“Al Presidente Gabriel Boric el tema de las rectificaciones ya se le agotó, también su recurso del carisma. Ya no tiene crédito en la cuenta corriente”, observa la académica de la UC y Premio Nacional quien en esta entrevista, advierte: “Estamos agotados de nuestro propio discurso donde se supone que todo, absolutamente todo está pésimo”. Por Lenka Carvallo para La Segunda.
30 de septiembre de 2022
No deja de ser curioso que Sol Serrano Pérez, la primera y hasta hoy la única mujer en ser reconocida con el Premio Nacional de Historia (2018), analice el fin de un ciclo constitucional y el comienzo de uno nuevo, desde la biblioteca de su departamento en el Parque Forestal. Aquí vive desde hace largo tiempo con su marido, el abogado Jorge Correa Sutil, donde juntos resistieron los embates del estallido social.
“Estallido… me carga el nombre”, señala Serrano con humor. “Es de esas palabras que se instalan y ya no hay nada más que hacer”.
Fue precisamente desde la ventana de su hogar donde la académica vivió los hechos que se desencadenaron a partir del 18 de octubre de 2019 y que, observa, se condujo políticamente con el acuerdo de noviembre de 2019, decantando en el plebiscito del 4 de septiembre. “La política chilena estuvo tremendamente a la altura al haber liderado este proceso de manera muy eficiente. Que no haya existido ni un solo voto impugnado, por ejemplo, habla muy bien de nuestra institucionalidad. Si Chile funcionara como el Servel, seríamos el mejor país del mundo”.
Toma un poco de agua: “Por supuesto que tenemos problemas muy grandes, divergencias importantes, pero este puede ser un momento de mirarnos con mayor optimismo. Ya es hora de que pensemos en un cierto cambio de tono sobre lo que somos como país. Estamos agotados de nuestro propio discurso donde se supone que todo, absolutamente todo está pésimo. Es curioso, porque hay una mezcla entre la voluntad de seguir, por eso la enorme participación, y, al mismo tiempo, un agotamiento por pelear tanto. Estamos cansados del lenguaje confrontacional”.
—¿Cuánto cree que influyó en este agobio la crítica a los 30 años de la Concertación desde quienes hoy lideran la coalición de Gobierno?
—Se trató de una crítica horrorosa, sin ninguna mirada histórica, que corrompió los fundamentos de la democracia al no valorar lo que se construyó desde los ‘90 en adelante cuando, mal que mal, fue la coalición que tuvo que reconstruir la democracia. La crítica a la Concertación se volvió incluso más importante que la propia dictadura. Por supuesto que hubo limitaciones, pero incorporó el funcionamiento del sistema democrático, lo que permitió la alternancia y que grupos nuevos, como el Frente Amplio, entraran al poder.
—¿Pero no es normal que cada generación cuestione a sus predecesores?
—Hay un adagio egipcio: los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres. Pero eso no implica que no haya que diferenciar entre padres y padres, o entre padres, abuelos y tatarabuelos, por ejemplo.
Y vuelve a Apruebo Dignidad (AD): “Tal vez no sea parte de su cultura, pero hay reflexiones que quizás las izquierdas no se han hecho. Una que ahora es muy importante es reconocer que el proceso que hemos vivido no debilitó a la democracia sino que la fortaleció. Pero dentro de la coalición de Gobierno hay sectores que están siempre en el coqueteo con la calle”.
—¿Se refiere al Partido Comunista?
—Sí, en parte. Dentro de AD hay corrientes con mayor y menor valoración de la política. La falta de universalidad sobre los valores es una cuestión tremenda. O sea, no trataron nunca a Piñera como un Presidente que haya sido democráticamente elegido. No es neutral considerar que hay ciertos valores o proyectos que son válidos cuando estás en el poder, pero no así cuando estás en contra.
—En una entrevista en «La Tercera», Piñera lo atribuyó a que figuras como Gabriel Boric no se les pasó por la mente que en algún momento les tocaría estar en el Gobierno. O su comportamiento habría sido distinto.
—Es posible. La política es siempre un guion incierto. Ahí es donde se nota lo que yo llamo el ADN político, la distinción que hay entre representar un cargo y lo que representan mis propios pensamientos y los de mi generación. Eso se nota en los distintos pasos en falso que ha dado el gobierno, sobre todo en el discurso.
Suspira.
“O sea, ¿qué requiere nuestro embajador en España para saber cómo tiene que hablar un representante de Chile en el exterior o cuando se expresa como un ciudadano? No, no es formalidad lo que a ellos les falta. Es elegancia. Eso es lo que reclamo: elegancia profunda. Por eso es que a este Gobierno le cuestan tan caros los errores no forzados”.
—El Presidente Gabriel Boric ha llamado varias veces a “habitar la República”.
—Escribí una columna sobre eso y lo dije híper claro, que era un llamado al orden a su gente, que por lo demás fue algo que la Convención jamás logró y que revelan que (para ellos) los otros existen teóricamente, pero no vital ni institucionalmente.
—¿Ve esa “elegancia” en Gabriel Boric?
—Le da elegancia ser un hombre culto, lo que desde luego es una gran diferencia. Sin embargo, creo que debe ser muy cuidadoso en cómo utiliza su carisma personal. Tiene que administrarse muy bien, de manera condensada, sin tantas improvisaciones.
—En una reciente entrevista con CNN el Presidente dijo que el texto constitucional no fue comprendido pues estaba adelantado a su época. Luego tuvo que rectificar.
—Es que el tema de las rectificaciones ya se agotó, también el recurso del carisma. Se le acabó el crédito en su cuenta corriente. Por eso digo que tiene que cuidarse, porque los faux pas (pasos en falso) le pueden costar muy alto, a él y al Gobierno. Eso ya lo estamos viendo.
En mayo de este año, adelantándose al creciente clima de tensión que ya se percibía antes del plebiscito, la historiadora propuso sumar una tercera pregunta a la papeleta que permitiera descomprimir la polarización.
“Me las di de analista política. Quizá no estuve tan desencaminada, no en el mecanismo, sino en la necesidad de desdramatizar el Rechazo y de la posibilidad de que el proceso continuara. Se asemejaba a lo que ocurrió luego con el ‘apruebo para reformar’ y ‘rechazo para una nueva’”.
—El nuevo ciclo también se percibe tenso. ¿Tiene alguna proposición?
—Lo más importante es que sea una Constitución corta, clara y sencilla en sus mecanismos. Lo que viene ahora tiene que ser una cuestión mucho más acotada; vamos a discutir sobre Estado social de derechos, pero en la específica. Hay temas que están para quedarse, por algo en el primer plebiscito hubo tanta gente que votó Apruebo y eso no se puede ignorar.
—Ya no será ni la primera Constitución feminista del mundo o la más ecológica, ¿o lo cree posible acaso?
—No me interesa ser el primer país del mundo en nada. Hay una confusión entre derechos e ideologías suscritas a teorías. La nueva Convención será paritaria y los derechos de las mujeres tendrán que estar de todas maneras. Ahora, ¿significa eso que tenga que adherir a la teoría de género? A eso me refiero con que hay que distinguir valores de teorías sociales y políticas. Entonces (en relación al texto anterior) no es que haya un retroceso; lo que hay es libertad de elegir desde dónde yo defiendo los derechos de las mujeres y no estar obligada a hacerlo desde una teoría específica adosada a la Constitución. Fue precisamente esto lo que me enloqueció de la Convención.
Se ajusta los anteojos: “Me formé intelectualmente en dictadura y no puedo creer que no hayamos podido aprender lo suficiente del horror de la arrogancia. Creo que todos podemos convivir en una sociedad de libertades respecto a las posiciones ideológicas”.
La académica e investigadora del Instituto de Historia UC, afirma que ese mundo del que forma parte tiene hoy varias tareas, partiendo por un mapa biográfico, sociológico e ideológico de la Convención.
“No podemos ignorar lo que pasó. Es necesario hacernos cargo intelectual y políticamente de la variedad de ideologías que se dieron cita allí. Fueron muchos ‘octubres’ que se condensaron en varias de las listas y en parte importante de los convencionales que fueron escogidos, donde el octubrismo se transformó en una visión ideológica, contraria al sistema y a la idea misma de modernidad. Todo esto dio lugar a que en la CC aparecieran voces nuevas, pero que gritaron tan fuerte que al final se transformaron en espantapájaros del cambio. Por eso digo que sería un tremendo error, y le haríamos un flaco favor al país, si nos quedamos con la idea de que la propuesta constitucional se perdió por Rojas Vade. Lo que mató a la Convención fue el estilo, las controversias que se armaron desde el primer día en las comisiones, con un debate que anduvo lejos de ser transparente y que nos permitiera conocer los fundamentos para una discusión razonada y no al voleo. Pero hubo proposiciones muy difíciles de entender, sobre todo de definir, con una forma muy agresiva y poco abierta al debate. Así, parte importante de los convencionales pudieron imponer sus puntos sin necesidad de pensar críticamente. Lo sucedido en las comisiones, demostró un mundo ideológico que jamás imaginé que estuviese tan expandido”.
—¿Qué lecciones podemos sacar para este proceso que comienza?
—Es fundamental que los partidos políticos se hagan cargo. En una democracia sin partidos los riesgos terminan siendo demasiados altos, sobre todo porque a ellos se les puede pedir que rindan cuentas, algo que en la CC no pasó y que me indigna. La más honesta fue la “tía Pikachu”, quien dijo que tenía que guardar y enterrar su disfraz.
“Otra lección es que la próxima convención sea enteramente elegida, perfectamente democrática, representativa, y creo que así será”.
—Aunque ahora de lo que más se está hablando es de los “bordes” y del rol de los expertos.
—Siempre hay ripios, y posiblemente lo de los expertos va a terminar en una muy buena secretaría técnica.
Se queda pensando: “Estamos en el momento del corcoveo que no debe alargarse mucho para que no se esparzan las desconfianzas. Pero es parte de los ruidos de toda negociación, sobre todo después del resultado del plebiscito. Esto no parte precisamente con besos y abrazos”.
—Aunque es legítimo preguntarse si creerle o no a la derecha.
—Para mí lo interesante es el análisis que debiera hacer la derecha de sí misma. Es un momento importante para ella, donde puede acumular crédito luego de un cierto déficit democrático. Es el momento perfecto para iniciar una nueva etapa, donde no tenga que ser para siempre codeudora solidaria de todo su pasado. Esto fortalecería a la democracia, permitirá más flexibilidad y menos fragmentación en las alianzas políticas de los partidos mayoritarios.
—¿Cuál debiera ser el rol de los “Amarillos”, que usted suscribió desde el comienzo y que ahora se constituye como partido político?
—Firmé con mucha convicción los llamados de alerta que se iniciaron en febrero de este año sobre los resultados que se veían en las comisiones de la CC. Y el tiempo les dio la razón. Así como creo que es un momento bien único para la derecha, puede que este sea un buen momento para organizar políticamente al centro. Todos vienen de distintos partidos o de ninguno, pe- ro lo bueno es que no tienen dramas identitarios.