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El largo Vía Crucis de Mario Irarrázabal

El reconocido escultor, autor de la famosa “Mano” en Punta del Este, está frustrado. Quiere donar sus cerca de 300 obras para crear su “Museo Humano”, pero ya lleva tres intentos fallidos. Además, su “Monumento a la Solidaridad”, que estaba a un costado del Congreso Nacional, fue incendiado durante el estallido y removido hace dos meses por la municipalidad. “Es triste, porque esperaba que, desde el Ministerio de las Culturas, las escuelas de arte o de arquitectura, hubiesen dicho algo, pero no pasó nada”, dice.

(Entrevista publicada el 3 de junio 2024 en Revista Sábado. Foto: José Luis Risetti, gentileza de El Mercurio).

Por Lenka Carvallo Giadrosic.

Mario Irarrázabal se mueve entre sus esculturas a paso tranquilo. Parece una especie de dios bíblico entre las dece- nas de figuras forjadas en bronce que habitan en su casa-taller, en los confines cordilleranos de Peñalolén. En los ojos azules de este hombre de 84 años hay orgullo, pero también frustración. “Quiero donar toda mi obra, pero los esfuerzos que he hecho y los proyectos que han ido quedando en el camino son innumerables”, dice sobre su anhelo de crear un recinto adecuado donde exhibir sus cerca de 300 esculturas. Un proyecto que ha bautizado como el “Museo Humano”.

“Desde siempre concebí mi trabajo como una sola unidad, y no quiero que me pase lo que a Juan Egenau, por ejemplo, cuyas esculturas están desperdigadas por todos lados y no hay cómo valorar en su conjunto el impacto inmenso de su entrega y mostrársela, por ejemplo, a estudiantes o turistas”.

El primer intento serio, afirma, fue en el 2014 con la alcaldesa de Santiago y hoy mi- nistra del Interior, Carolina Tohá, en el parque San Borja. “Se hizo un concurso muy serio, el proyecto lo ganó un estudio de arquitectos muy connotado (Elemental, de Alejandro Aravena) y teníamos todos los permisos; estábamos por empezar cuando asumió Felipe Alessandri y todo quedó en nada. Fue una frustración muy grande. Todavía no me recupero”.

—¿Hubo presiones políticas?

—No creo. Alessandri se comprometió con un grupo de personas de la UDI a que, si él salía elegido, el proyecto no se haría por presiones de las dirigentes de San Borja que son súper conflictivas y con muchas visiones políticas. Fueron muy hirientes conmigo, con todo tipo de carteles dicien- do que no querían mi museo en su parquecito.

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La segunda estación del vía crucis vino en 2019 con el proyecto de la Universidad Austral para instalar el “Museo Humano” en Isla Teja, junto al Museo de Arte Contemporáneo que ya estaba por terminar sus obras de restauración y ampliación. “Es- taba todo listo, pero vino la debacle; resultó que la universidad estaba en bancarrota, el rector fue acusado de malversación, y el desfalco económico era tan tremendo… Hasta se habló de intervenirla. Era un proyecto precioso, y nuevamente todo quedó en cero. Un desastre”.

Decidido a concretar su objetivo, recurrió al rector de la Universidad Católica, Ignacio Sánchez. “Estaba bien entusiasmado y me ofreció un terreno interesante en San Carlos de Apoquindo, a los pies del cerro Provincia, que es muy lindo y donde los fines de semana llega gente en bicicleta, familias y niños. La universidad se encargó de hacer un concurso interno, donde participaron grandes arquitectos chilenos y se designó a un ganador; ellos obtuvieron los permisos con la Municipalidad de Las Con- des y autorizaciones medioambientales. Pero cuando llegó el momento de buscar fondos, probaron con doce de las empresas más grandes de Chile y ninguna se interesó. Nuevamente todo quedó en nada”.

Pero no ha sido lo único que ha padecido este escultor, quien ha recibido importantes premios y distinciones tanto en Chile como en el extranjero, autor de obras monumentales, como su famosa serie “La Mano”, hoy hitos culturales y turísticos en Punta del Este (1982), Madrid (1987), Atacama (1992) y Venecia (1995). En febrero del 2020, al fragor de la ola delincuencial que asoló a Valparaíso, su “Monumento a la Solidaridad”, un gran cordón revestido de cobre y formado por cuatro hebras que simbolizaban la unión de fuerzas, resultado del Concurso Nacional de Esculturas en torno al Congreso en 1991 y que se instaló a un costado del Congreso Nacional de Valparaíso, fue vandalizado e incendiado por un grupo de anarquistas. A comienzos de este año, la municipalidad anunció su remoción, lo que se concretó hace exactamente dos meses. El cobre se donó a la Escuela Municipal de Bellas Artes, para ser trabajado por los alumnos.

“Es triste, porque esperaba que, desde el Ministerio de las Culturas, las escuelas de arte o de arquitectura, hubiesen dicho algo, pero no pasó nada. En la municipalidad tenían la tentación de repararla, pero les advertí que sería complejísimo, caro y que no resistiría mucho tiempo, por la madera con la que está hecha en el interior. Les propuse hacer una nueva obra en bronce o acero inoxidable en China o en otra parte donde existe más tecnología. Pero como estos gallos no vuelan a muy alto nivel, se asustaron con los precios, aunque sospecho que nunca se lo tomaron muy en serio. Si realmente tenían ganas, habrían aborda- do los costos y visto cómo conseguirlos”.

—La filósofa porteña y columnista Lucy Oporto escribió en Ex- Ante que una de las razones por las que se sacó la escultura es porque la generación del alcalde Sharp siempre ha tenido la tentación de borrar el pasado y partir todo desde cero. Además, pronto serán las elecciones municipales.

—No creo que haya sido eso… Conocí bastante a los funcionarios, todos gente joven y súper buena onda, pero creo que esta tarea les quedó grande, tal vez por falta de experiencia. Y para que tú entiendas que ellos vuelan a otro nivel, para quitarle la gravedad a todo este asunto, me pidieron una réplica del modelo de un metro treinta de altura, y seguramente lo van a poner en el Congreso o quizás dónde, como para no decir que no se hizo nada.

—¿Hay algún simbolismo en que se haya destruido la “solidaridad”?

—No sé, no lo había pensado… Pero es como lo que pasó con el museo de la Violeta Parra. ¿Qué laya de protesta es esa? Hay ciertas cosas a las que se les puede buscar simbolismo, respetar que la protesta puede ser válida, pero con el anarquismo no hay que buscar razones. Me rehúso. Es la locura absoluta, no le veo por dónde.

—En octubre se cumplirán cinco años desde el estallido. ¿Cuál es su visión hoy?

—Tengo una sensación muy rara… Parece que a la gente se le olvida que hubo un millón y medio de personas que exigían algo y esto no podemos no abordarlo, porque son datos duros. Ahora (en cuanto a los actos violentos), tengo la sensación de que nunca se pudo o nunca se quiso —lo que sería más grave— analizar qué fue lo que pasó desde el punto de vista de la psicología social. La prensa siempre destacó la violencia más que las demandas reales. Hubo algo opaco, lo que es muy grave. Y luego, la actitud de Piñera cuando dijo: “Estamos en guerra”. Es no entender nada. ¿Qué guerra? ¿Con tu propio país? ¡Chuta!

—Ahora hay un proyecto para retornar la estatua de Baquedano a su lugar original. La ministra del Interior, Carolina Tohá, confesó en una entrevista que le “daba susto” hacerlo…

—Hay que reubicarlo. Yo la pondría en algún lugar de la Alameda, cerca de donde están todos los otros próceres a caballo, como Bulnes, O’Higgins, Carrera, etc. Pero la Plaza de la Libertad, o cómo sea que se vaya a llamar, cambió de sentido, y ahí Baquedano ya no tiene nada que ver; es un héroe de la Guerra del Pacífico, que para mí es el símbolo de una guerra que nunca debió ser, con nuestros vecinos. Porque yo soy pacifista.

Mario Irarrázabal llevaba cuatro años preparándose para ser cura y vivía en la casa parroquial de la población Nueva Palena con su hermano sacerdote, Diego Irarrázabal —quien en ese momento trabajaba en el Comité Pro Paz—, cuando una madrugada de 1974 llegaron Miguel Krassnoff Martchenko junto a Osvaldo Romo y se lo llevaron. “Estuve en Londres 38 y en el Esta- dio Chile. Jaime, mi hermano abogado, me sacó de ahí con Sergio Valech. Ese mismo día estaba viendo tele, cuando apareció el secretario general de la junta de gobierno, coronel Pedro Ewing, anunciando por cadena nacional que había sido desbaratada la célula número tres del MIR, compuesta por sacerdotes y diáconos. Y que se había detenido a uno de sus miembros, Mario Irarrázabal. Los otros estaban fugitivos. Una locura, porque yo estaba libre”.

Hace una pausa. “Estoy nervioso, son recuerdos duros… Tuve que hacer un trabajo de autosanación; me ayudaron sobre todo los evangelios, la idea del perdón. A Krassnoff, por ejemplo, lo recuerdo con cariño, entre comillas”.

—¿Cómo que con cariño?

—Me siento obligado a hacerlo, porque no quiero tener rencor, ¿te fijas? Porque el rencor tiene un precio.

—Pero de ahí a tener cariño…

—Me di la molestia de leer varios libros sobre su historia. Su abuelo fue líder de los cosacos del zar, y junto al papá de Krassnoff entraron a Rusia con el ejército nazi para liberar al país del bolchevismo. Terminada la Segunda Guerra fueron condenados a muerte y ejecutados en 1947 en la Plaza Roja de Moscú. La mamá de Krassnoff logró venirse a Chile con él muy niño y nunca le habló de esta historia, hasta que un día él le contó que quería ser militar; ella le rogó que no lo hiciera, pero no la escuchó… Entonces, cada persona es producto de su historia, ¿quién es uno para estar juzgando?

—¿Lo torturó?

—No sé si fue él. Pero fue muy chueco, porque cuando me iban llevando, me dijo: “No te preocupes, vamos a hacer unas preguntas nomás y te devuelves…”. Después te vas enterando de cómo él torturaba en Villa Grimaldi y luego se iba a buscar a los niños al colegio. Un papá ideal.