiendo la posición del MNBA?

—Esa carta se debe a la misma confusión. Artistas e intelectuales que hablan el mismo idioma que la muestra, explican al público general que eso es así por “su bien”. Es un debate cerrado, de ahí que sus razones parezcan ajenas y por momentos paternalistas respecto a los debates actuales sobre la función pública de los museos como foros para la democracia. Dudo que en los países donde residen los firmantes y en las museografías citadas, se hayan desmantelado las colecciones patrimoniales e históricas que son el contrapunto con el que se establece el diálogo democrático.

—Algunos catalogaron la carta como una defensa corporativa. ¿Usted cómo lo interpreta?

—Como integrante del mundo del arte soy parte del debate y no me inhibo de tener mi propia perspectiva. Yo publico mis propias cartas. Me pregunto dónde estaban estos intelectuales, académicos y artistas chilenos de éxito internacional cuando se estaba diseñando el ministerio de las Culturas y ya entonces sabíamos que tenía fallas gravísimas en el área del patrimonio.

Y sobre la carta en cuestión, señala:

—Lo que menciona la carta colectiva va en la línea de aspirar a que el arte chileno sea mundial y esté actualizado. Pero no porque sean ideas de países del norte quiere decir que no se puedan discutir. Pueden haber otras perspectivas y debiera existir un directorio en el museo que vele por este acervo patrimonial con una línea que permanezca en el tiempo.

—¿El MNBA aun no tiene directorio?

—Hace 30 años que existe esa conversación. El crítico de arte y abogado, José Zalaquett, lo decía en sus columnas en los años ‘90. La estabilidad es fundamental y tiene que ir más allá de las distintas administraciones. De hecho, de todos los museos que se mencionan en la carta y que se encuentran entre los más importantes del mundo, no hay ninguno sin directorio.

Y retomando el tema de la muestra, explica:

“Se puede tener arte contemporáneo y arte patrimonial al mismo tiempo, pero no se puede desmantelar una colección que el museo tiene la misión de resguardar para
construir otra y que se manipulen los marcos temporales históricos para un discurso que es funcional a una agenda”.

—¿Piensa que hay una utilización del discurso para que juegue en favor de un grupo?

—¡Ese es el punto! Se trata de establecer una “era dorada” de las contiendas sociales, de las luchas por el arte, porque lo que se quiere instalar es la identificación de la institución del museo con la subversión.

—Aunque existe el derecho a cuestionar el canon.

—Perfecto, pero no se puede “borrar” la colección permanente. De lo contrario, los espectadores no van a entender lo que se está discutiendo; el público tiene que comparar o si no la crítica queda vacía, lo que no sólo es injusto con la historia del arte chileno sino sobre todo con los visitantes. Por muy reprochables que nos parezcan los parámetros que guiaron al MNBA desde su origen, éste sigue siendo parte de nuestro patrimonio y merece respeto.

—Entretanto el ministerio de las Culturas pareciera vivir en crisis. Ha enfrentado paros, acusaciones de faltas a la probidad, y ya han tenido tres ministros. ¿Cuál es su evaluación?

—Si al ministerio de Hacienda y al Gobierno le va mal, le va mal a todo Chile. Aquí es lo mismo. Tenemos la tarea histórica de reforzar una cultura democrática. Chile hoy se destaca internacionalmente por ser un país que defiende la democracia y los derechos humanos y pienso que es indispensable que el ministerio de las Culturas logre la estabilidad que precisa Chile, articulando los avances regionales que se han logrado en infraestructura y profesionales y dejar de pensar de que todo pasa por el Parque Forestal como hace cuarenta años, cuando a los 20 años recién llegué a Santiago.