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Wendy Pozo, la diseñadora del poder

Destacada por Bloomberg como una de las 100 personas más innovadoras de Latinoamérica, Wendy Pozo ganó fama por diseñar el traje que llevó Irina Karamanos para el cambio de mando y por haber vestido, entre otros, a Pedro Pascal y Camila Vallejo. Hija de una modista, nunca imaginó que terminaría dedicada a la sastrería, pero admite que ese mundo que aparece tan glamoroso, tiene sus miserias. “Me han robado y estafado”.

(Entrevista publicada el 16 de marzo de 2024 en revista Sábado. Fotos: Macarena Pérez, gentileza de El Mercurio).

En el colorido choapino del nuevo atelier de Wendy Pozo en Providencia, se lee: “Soy la puta ama”. Lo que parece una advertencia para todo aquel que traspase el umbral también un recordatorio personal para esta diseñadora que hace poco fue reconocida como una de las 100 figuras más innovadoras de Latinoamérica 2023 según Bloomberg y la quinta chilena.

“Me falta empoderarme más. Este mundo se ve muy glamoroso, pero las cosas no siempre son como parecen; hay gente que se te acerca, te hace creer que son tus amigos y después te roban o estafan. Yo soy una persona tranquila; no me gusta andar peleando ni persiguiendo a nadie, por eso digo que tengo que imponerme, creerme más el cuento”, declara Wendy Pozo, de 44 años, pelo rojo, perfectamente maquillada y vestida con una polera de lana con hombreras y pantalones anchos estilo marinero, ambos de su nueva colección.

La nueva casa donde hoy atiende huele a pintura y a café espreso. Con su amigo y asistente, Patricio Salazar, estuvieron todo el fin de semana haciendo arreglos. “Lo hacemos todo nosotros: recién pintamos, pusimos las lámparas, apliqués y las ampolletas”, dice instalada en un espacio que mando, temas a los que ella le resta importancia
“Soy súper pava. Pascal fue a mi casa y yo no sabía quién era. El productor me llamó y me dijo necesito esto y esto… ¿Para quién?, le pregunté. Para Pascal, dijo él. Mis vecinos recién se enteraron cuando lo vieron en las redes sociales y me retaron, pero para mí era un cliente más. De lo de Bloomberg me di cuenta porque me llegó una notificación en redes sociales y luego me empezaron a llegar las felicitaciones. Ahí les escribí y me explicaron que me habían elegido entre los cinco chilenos más innovadores de los 100 de Latinoamérica. También me pasó cuando me escogieron entre las 100 mujeres poderosas de Latinoamérica según la revista, ¿cómo se llamaba? Ah, claro, Forbes. Cómo será que hasta se me olvida. Para mí son cosas pasajeras”.
Wendy tampoco reconoció a Irina Karamanos el día en que apareció en su taller.
“Me habían insistido un montón en que ella vendría, tanto que en un momento dije: ‘¿y quién chu… es Irina? ́ ’. Cuando la chica que venía con ella me explicó que querían algo para el cambio de mando, ahí recién caché… Irina se empezó a reír y me dijo: ‘¿en serio, galla?’”.

De este encuentro nació entre estas mujeres una amistad y también un traje de tres piezas en casimir verde con el que ambas se hicieron famosas. “Del Museo de Historia Nacional nos pidieron la ropa para tenerla en su colección. Un amigo me dijo: ‘galla, estás haciendo historia’”, ríe.

—¿A qué lo atribuye?

—A que rompimos con el concepto de que la primera dama es el arroz graneado que acompaña al marido. Vimos a una mujer más joven que caminaba junto al Presidente, de igual a igual. Una mujer con los pantalones bien puestos.

—Irina ha sido muy criticada por abolir el cargo de primera dama. ¿Estuvo de acuerdo con la decisión?

—No sé si eliminarlo… Me gusta el juego de la primera dama porque se pueden hacer muchas cosas, como pasó con Cecilia Morel, pero a ella se le reconocía como la esposa del presidente y no por su individualidad. Ahora Irina está haciendo cosas interesantes fuera del país, pero no se valora porque quedó como la expareja del Presidente Boric y la siguen asociando con él. La admiro porque ha sabido separar las cosas y hay harto que no se conoce de ella y que ha logrado mantener a raya.

—Así que son amigas.

—Sí, tenemos una súper buena relación; nos juntamos acá o ella va para mi casa. Tenemos un proyecto juntas, un café acá en el taller, pero no puedo contar más. La idea es que sea una instancia para conversar, de hacer cosas. Estamos investigando.

Wendy Pozo se apresura en recalcar que su relación con la política es nula. “Tengo mi postura, pero no hablo de esos temas. En un titular pusieron como la ‘modista favorita del Frente Amplio’, pero nada que ver. Acá viene mucha gente de derecha: políticos, parlamentarios, asesores, de todo. Me parece lamentable que me asocien solo con una parte del poder político. Yo visto personas, no cargos”.

—¿Hay algún político de derecha a quien le gustaría vestir?

—A la señora Matthei (responde sin dudarlo). Me encanta ella, feliz la recibiría acá.

—Pero es la alcaldesa la que confecciona su ropa…

—Por eso me gusta, porque se preocupa. Ella tiene claro lo que quiere, sabe qué ponerse, qué tela está usando y qué corte llevar. Se atreve con los colores, lo que demuestra que es una persona que dice lo que piensa y sabe a lo que va. Pero insisto: aquí no estoy hablando de política. La señora Matthei me agrada como persona y también es mi alcaldesa (ríe).

—¿Tiene algo que decir del estilo de Gabriel Boric?

—Se nota incómodo, que no se siente él, y eso es porque se ha dejado influenciar por otras personas.

—Lo molestan porque anda desordenado, con la camisa afuera…

—Él sigue siendo un chiquillo en el poder y está bien: hay que traer ideas nuevas, pero le falta un poco más de orden. A eso me refiero cuando digo que lo siento incómodo, por el juego de esta camisa que se sale, el pantalón desordenado, cuando se pueden hacer muchas cosas para que eso no pase. El Presidente es la imagen de Chile. Por eso me gustaría que se preocuparan más por lo que él quiere transmitir y no dar una idea de ser algo que no es.

—¿Le parece bien que no use corbata?

—Me dedico a la sastrería masculina y me encantan las corbatas. Pero es su forma de expresión y si no le gusta sentirse amarrado o apretado, es su cuento… Yo lo preferiría, pero no se puede ir en contra…

—Entonces debe tener una gran opinión de Mario Marcel. Dicen que tiene una gran colección de corbatas.

—No sé cuántas serán, pero deben ser muchas porque jamás se repite una. Admiro su pulcritud; se nota que se viste con ropa a medida porque la costura que va sobre los hombros está en el lugar adecuado y la basta de los pantalones está perfecta. Al final, la sastrería es pura matemática, una arquitectura que se aplica sobre las personas.

Wendy Pozo no esperaba fue dedicarse a la sastrería. “Yo quería algo relacionado con el arte, pero mi mamá insistió en que estudiara administración de empresas. Yo era la oveja des- carriada de la familia y ella quería que sentara cabeza”, cuenta.

La madre de Wendy era modista. “Me acuerdo de que tenía 500 blusas de seda en su clóset. Ahora, cada vez que voy a com- prar tela, le reservo un pedacito. De niña me llevaba a la casa Chantilly o a Soriana y, mientras ella veía las telas, yo revolvía todo y luego me quedaba dormida debajo de los mesones. Hace unos años volví a Soriana y el vendedor me dijo: ‘Usted me recuerda tanto a una señora que venía con su hija’. Cuando le dije que era yo, se puso a llorar”.

Su papá trabajaba en textiles Sumar, “aunque en algo nada que ver; él era jefe del departamento de nutrición. Cuando la empresa desapareció, puso una suelería en la que vendía todo lo relacionado con zapatos. Mi viejo tiene buena pinta, es flaco y le gusta vestirse bien; él todavía se acuerda cuando yo le recortaba los pantalones y sus camisas italianas para hacer otras cosas. Siempre me gustó la ropa de hombre”.

Wendy era una joven algo excéntrica y nerd que a los 17 años se confeccionaba su propia ropa. “En la tele me gustaban los programas de viejos y escuchaba a los B52; admiraba a la Cindy Wilson, la vocalista, y trataba de imitar su estilo. Pero en Chile no había nada parecido, así que me hacía los pantalones, las camisas y me ponía un vestido sobre otro, pero con onda. Iba al centro a buscar flyers para las fiestas en la Blondie y pasaba al Eurocentro, donde vendían cosas más parecidas a lo mío, aun- que casi puras poleras negras con estampados. La dueña de uno de los locales me preguntaba dónde sacaba mi ropa; no me creía cuando le decía que era hecha por mí. Al final, terminé trabajando con ella y le cambié todo el look del lugar. Un día el administrador del edificio me aconsejó que me independizara. ‘Me dijo: ¿has visto el auto en el que anda esta señora, conoces cómo es su casa? Se está llenando de plata contigo’. Él mismo me consiguió un local y ahí me lancé. Mi hermana me dijo: ‘¿qué vas a saber tú si ni siquiera tienes idea de dónde estás parada?’. Mi papá derechamente creía que me iría mal… Hoy reconocen que se equivocaron”.

Pero el camino no fue fácil para Wendy. Luego del gran terremoto de 2010, casi todos los locales del Eurocentro se vinieron abajo, menos el suyo, pero la dueña le subió cuatro veces el valor del arriendo. Ahí se trasladó a un subterráneo en el barrio Bellas Artes. “Montaba mi vitrina en una pequeña ventana que daba a la calle, pero llamaba la atención y la gente se devolvía. Ahí empecé a vestir a Tomás González y a Jean Philippe Cretton. Pero un día el local se inundó y lo perdí todo… Después me robaron y se llevaron hasta los colgadores, pero hice una fiesta solidaria y me volví a levantar, igual que con la crisis social que causó estragos en mi barrio. Cuando llegó la pandemia, comencé a atender una vez a la semana con la cortina cerrada y así nos fuimos salvando… He seguido parada, insistiendo. Un amigo dice que soy como Madonna porque siempre me reinvento”.

—¿Qué ha sido lo más difícil de este oficio?

—Lo que más duele es sentirme tan sola… Estás rodeada de gente, pero te das cuenta de que muy pocos son tus amigos. La gente ve mucho glamour, magia, todo muy lindo, pero me han robado y estafado… A uno le pasé en consignación una línea de vestuario completa; la primera vez me la pagó, pero a la segunda nunca más supe de él. También sucede harto que viene gente de la televisión, pide cosas para una producción como si me estuvieran haciendo un favor, pero luego no las devuelven y tampoco las pagan. Me da pena porque hay tanto ego que se olvidan del resto. Para el Festival de Viña me llamaron harto, pero cuando les decía que la ropa tenía un precio, contestaban que no, que aquí no se paga sino que es por mención, pero a mí las menciones no pagan la tela, ni el tiempo o a las personas que trabajan en el taller. No te pueden pasar tanto a llevar, todo tiene un límite.