En esta entrevista, realizada en los primeros meses del estallido social, el Premio Nacional de Literatura y Premio Princesa de Asturias, reflexiona sobre este momento histórico y hace una dura crítica a la derecha y a los gobiernos de la Concertación. «De haber tenido menos edad, de haber podido correr, me habría encantado estar en la primera línea». Por Lenka Carvallo Giadrosic para diario La Segunda. Fotos gentileza de El Mercurio.
Entrevista publicada el 12 de febrero de 2020.
Raúl Zurita baja a saltitos los tres pastelones que conducen al portón de salida. La imagen llama la atención, no porque el poeta haya cumplido 70 años el 10 de enero sino porque desde mediados del 2019 afrontó una serie de complejas cirugías para tratarse el párkinson, mal que lo aqueja hace dos décadas.
“La operación duró siete meses”, asegura tras haberse instalado por durante nueve meses en el pueblito de Pavia, cercano a Milán. Su madre es originaria de Génova, por lo que el Premio Nacional de Literatura utilizó su doble nacionalidad para atenderse —a costo cero— en el sistema público para una intervención que calcula en torno a los 60 millones.
—¿No siente culpa por haber tenido ese privilegio?
—Es terrible. Cómo puede ser que por causas que no dependen de mí, me encuentre en este lugar (dice mirando el frondoso jardín de su casa en Pedro de Valdivia Norte) cuando hay tanta gente que no puede.
Literalmente de punta en blanco, elegantísimo, Zurita se inclina sobre su asiento y relata: “Me operaron sin anestesia porque los médicos tenían que ir comprobando los reflejos. No te digo el dolor. Luego me instalaron este cablerío que tengo acá —y agacha la cabeza para mostrar un grueso cordón que bajo la piel le recorre el cráneo y conecta con una cajita en el pecho—. Soy como Robocop”, ríe.
“Ahora soy otro. No podía caminar, me andaba cayendo; me fracturé un hombro, aunque igual era autovalente y me daba lo mismo andar a los porrazos. La que lo pasaba mal era mi mujer”, dice por Paulina Wendt, escritora, del cuarto matrimonio del poeta con quien suma 22 años. “¿Un matrimonio más? No, me suicido”.
A Chile regresó en agosto de 2019, con una clara advertencia médica: operarse cuanto antes del corazón.
Pero partió a México y allá lo pilló el estallido. A su regreso, el documental basado en su figura (“Verás no ver”, de Alejandra Carmona) fue aplazado; y el autor de “Purgatorio” (1979) se unió a las protestas. Para la quinta noche de toque de que- da, el grupo Delight Lab proyectó sobre la torre Telefónica un famoso verso suyo: “Que sus rostros cubran el horizonte” con la imagen de cinco de las personas muertas en los primeros días de revueltas. Luego, una foto suya caminando con la bandera chilena en alto se convirtió en viral.
“Estaba entretenido como cabro adolescente cuando me vino el preinfarto”.
Fue internado en el hospital clínico de la U. Católica. La Sociedad de Escritores de Chile llamó a donar sangre.
“Fue una operación de 9 horas súper jodida. Te abren el esternón, te sacan el corazón y lo dejan en una bandeja conectado a una bomba. Lo fregado viene después, cuando te lo conectan y hay que esperar que vuelva a latir”.
Extrañado, comenta: “Desperté de la anestesia y vi, igual como en una foto en blanco y negro, un montón de gente que se acercaba a aplaudirme y la Paulina como la primera. Mira qué narciso. De pronto, despierto y estoy en una cama de mierda, entubado entero, con un monitor horrible y unos dolores caballísimos”.
—¿No le asusta la idea de la muerte?
—Me produce curiosidad. Es tan impresionante saber que cabalgamos a ese misterio infinito. El momento de morir debe ser una cosa alucinante y, si no lo es, entonces todo ha sido un fracaso absoluto. Vivir toda una vida, si el último segundo no es una experiencia de felicidad completa, pucha, para qué. Incluso siendo torturado, si el último instante es una experiencia feliz, todo se justificaría. Pero si es espantoso, será la prueba de que Dios sí existe pero es un viejo maldito.
—¿Le coquetea a la idea de vez en cuando?
—Ya no. Hubo un tiempo en que me quemé la cara, me tiré amoníaco en los ojos, todo para encontrar un sentido. Ahora, ¡ni por un millón de dólares! No me toco ni una uña; ya sobreviví a la dictadura, a las enfermedades y a mi propia autodestrucción, que es la más fregada de todas.
—¿Ha pensado en qué pasará con su legado? En los casos de Bolaño o de Parra las familias aún se disputan su obra.
—Es tan triste; la mujer de Bolaño ha estado demandando a los amigos e incluso le hizo un juicio a Ignacio Echeverría (el editor), a quien quiero mucho y afortunadamente no ganó. No voy a decir que Bolaño habría sido nadie sin Ignaci pero él contribuyó mucho.
—Con cuatro matrimonios e igual número de hijos, ¿ha tomado alguna precaución?
—Espero que seamos todos los suficientemente sabios para dejar las cosas más o menos claras. Por suerte tengo una mujer inteligente a mi lado quien, por supuesto, me tiene que sobrevivir, no concibo que sea de otra manera.
Hoy Zurita está pronto a lanzar un libro sobre los tiempos del Colectivo de Acciones Artísticas (CADA), integrado entre otros por Lotty Rosenfeld y Diamela Eltit (con quien se casó y tuvo a su cuarto hijo).
—Así que persiste en la escritura.
—Lo sigo haciendo, tal vez con un cierto dejo de desesperación y de piedad.
Militante del Partido Comunista, el poeta fue detenido y torturado en dictadura. “Lo mío no fue para tanto y tampoco quiero entrar en una especie de competencia de quién sufrió más, que me parece deleznable”.
Para el poeta, el estallido social se veía venir. “Hay un mito de una hechicera griega llamada Casandra, que anuncia todo lo que va a pasar pero nadie la escucha. Aquí sucedió lo mismo: estaban las señas, todo, no había que ser Nostradamus para anticiparlo”.
—¿Dónde diría que estuvo el punto de partida?
—Mira, cuando se terminó la dictadura todos los opositores esperamos, abrazados a la noche, convencidos de que llegaría el momento en que experimentaríamos una tremenda solidaridad con los pobres, los familiares de los detenidos desaparecidos… Pero ellos fueron los primeros en ser olvidados. Y al final (lo que tuvimos) no fue una democracia sino una plutocracia. Hoy, ¿cómo vas a decirle a mi madre, que tiene 96 años y una pensión de 215 mil pesos que, después de trabajar 40 años y que no le alcanza ni para los remedios, está viviendo en igualdad? ¿Cómo le vas a decir a un chico de Sename que la suya es una experiencia democrática? Es un modelo feroz. Hay un poema con el que termina mi libro “Anteparaíso” (1982), y que es la mayor síntesis de lo que pasa ahora. Y recita:
‘Pero escucha, si tú no provienes de un barrio pobre de Santiago es difícil que me entiendas; tú no sabrías nada de la vida que llevamos, mira, es increíble, es la demencia, es hacerse pedazos por apenas un minuto de felicidad’…. ¿Te das cuenta?
—Como Casandra, ¿que diría del futuro que se nos viene?
—Tengo una sensación entre esperanza y angustia, porque siempre los grandes cambios van asociados a la crueldad y la violencia. No soporto las funas. La violencia policial la encuentro atroz. Y luego pienso en las Fuerzas Especiales trabajando 17 horas y me imagino que están dopados; o aquel pobre paco, hijo del pueblo, de una familia que probablemente se sintió orgullosa (de que ingresara a la institución) porque no pudieron darle más. Me da pena, al igual que a los chicos que han perdido los ojos. Y ahí, en la primera línea, ves la ingenuidad, el candor de los jóvenes que se disfrazan de hombre araña, de vikingo, de gladiador… Porque el juego y la fiesta son parte de todo esto. Me encanta cómo se ve el general Baquedano de todos los colores. De haber tenido menos edad, de haber podido correr, me habría encantado estar en la primera línea. Ahora, ¿qué va a pasar? Porque todas esas manifestaciones creativas están bien, yo creo en ellas, pero qué ganas de decirles a estos cabros ya, nosotros fracasamos, nos fue pésimo con Allende, nos fue peor con la Concertación; avanti ustedes a conquistar las espléndidas ciudades, pisoteen nuestros cadáveres. Pero de repente nos pisotean demasiado fuerte…
—¿No le angustia volver a los horrores de la dictadura?
—Me da miedo algo casi peor. Imagínate que viene el famoso marzo y se dicta estado de sitio. Las masas no se van a replegar; y como los jóvenes ya perdieron el miedo, me preocupa que se produzca una mortandad espantosa.
—Sin embargo hoy se acusa al PC de avalar la violencia.
—Te juro que el partido está absolutamente contra la violencia. Es una crítica que le endosan, que por un lado son amarillos y, por otro, violentos. Pero tienen una trayectoria ejemplar; un partido que fue leal a Allende, que nunca optó por la vía armada. Cada vez me vuelvo más cristiano y más comunista.
—¿Cristiano?
—Me he vuelto más compasivo y piadoso. Como mi abuela italiana.
—¿Qué visión tiene de los liderazgos políticos que han emergido?
—Terrible, espantoso, no veo nada de nada. Ni siquiera en el PC, que nunca ha tenido esa vocación de líder, que tiene esa cosa colectiva que me fascina. Igual están Camila (Vallejo), Karol (Cariola), Jadue, que son personas valiosas. Me indigna cuando veo a gente como Piñera o Allamand, a quienes espero que la historia les dé una feroz patada. Están fuera del planeta, no entienden el proceso social; no tienen sensibilidad, les faltó leer poesía…
—En su discurso en Icare, el Presidente mencionó los principios básicos de la nueva Constitución. No mencionó a la cultura, palabra que tampoco está en la carta magna del 80…
—Puede haber cultura sin democracia, pero no hay democracia sin cultura. Fue el alma del movimiento artístico y creativo que derrotó a Pinochet. Y es esta misma fuerza la que hoy alienta el gigantesco movimiento por las demandas sociales de hoy. Claro que hoy el enemigo es el absolutismo neoliberal. No es de extrañar entonces que la derecha y su escuálido Presidente le tengan aversión a la cultura; derecha y cultura son términos absolutamente excluyentes; son lo que los matemáticos llaman: “conjuntos disjuntos”.