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Manfred Svensson: «En la Convención hubo una farra sin nombre»

El director de Filosofía de la U. de los Andes apunta a las causas identitarias como una de las principales razones de la derrota del Apruebo. “El gran dolor de cabeza para las izquierdas del mundo es que han dejado de priorizar la preocupación por las carencias materiales”.

Entrevista publicada en el diario La Segunda el 14 de septiembre 2022.

Por Lenka Carvallo Giadrosic

Su reciente columna en «Ciper» sobre “cómo la política identitaria corrompió el proceso constituyente”, sacó ronchas e hizo arder Twitter. En ella, Manfred Svensson, director del Instituto de Filosofía de la Universidad de los Andes, atribuyó a lo que denomina “causas de nicho” como el principal factor de la derrota del Apruebo el pasado 4 de septiembre.

A pesar de que en ciertos sectores de izquierda su texto fue tildado de sesgado y, cuando menos, de simplista, el investigador senior del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES) y doctor en Filosofía de la U. de Munich, no se inmuta.

“Algunos salieron diciendo que culpaba a los pueblos indígenas, a las mujeres feministas y la diversidad sexual por el fracaso, pero fue una síntesis absurda de mi ensayo. Mi columna tampoco tenía por objeto al feminismo porque no todo feminismo es identitario. Aún así, más allá de la irritación, lo que más me llamó la atención fue una reacción positivamente interesada desde mundos muy distintos”.

—Menciona la causa de los PP.OO. como una de las razones de esta debacle, tomando como ejemplo que la propuesta fue ampliamente rechazada en aquellas comunas con alta población indígena. ¿Cuál fue el pecado?

—Este caso es muy ilustrativo. ¿Tenía razón la Convención al preocuparse de los pueblos indígenas como parte de su misión? Claro. Algunos convencionales de la derecha incluso fueron categóricos al admitir la existencia de una deuda histórica, así como de los errores e injusticias del pasado. Hecho el reconocimiento, ¿es sólo la plurinacionalidad la respuesta? Fue aquí donde la Convención adoptó un lente identitario, que trata a los pueblos como si estuvieran atados a una visión de mundo determinada, lo que explica su énfasis en el derecho a la identidad y su cosmovisión. Imaginaron un mundo mapuche “antineoliberal”, ignorando a aquellos que buscan estar integrados en una economía moderna. Imaginaron un mundo mapuche atado a sus ritos ancestrales, pero se pasó por alto a su mayoría cristiana, lo que incluso fue visto como una aberración. Bueno, esa mentalidad no parece haber convencido un ápice a la propia población mapuche.

—Pero una cosa es lo identitario y otra el victimismo, al que también hace referencia.

—Obviamente que la historia humana está llena de víctimas, pero lo que vimos no fue el reconocimiento de ese hecho, sino la tendencia de una porción importante, o al menos in- fluyente, a entenderse ante todo como víctimas, que es la piedra angular del modo en que muchos se comprenden a sí mismos. No se trata de discriminaciones puntuales y delimitables las que se buscó corregir en la propuesta constitucional, sino modificar una parte im- portante de nuestro discurso político y moral, por ejemplo, ampliando de manera significativa lo que se entiende por daño. Fue este delirio identitario el que condujo los destinos de la Convención.

—Suena fuerte.

—Puede ser, pero ¿no es acaso fuerte lo que tenemos que explicar? Se trata de una farra sin nombre de una Convención que inició su trabajo con un 80% de respaldo, pero que tras un año fue rechazado por un 60%, poniendo de paso en riesgo al país y angustiando a una ciudadanía que ya enfrentaba muchos tipos de incertidumbre. Tampoco podemos reducir la política identitaria a puro espectáculo y performance. Por supuesto que tuvimos harto de eso, desde la interrupción del himno nacional hasta la activista desnuda en el acto de “eco constituyentes”. Pero más allá de estos episodios, hubo una mentalidad que marcó la agenda de la Convención en muchos sentidos y contribuyó a obstaculizar la deliberación genuina, que era indispensable.

Y agrega: “La disposición a la sospecha, por ejemplo, frustró el entendimiento; si siempre sospecho que el otro es mi potencial opresor, no voy a tomar muy en serio sus argumentos y creeré que tengo que desenmascararlo en lugar de entenderlo. La política identitaria ha expandido y radicalizado esa mirada; las personas hablan desde un conjunto de identidades oprimidas, y literalmente comienzan sus intervenciones diciendo “hablo en el nombre de X”. ¿Cómo podría alguien responder que está en desacuerdo? Así nunca atenderemos los argumentos y el diálogo se hará imposible. Esto no quita que deba haber todo tipo de esfuerzos para hacer audible la voz de los desaventajados. Pero los espacios de deliberación no pueden estar dominados por esa lógica.

—Pero hay razones tras esas posiciones, como los efectos de la dictadura, la persecución hacia los PP.OO., la discriminación hacia la diversidad sexual, la desigual- dad económica, etc. El mismo proceso constituyente se origina en el estallido social.

—El surgimiento de la política identitaria no es una simple reacción ante un trasfondo autoritario. Se explica mucho más en los rasgos de las sociedades individualistas y democráticas. Obviamente estamos en una sociedad crecientemente igualitaria donde a la vez hay desigualdades escandalosas. Pero en octubre del 2019 estuvieron tan presentes las demandas materiales por pensiones o salud, como las banderas de las distintas identidades. Sin embargo, lo segundo terminó devorando a lo primero.

—¿Qué más fue determinante en la caída del Apruebo? Porque han criticado de simplista tu artículo por atribuir el fracaso únicamente a la política identitaria.

—No afirmo que esta sea ni la única ni la principal razón. Pesó también que las mayorías de la Convención ignoraran su carácter de mayoría circunstancial y creyeran poder diseñar el país a su antojo. También estuvo el ánimo refundacional. Incorporemos estas y otras causas y maticemos todo lo que se requiera el papel que desempeñó la política identitaria, pero me parece que ese papel sigue siendo de primer orden. Por lo pronto, la Convención se abrió con un discurso en que su presidenta puso en primer plano la plurinacionalidad como meta. Parece un buen ejemplo de cómo la política identitaria altera nuestras prioridades.

—Aunque muchos de los convencionales apuntaron a las noticias falsas, al rol de los medios de comunicación, a los poderes fácticos de la derecha, por hacer fracasar el proceso constituyente. ¿No hay razón en esos argumentos?

—Eso ha existido siempre y se dio en ambas campañas. Recordemos a la diputada Camila Rojas (Comunes) diciendo que con la nueva Constitución “todos los colegios van a ser buenos”. ¿En qué categoría cae ese tipo de declaración? Eso claramente excede a las fake news. De haber triunfado el Apruebo, ¿qué diríamos si los del Rechazo explicaran la derrota en este tipo de argumentos? Me parece muy bien que todos denunciemos las noticias falsas, pero el modo en que lo están abordando torna imposible la autocrítica.

«Un polo fue derrotado en el plebiscito de entrada y el otro en el de salida. Ahora la pregunta es si alguien será capaz de recoger los anhelos de esa multitud, de proporción asombrosa, que parece estar al medio».

Columnista en «The Clinic», «Ciper» y «La Tercera», autor y coautor de una serie de publicaciones, Svensson afirma que hoy el gran dolor de cabeza para las izquierdas del mundo se debe a la poca preocupación por las carencias materiales y en cambio, privilegiar las causas identitarias.

“Junto con perder el norte, han perdido a sus históricos votantes”, afirma. Y expone como ejemplos a EE.UU. y Francia: “El partido Demócrata se ha vuelto el partido de las elites en las dos costas. Qué decir sobre la tensión entre la izquierda francesa y los chalecos amarillos. El propio Alfredo Joignant ha dicho que se abandonó el discurso de una ciudadanía universal, de un conjunto de derechos a los que todos deben tener acceso, para reemplazarlo por una colección de particularidades”.

Lo mismo, apunta, corre para las grandes compañías: “Hay todo un elenco de corporaciones que están levantando las mismas banderas identitarias. Es cosa de recordar cuando un año atrás Nestlé cambiaba la «Negrita» por «Chokita». Podría ser simplemente marketing o bien una convicción, pero si la agenda de la izquierda es la misma que la de Google y Apple es como para preguntarse quién cambió para que terminaran hermanados de esa manera. Al final, pareciera que esas causas no son la gran preocupación de la ciudadanía y no es ningún misterio que un electorado tradicional de izquierda la haya abandonado. Dicho de otro modo, la nueva izquierda puede tener unas cuántas lecciones que aprender de la vieja izquierda y así lo confirman estos primeros meses de Gobierno.

—¿Es generacional entonces? ¿Lo ve en el grupo que acompaña a Gabriel Boric? No sé, pienso en la famosa entrevista a Giorgio Jackson donde hablaba de la superioridad moral de su generación.

—Lo que revela ese video es la contracara obvia de la denuncia de que todo pasado fue opresor; la fe en la propia pureza en que se tiene otra “escala de valores”. Pero yo sería cuidadoso con hacer análisis generacionales muy gruesos y apresurados. La política identitaria tiene mucho de universitaria, por lo que ese componente generacional existe. Y no es raro que un Gobierno nacido de un movimiento universitario esté atravesado por es- ta mentalidad. Pero si queremos considerar a las personas en sí mismas, y no según una identidad preconcebida, no podemos tratar a la juventud como si tuviera una misma visión moral y cultural. O dicho de otro modo, también existen los millenials anti millenials.

—¿Qué debería evitar este Gobierno en el nuevo ciclo constitucional que comienza? De acuerdo al propio Presidente Boric, es la última oportunidad de llevar a cabo el proceso de forma exitosa.

—El gran desafío es asumir el tema con realismo; antes no se logró ni canalizar bien la pluralidad ni afirmar de modo equilibrado lo que tenemos en común. Es cierto que el consenso o cohesión en una sociedad moderna es bastante escaso, pero por lo mismo velemos por preservar lo que suscita un aprecio compartido. Eso significa, por ejemplo, no poner la historia entera del país en el banquillo. Hay que preservar también el carácter plural del país, pero eso se hace defendiendo una sociedad civil plural, no componiendo listados de identidades que merecen reconocimiento.

—¿Cuál debería ser el mecanismo de cara a un nuevo texto? ¿Elegir una nueva convención similar a la anterior; una comisión mixta entre elegidos y expertos? ¿Sólo expertos?, ¿partir de una hoja en blanco, tomando lo bueno del texto plebiscitado o el trabajo que se hizo con Bachelet II?

—Hay dos cosas claras: primero, hay que honrar los compromisos; segundo, que no vamos a llegar a un buen resultado repitiendo la misma fórmula. ¿Cuánto debería cambiar ésta? Es objeto de una legítima discusión. Me parece que tiene que cambiar muy drásticamente, pero de un modo tal que la existencia de una Convención siga siendo uno de los ingredientes. Y obviamente su punto de partida no puede ser ni la hoja en blanco ni tampoco un texto tan abrumadoramente rechazado.

—Por lo visto a los partidos y a los miembros del Congreso les llegó la posibilidad de mejorar su imagen y demostrar su importancia ante la ciudadanía.

—Claro, de partida porque ellos ofrecen articulación, algo que evidentemente faltó en la Convención. Habrá que ver si están a la altura. No hay que olvidar que los convencionales que dañaron el proceso no estaban exclusivamente concentrados en las listas de independientes; el PS tuvo algunos muy buenos nombres, pero también fue el que dio cupo a Baradit. Entonces no hay modo de garantizar que ahora vayan a estar a la altura ni esperar que todos los partidos sientan el peso de esta responsabilidad.

—¿Qué pasa con los “Amarillos”? Si algo demostró la elección es que más allá de los extremos, habría un gran espacio en el centro que no cuenta con representación política.

—Es innegable que existe una profunda desafección respecto de los partidos. Pero cuando uno ve a 13 millones de personas yendo a las urnas, no parece que la política en su forma tradicional esté muerta. Sin hacer vaticinios respecto de ningún grupo en particular, aquí lo más notorio es la oportunidad que se ha vuelto a abrir para el centro. Un polo fue derrotado en el plebiscito de entrada y el otro en el de salida. Ahora la pregunta es si alguien será capaz de recoger los anhelos de esa multitud, de proporción asombrosa, que parece estar al medio.