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La pena inmensa de Andrés Zaldívar

“Tengo un vacío muy grande que es muy difícil de llenar”, afirma el exsenador y una de las figuras emblemáticas de la DC, tras la muerte de Inés Hurtado, su mujer durante 65 años, hace cinco meses. Aquí relata el recorrido que hicieron juntos y los momentos políticos decisivos. “Tengo una sensación de compañía muy grande y de intimidad porque la siento muy cerca. Es esta convivencia entre ella y yo lo que me hace mantenerme”.

(Entrevista publicada el 25 de mayo en Revista Sábado de El Mercurio. Fotos: Sergio López, gentileza de El Mercurio).

Por Lenka Carvallo Giadrosic.

A sus 88 años, Andrés Zaldívar camina por la casa que compartió junto a Inés Hurtado, su mujer durante más de seis décadas y declara: “Todo esto lo hizo ella”.

Con melancolía va describiendo el origen de los tapices, los muebles, las historias detrás de las artesanías tradicionales chilenas y los fanales por los cuales Inés sentía un amor especial. “Ahora ella falta y tengo un vacío muy grande y difícil de llenar”.

Con su voz ronca de fumadora empedernida y su más de 1,80 metro de estatura versus el 1,60 del exsenador, Inés Hurtado Ruiz-Tagle era una figura reconocida a nivel político y militante demócrata cristiana prácticamente desde la formación del parti- do. Se conocieron porque Carlos Hurtado, hermano de Inés y exministro de Obras Públicas, era amigo de juventud de Zaldívar. La relación no partió como un amor a primera vista, pero él la conquistó y pololearon a pesar de que la madre de ella le decía: “¿Y cómo vas a bailar con un hombre tan bajito?”. Los Hurtado eran alessandristas férreos y los Zaldívar estaban a firme con Frei. “Nos pusimos las argollas en plena campaña presidencial de 1958 (entre Jorge Alessandri, Salvador Allende y Eduardo Frei). Cuando terminó la ceremonia, desde el lado de la familia de Inés alguien empezó a cantar ‘Cielito lindo’, que era la canción de la campaña de don Jorge Alessandri y, por el otro lado, mi madre y los demás empezaron a gritar ‘Frei sí, otro no’. Mi suegro —que era un caballero, un hombre excepcional con quien nunca tuvimos un sí o un no, a pesar que no pensábamos lo mismo— inmediatamente puso orden, hizo servir champaña y así se cortó el hielo”.

El exsenador observa por el amplio ventanal y comenta: “No hay ni una sola flor, se nota que ella no está porque era la que se encargaba del jardín; ahora lo ve una de mis hijas y entre las cuatro se turnan para no dejarme ni un día solo. Me peleo con ellas, no porque no me guste que vengan sino porque también tienen que dedicarse a su propia casa, pero es lo que Inés les enseñó, que es estar cerca de uno. Y mis nietos igual. Hoy día almorcé con mis bisnietas y mi nieto mayor, Manuel Andrés, que también es un gran compañero”.

Hace una pausa y bajando la vista, reconoce: “Pero es raro estar solo… Porque antes llegaba a mi casa, ponía la llave en la puerta, entraba y si tenía hambre, ya estaba todo listo. Pero ahora cuando en la noche llega la persona que trabaja conmigo y me dice: ‘¿qué quiere comer don Andrés?’, a veces soy yo el que tiene que disponer”.

En su escritorio, entre las paredes que casi ya no dan más de tantas fotos, la pareja figura en numerosas actividades protocolares, junto a personalidades como el Papa Juan Pablo II, la reina de Inglaterra, los reyes de España, entre otros. “Ella siempre estaba conmigo en todas. Inés no era la ‘señora de’, sino que fue realmente una compañera de ruta por sesenta y cinco años de matrimonio… Jugó un papel muy importante; me enseñó mucho en la forma de relacionarme con la gente. Estuvo conmigo en todas las campañas y me empujó a dar pasos muy importantes. Para mi primera campaña, cuando fui candidato a senador en el 71 (para reemplazar a Salvador Allende, que había sido elegido Presidente de la República), el partido me pidió que me presentara sabiendo que era muy difícil ganar. Yo estaba muy reticente pero acepté porque ella me impulsó”.

—O sea que ella le pegaba el empujoncito.

—Más que el empujoncito, también era una ayuda real. Esa campaña duró tres meses y la hicimos en Chiloé, Aysén y Magallanes. Nos cambiamos con camas y petacas a Punta Arenas con nuestras hijas y mis suegros. El equipo de campaña que ella se llevó de Santiago, unos 8 y 10 pintores que trabajaban en la calle, los alojó en la casa en una especie de salón grande donde instaló las camas. Nos distribuíamos el trabajo; mientras yo estaba en Punta Arenas, ella se iba a Aysén. Luego yo viajaba a Aysén y ella seguía hacia Chiloé. Era una posta. Inés tenía una gran capacidad de organización y se hacía querer por la gente, mucho más que yo. Estaba muy vinculada al mundo campesino porque su padre, don Fernando, tenía criadero de caballos, que ella después heredó. Ella tenía una química especial que yo siempre admiré, así que le decía: “Tú tienes mucho más capacidad de contacto con la gente que yo; debieras ser candidata. ¿Por qué no te dedicas a la política?”. Pero ella encontraba que había estudiado muy poco. De niña fue disléxica, pero en ese tiempo la gente no sabía qué era eso y su familia creía que no era muy inteligente, lo que jamás fue cierto; al contrario, de haber tenido más educación habría llegado mucho más arriba. Cuando fui subsecretario de Hacienda de don Eduardo Frei Montalva, ella hizo un curso para validar la enseñanza media”.

Inés Hurtado también fue decisiva cuando a los 31 años Eduardo Frei le propuso a su marido ser ministro de Hacienda y Economía. “Yo tenía muy buena posición como abogado pero lo había dejado por problemas de vocación. Ella me dijo ‘hazlo, yo te voy a ayudar’. Empezó a vender huevos y queso; salía en una renoleta y abastecía a las casas del barrio, acá en Vitacura, para asumir parte del costo de la casa. Lo cuento porque a veces uno se pregunta ¿por qué los matrimonios duran tan poco? Yo creo que la receta es que el matrimonio dura mucho más cuando realmente los dos se comprometen y no anda cada uno por un lado”.

Otro de los hitos que Zaldívar recuerda fue cuando fue elegido por primera vez presidente del Senado en 1998. “El edificio acá en Santiago era un desastre e Inés se encargó de su recuperación. Restauró la sala del Senado, el salón de honor y salvó los 300 sillones del Congreso pleno gracias a don Luis, el tapicero que trabajaba para nuestra casa y que salvó todas las butacas. Recuperó la sala de lectura y la sala de sesiones. Hoy el Senado está funcionando en un espacio que Inés hizo. Por eso Jaime Coloma, actual presidente de la corporación, le hizo un homenaje y pidió un minuto de silencio. Entonces, en cada momento ella dejó puesta su huella y la siento muy cercana. A pesar de todo lo que le pasó con su enfermedad, nunca cedió en nada”.

—¿De qué enfermó?

—Cuando era muy niña tuvo un principio de tuberculosis y quedó con una lesión. Pero era una gran fumadora; en la mañana, antes de tomar el desayuno, encendía un cigarrillo y al acostarse terminaba con otro. Calculo que consumía un par de cajetillas diarias. En un viaje que hicimos a Buenos Aires se hizo un tratamiento con rayos láser y esa misma noche lo dejó; fuimos a una tanguería donde estaban todos fumando y yo dije: hasta aquí llegó, pero no encendió ninguno. Pasaron más de 20 años pero quedó con esta lesión pulmonar que se hizo progresiva y al final se transformó en un cáncer.

La aventura política siguió hasta hace muy poco. Zaldívar había colaborado activamente junto a otros 25 expertos de la DC para el primer proyecto constitucional, “pero hicimos una propuesta y fracasamos. Para el segundo intento, me pidieron que fuera candidato a consejero por Aysén. Yo estaba muy renuente pero Inés en privado me dijo: ‘mire, usted fue crítico del primer proyecto y ha trabajado mucho en esto; tiene la obligación de asumir la tarea aunque pierda’. Entonces le contesté: ‘pero cómo voy a hacerlo solo si usted no puede moverse aquí’ —porque ya estaba dependiendo del oxígeno—. ‘¿Cuál es el problema?’, replicó, ‘se va por cinco días y vuelve por dos’. Y me hizo comprometerme”.

Andrés Zaldívar resultó quinto, con el 7,95% de los votos. “Eso fue el 7 de mayo de 2023 y el 26 de ese mes, Inés entró en un proceso de salud muy fuerte hasta que falleció el pasado 3 de enero”.

Se emociona:

“Entonces yo no puedo dejar de…. (titubea). Sería un mentiro- so si dijera que no tengo problemas… (se le hace un nudo en la voz). Ahora ella falta y tengo un vacío muy grande que es muy difícil de llenar. La gente, que es muy cariñosa, me dice: ‘va a tener que hacer el duelo’. Y es cierto, pero para mí es imposible, no puedo dejarlo atrás… Porque yo en cada rincón de esta casa la veo; esa vitrina Inés la compró para poner todas mis cosas en orden (y apunta hacia un mueble de cristal con todas sus condecoraciones). En todas partes está ella. El otro día, para conformarme, una persona me dijo: ‘va a pasar el tiempo y esto se va a curar…’. Pero soy muy realista: tengo 88 años, ¿cuántos más me quedan por vivir? Dios sabrá, pero no creo que sean muchos. Así que tomé la decisión de mantener a Inés aquí conmigo…”.

Zaldívar observa una foto gigante que sus hijas le regalaron: ambos aparecen sentados sobre el pasto, abrazados, mirando hacia algún punto del fundo La Esperanza, en San Clemente, la casa familiar donde la pareja ha vivido los años más significativos de su vida y el lugar donde él quiere dejar sus cenizas.

“Tengo que llevarla, pero mientras tanto no molesta nada, todo lo contrario. Es que mi alianza con Inés es de una trascendencia distinta. Tengo una sensación de compañía muy grande y de intimidad porque la siento muy cerca. Es esta convivencia entre ella y yo lo que me hace mantenerme. Ella, mi familia y mis amigos”.

—No menciona a su partido. ¿O es porque se sigue desintegrando luego de que varias de sus figuras emblemáticas abandonaran el buque, como Matías Walker y Ximena Rincón que renunciaron para formar Demócratas?

—No estoy de acuerdo con ellos aunque no les niego el derecho. Pero la forma en que actuaron… Mire, yo hablé con ellos y también con Gutenberg Martínez y Soledad Alvear (que también renunciaron). Les dije: “miren, somos parte de esta criatura que hemos creado entre todos; no pueden renunciar a algo que también es suyo”. Yo soy democratacristiano y voy a morir siendo democratacristiano aunque esté solo. Mi señora me tenía guardada una bandera porque yo siempre le decía: “si yo me muero antes, usted se preocupa de que me despidan con la bandera para que no haya duda de que fui un democratacristiano, no porque sea fanático, que quede claro, sino porque hay que ser leal”.