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Hablan la viuda y la hermana de Ronald Ojeda

El 21 de junio se cumplieron cuatro meses desde el secuestro y asesinato del teniente Ronald Ojeda. Cuatro meses en que las mujeres viven con el temor a cuestas y la certeza de que no cejarán hasta hacer justicia. Aseguran que el régimen de Maduro controla al Tren de Aragua y que su objetivo es someter a los países de la región mediante la violencia y el terror. Por eso creen que no estarán a salvo hasta dejar el continente y ya solicitaron protección a la Agencia de la ONU para los Refugiados y ayuda del FBI. También reconocen que en Chile hay más militares en la misma situación de Ojeda: “A él lo mataron para enviarles un mensaje”»Queremos vivir en un lugar donde los tentáculos de Maduro no nos alcancen», afirma Jormarghy Castillo, viuda del asesinado disidente.

(Entrevista publicada el 29 de junio 2024 en Revista Sábado. Fotos: Carla Pinilla, gentileza de El Mercurio).

Por Lenka Carvallo Giadrosic

Josmarghy Castillo llega puntual a la entrevista acompañada de su hijo de siete años. Es una de las mañanas más heladas de junio y en el centro de Santiago el día se siente aún más gélido. “Quiero hablar porque ya estoy harta de las mentiras y de la injusticia, esto ya ha llegado demasiado lejos”, dice la viuda del teniente venezolano Ronald Ojeda, secuestrado y asesinado en un crimen que conmocionó al país y tensiona la relación entre el Gobierno chileno y el régimen de Nicolás Maduro. Hoy, la Fiscalía Nacional avanza con la tesis de que se trataría de una operación diseñada en el país caribeño y ejecutada en Chile por miembros del Tren de Aragua. Algo que tanto la viuda como la hermana del militar, dicen, tuvieron claro desde el minuto uno. “Siempre fue nuestro temor (de que se lo llevaran), pero dentro de todo estábamos confiadas porque jamás pensamos que ellos fueran capaces de violar la soberanía de Chile…”.

Eran las 3:10 de la madrugada del 21 de febrero, cuando un grupo de cuatro hombres, haciéndose pasar por detectives de la Policía de Investigaciones, ingresaron al departamento donde vivían Ronald, Josmarghy y su hijo de siete años, en la comuna de Independencia. Los tres dormían en la misma cama cuando empezó la pesadilla. “Yo gritaba, golpeaba las paredes, tanto gritaba que los vecinos se despertaron y uno de los secuestradores me apuntó a la cabeza y me ordenó que me callara. Ahí mi esposo me dijo ‘quédate tranquila’. Esas fueron las últimas palabras que le escuché”.

A una cuadra de distancia, Mayra Ojeda, hermana de Ronald, se enteró del secuestro. “Josma me llamó y salí corriendo, pero no pude ir más rápido porque tenía a los niños”, recuerda.

Es la primera vez que dan una entrevista juntas. Mayra Ojeda llega un poco atrasada luego de ir a dejar a sus dos hijos a clases de violín y pronto deberá ir a su trabajo en una empresa de estética. Al momento de las fotos, ambas piden disimular, dentro de lo posible, sus rostros. No porque teman que los mismos que asesinaron al teniente Ojeda puedan reconocerlas, aclaran (“ellos saben perfectamente cómo somos”), sino para mantener la poca normalidad que les va quedando en sus vidas. “Muchas veces tengo que salir a hacer diligencias, llevar al niño al colegio y me incomoda que me reconozcan y sepan nuestra historia, que ya es demasiado difícil”, dice Josmarghy Castillo. En su cara se refleja el cansancio de este tiempo.

Hoy, ambas mujeres decidieron vivir juntas para ayudarse y hacerse compañía.

“De los ocho hermanos, Ronald era el menor de los hombres y el más unido a mi mamá”, parte contando Mayra Ojeda. “Su sueño era ser futbolista, pero en mi familia existía la tradición de que todos los varones tenían que hacer la escuela militar, aunque solo lo lograron él y mi hermano mayor. Ronald sobresalía en todo y fue el número uno de su promoción. También hizo estudios de comando y como francotirador. Era considerado un líder. Cuando Ronald se dio cuenta de que había corrupción a alta escala dentro del Ejército y le solicitaron que contrabandeara gasolina y cocaína hacia Colombia —prosigue— a lo que él se opuso, lo secuestraron y se lo llevaron a la cárcel militar de Ramo Verde, donde torturan a aquellos que no siguen el adoctrinamiento al que se somete a los jóvenes uniformados. Estuvo preso nueve meses donde lo golpearon con objetos contundentes forrados para no dejarle huellas visibles; le colocaban corriente, incluso le pusieron una bolsa en la cabeza con una bomba lacrimógena para hacerlo hablar y que delatara a sus compañeros por un supuesto golpe de Estado donde él era el francotirador que mataría al Presidente. Mi hermano buscaba era terminar con la corrupción y que se supiera la realidad de Venezuela. No quería matar a nadie”.

Josmarghy conoció a quien sería su marido cuando él integraba un batallón en la ciudad de Táchira, donde a poco andar se casaron. Se fueron a vivir a la casa de sus padres y pronto ella quedó emba- razada. Planificaban tener su propio hogar, cuando empezó la persecución que los llevaría a huir primero a Perú y luego a Chile.

“Mi hermano —cuenta Mayra— se fugó junto a otros cuatro compañeros mientras los trasladaban desde los tribunales hacia la cárcel de Ramo Verde. Uno de ellos murió y el otro quedó en coma. Ronald se tuvo que lanzar desde una montañita hacia un acantilado y se luxó los dos hombros. Para ayudarlo, un mecánico le pasó ropa y así llegó hasta la casa de mi mamá en Maracay, donde lo auxiliamos. Yo le prometí que lo sacaría de Venezuela y me fui con él junto a mis dos niños, que tenían seis y cuatro años. Fueron 15 días en que nos escondimos en distintas casas y fincas, hasta llegar al Puente Simón Bolívar, que comunica con Colombia, donde nos encontramos con Josma”.

Mayra viajó a Chile con sus niños. Ronald y Josmarghy siguieron a Perú, donde solicitaron refugio. “Pero nos fuimos a los dos meses porque había personas del G2 (la inteligencia cubana) buscando a los disidentes venezolanos, entre ellos a mi esposo”. Así, en diciembre de 2017 llegaron a Chile.

Ronald Ojeda partió vendiendo agua en los semáforos y hacía helados de fruta mientras esperaban a que les saliera la visa. “Sin documentos chilenos era muy difícil encontrar un trabajo formal. Al niño lo pusimos en una guardería y así subsistimos. Luego empecé a trabajar en una cafetería y él estuvo un tiempo como Uber y en una empresa de seguridad. Así, tratamos de salir adelante. Nos cambiamos varias veces de domicilio; nunca nos manteníamos mucho tiempo en un mismo trabajo y tratábamos de no relacionarnos con más personas. Él evitaba decir quién era, menos su historia como militar”.

El 22 enero, un mes antes del secuestro, la Fiscalía general de Venezuela informó de la detención de ocho personas acusadas de atentar contra la vida de Maduro, entre ellas, Anyelo Heredia, un exmilitar disidente cercano a Ronald Ojeda. De ahí circuló un video en el que Heredia se autoinculpaba y señaló pertenecer al grupo del “teniente Ojeda”. Dos días después, el gobierno publicó un listado de 33 militares acusados de conspirar y planificar acciones criminales y terroristas, entre ellos, el del marido de Josmarghy.

Habla Mayra Ojeda: “Cuando lo amenazaron y apareció en esa lista, enloquecí; le pedí a mi hermano que se fuera, pero me dijo que me quedara tranquila… Desde que llegó a Chile, Ronald constantemente iba a Migraciones para que le entregaran nuestros pasaportes e irnos de Chile lo antes posible, a España. Mi hermano sabía de la relación entre el gobierno venezolano con el Tren de Aragua, que trabaja bajo sus órdenes. Por eso nunca nos vamos a sentir seguras en el continente. Cuando a mi hermano se lo llevaron, sabíamos que detrás de todo esto estaba el Tren de Aragua”, agrega. Advierte Josmarghy: “Ellos son otro tentáculo que el gobierno tiene en Latinoamérica. Lo que ellos quieren no es solo quedarse con el poder de Venezuela, sino que adueñarse de toda Sudamérica a través de la violencia y el miedo”.

Mayra relata que “la semana en que estuvimos sin saber de él fue horrible; no dormíamos, no comíamos, pero teníamos la esperanza de que apareciera con vida; sabíamos que lo iban a golpear y a maltratar, que podrían habérselo llevado a Venezuela, pero nunca que fueran capaces de matarlo”.

—¿Cómo recuerda esos últimos días junto a Ronald?

—Era horrible; no podía ir nadie para la casa. Si yo salía, antes de llegar tenía que enviarle un mensaje diciéndole que iba en camino y dónde, para que pudiera calcular el tiempo. Desde que llegamos, siempre tomamos precauciones; nos cambiamos varias veces de casa; estuvimos un tiempo en Santiago, luego nos fuimos a Valparaíso, regresamos a la ciudad y ya nos habíamos mudado por tercera vez, cuando ellos averiguaron hasta el piso en el que vivíamos, el número del departamento y todo. Eso es algo que he preguntado muchas veces a la fiscalía: ¿cómo supieron el lugar exacto donde vivíamos? Creo que alguien acá los ayudó. No sé si del propio Tren de Aragua o de alguien externo.

El pasado 21 de junio se cumplieron cuatro meses desde el asesinato de Ronald Ojeda. Hoy Josmarghy intenta salir adelante. “Trato de tener a mi hijo bien y, al mismo tiempo, estar bien yo. Para él ha sido muy fuerte no poder estar con su papá porque ellos siempre jugaban, se divertían, hacían videos y todo el tiempo encontraban algo que hacer juntos. Él dormía con nosotros cuando se llevaron a su papá. Fue un momento tan fuerte que ojalá mi hijo nunca lo hubiese vivido…”.

—¿Cómo se lo explicó?

—Le conté que con su papá estaban resolviendo un problema y que él iba a volver… Pero cuando eso ya no ocurrió y supimos que habían encontrado el cuerpo de mi esposo, en medio de mi dolor le tuve que decir “no se resolvió el problema y tu papá se fue al cielo”. No le podía mentir. Tampoco puedo ocultarle cuando estoy triste. Es imposible. Él ha llegado al punto de decirme “te voy a dejar sola un rato, pero por favor no llores”… Se da cuenta de todo. Es duro porque no es fácil intentar criar a un niño sola. Quiero que mi hijo sea feliz. Ahora estoy viviendo con mi cuñada y los niños, así que nos ayudamos. Sigo sin trabajar, de licencia y con un tratamiento psicológico. Intentando sobrellevar las cosas, pero no es fácil. Hasta que no haya justicia no podré sentirme tranquila. Estas personas están acostumbradas a pasar sobre cualquiera, después lavarse las manos y decir yo no fui. Son expertos creando historias, a sus propios monstruos…

—¿Qué precauciones toma en su diario vivir?

—Evito salir, a menos que sea muy justificado, como ir a comprar al supermercado cuando se nos acaban algunas cosas o ahora que vine para acá a dar esta entrevista. Siempre ando alerta… A veces me angustio, pero no quiero que mi hijo me vea así. La otra vez iba saliendo a buscar a los niños al colegio y vi a unas personas que se comportaban raro; inmediatamente llamé para avisar a la Fiscalía para ponerlos en alerta. Por eso quiero irme a un país más seguro donde pueda llevar una vida, entre comillas, normal y sana para mi hijo.

Josmarghy y Mayra solicitaron ayuda en la Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados. “No sé dónde se podría concretar. Tampoco es sencillo, porque según lo que he investigado, es el Gobierno chileno el que debe solicitar que nos reciban. Pero queremos que sea en un lugar donde los tentáculos del régimen de Maduro no nos alcancen”.

—¿Por qué decidieron dar esta entrevista?

Responde Josmarghy:

—Porque estamos cansadas de las mentiras. Es súper injusto que estas personas hayan cometido en Chile un crimen de lesa humanidad y luego se laven las manos y digan que no saben nada.

—¿Qué opina del viaje del subsecretario Manuel Monsalve a Venezuela para firmar un acuerdo de colaboración con el gobierno para combatir la delincuencia?

—Sé la clase de personas que hay en mi país y firmar un acuerdo con ese tipo de gente es como hacer un trato con el diablo. ¿Qué confianza se puede tener en los datos que envían? Perfectamente podrían entregar nombres de opositores al régimen, acusados por ellos de traición a la patria o instigación a la rebelión, como si fueran delincuentes peligrosos. Parece que se olvidan de que están tratando con una dictadura, una narcodictadura. Aunque no lo quieran asumir, el Cartel de los Soles existe.

—¿El Cartel de los Soles?

—Lo llaman así porque son todos generales y en Venezuela las insignias tienen esa forma…

—El fiscal Héctor Barros dijo que la operación que dio muerte a su marido pudo ser organizada desde Venezuela y que los autores huyeron hacia su país, lo que fue negado por el fiscal general Tarek Saab, acusando a Chile de una operación de falsa bandera… ¿Qué siente?

—Me indigna. Y tiene la desfachatez de hacer acusaciones a través de la televisión. Lo que buscan es silenciar el caso y no lo vamos a permitir. Aquí se violó la soberanía de Chile y hoy los ojos del mundo están puestos en Venezuela y también en este país. Esa es la razón por la que la fiscalía chilena no para de trabajar. Porque tienen que demostrar que son autónomos. Incluso fiscales de mi país tuvieron la desfachatez de venir a Chile a solicitar acceder a la investigación, que es de carácter secreto. Pero así funcionan, pasando por encima de las leyes y quisieron hacer lo mismo acá, pero no les resultó. Incluso, tuvieron el descaro de señalar que el Tren de Aragua no existía, que lo habían inventado en Chile y que fue una “operación de falsa bandera”. Quieren quedar bien a los ojos del mundo, pero no lo van a lograr.

—Entiendo que su abogado solicitó el apoyo del FBI para que analice una tercera huella dactilar y pelo encontrado en la mano de Ronald Ojeda…

—Todavía no se sabe a quién pertenece este material genético y por eso les solicitamos ayuda, para que lo cotejen con sus bases de datos.

—¿Cuáles son ahora sus planes?

—Seguir manteniendo el nombre de mi esposo en alto, que es lo que se merece, y continuar buscando justicia a través de los medios nacionales o internacionales. Hice
la denuncia en la Corte Penal Internacional (CPI) y en la Corte Internacional de
DD.HH. (CIDH), donde existe una carpeta con los múltiples casos de crímenes de lesa
humanidad en mi país, entre ellos, una denuncia que hizo mi esposo cuando fue torturado y secuestrado en 2017. Eso me movió a denunciar su asesinato y que demuestra que es una práctica que se viene desarrollando desde hace años. Lo que me da rabia es que pasa el tiempo y nadie hace nada. ¿Cuándo la CPI pretende hacer algo?

—¿Hay más militares en Chile en la misma situación que Ronald?

—Sí… Ese es el miedo que tengo: que se filtre esa información, que esas personas sepan quiénes son los militares disidentes venezolanos que están acá y también vengan a hacerles daño. ¿Cuántas familias más van a destruir? ¿Cuántos más vamos a sufrir por culpa de esta dictadura?

—¿Los conoce?

—Solo a algunos y sé que muchos tienen temor. Ese es el mensaje que quisieron enviarles a través de mi esposo.

Hace una pausa y advierte:

“Como familia seguiremos buscando que se haga justicia. En algún momento ellos van a caer. Dios no va a permitir que esto siga pasando y pedirá cuenta de toda la sangre que han derramado. Eso es lo único que me deja tranquila. Que se haga justicia y que no sigan matando personas”.